Vamos/ bajando la cuesta/ que arriba en mi calle/ se acabó la fiesta…, canta Serrat con esa voz pastosa de antigalán que tanto nos gusta a quienes nos gusta. Y, aunque no es letra para la resaca que sigue a una jornada electoral, aplica. Vaya si aplica: Y hoy el pobre y el villano/ el prohombre y el gusano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha… Vengan los abrazos y los palmoteos en la espalda, vengan las fotos y los convites alrededor de una fritanga. Que ya llegará el día del si-te-vi-no-me-acuerdo. Una cosa es un político a la carga que pasa al teléfono, no le niega un debate a nadie, ruega para salir en los medios, hace el ridículo en las plazas públicas, y otra, muy distinta, un político en el cargo.
Ahí es cuando las promesas que hizo de ciudad en ciudad, de barrio en barrio, de pueblo en pueblo se le convierten en espadas de Damocles; ya no le bastará pensar con el deseo, la realidad se impone. Una realidad rampante y tozuda como la que vivimos en los distintos rincones de Colombia y con la que él se tropezará en los dos meses escasos que lo llevarán del éxtasis a la agonía. (Sin contar los favores que habrá de pagar y los lagartos que habrá de alimentar). Sobre todo porque nada hay más perecedero que el capital político con el que llegan los escogidos, frente al cual solo tienen dos opciones: la de conservarlo, gobernando para las encuestas, o la de usarlo, a pesar de ellas. En ambas el desgaste personal termina por llegar y el cuarto de hora, por pasar. La opinión pública es ave migratoria. Cambia de nido, al estilo de los políticos: constantemente.
Además, la cosa ha evolucionado con quienes ejercen su derecho al sufragio, lo comprobamos el domingo. Buen indicio o chiripazo, está por verse. Pero, de acuerdo con los resultados, ya no son suficientes, a la hora de elegir, los afectos personales o los índices de favorabilidad de los líderes políticos. Dato al que no pueden hacer caso omiso jefes naturales como lo son Álvaro Uribe (La U) o Antanas Mockus (Partido Verde), por mencionar dos cabezas visibles aunque en circunstancias diferentes. El expresidente no ha asumido, hasta hoy, las riendas del movimiento que se creó por y para él; debería hacerlo de una vez, a ver si sus seguidores dejan de jugar al gato y al ratón con la oposición, atomizando esfuerzos y cobrando éxitos ajenos. El exalcalde soltó las riendas del suyo y lo dejó desbocar, y no parece haber aportado de manera significativa al apoyo logrado por Gina Parody, que igual lo hubiera logrado sin necesidad de intercambiar gafas y arrumacos con alguien que se ha especializado, a lo Beethoveen, en componer sinfonías inconclusas. Tampoco escapan a los bandazos de las coaliciones de ocasión el Polo, el Conservatismo, el Liberalismo… ¿Igual futuro le esperará al Progresismo de Petro, una vez agotada la etapa del enamoramiento?
Qué mal están los partidos, pésima noticia para la democracia. Su importancia en el sostén de la misma no es cuestionable. En teoría, porque en la práctica…, no es sino mirar. A Pardo (otro nuevo mejor amigo) le dieron un ministerio de contentillo; Pastrana y “ese-lunar-que-tienes-cielito-lindo-junto-a-la-boca” están que se sacan los ojos; a Lozano, se le rayó el disco en las entrevistas; Dussán, ¿dónde está Dussán?; Garzón, da la sensación de estar siempre en el lugar equivocado: no agarra el paso de los bailes de tarima. Ninguno de los anteriores lo agarra, mejor dicho. Por eso somos muchos los que no hemos pertenecido ni vamos a pertenecer a ninguna colectividad, sea del color que sea. Menudo sainete el que nos toca aguantar. Todos se proclaman ganadores, ni bobos que fuéramos.
Entre otras cosas porque, si bien nuestro país es el de mayor trayectoria democrática en América Latina -al menos esa es la frase de cajón que nos han vendido los libros de historia-, su democracia es de cáscara de huevo. Por razones que se explayan en tomos gordísimos y aburridores. Mas hay una tan obvia, que podría estar incluida en Democracia para Dummies: Colombia tiene 45 millones de habitantes. De esos, 29 millones están habilitados para votar. Y de esos 29, menos de 15 millones acudieron a las urnas el 30 de octubre. Lo que quiere decir que entre los abstencionistas e indiferentes y los habitantes de la otra Colombia, la profunda, son 30 millones los colombianos que no se sienten representados por los nuevos alcaldes, gobernadores, diputados y concejales. Frágil, muy frágil esta democracia. (Frágil, muy frágil la relación Uribe-Santos).
En fin, lo que es en Medellín y en Antioquia sentimos un fresquito… La propaganda negra que nos había pillado descolocados cuando irrumpió por primera vez en el escenario nacional -de la mano de un personaje de negro hasta los pies vestido-, cambió de rumbo y se estrelló contra quienes, bajo cuerda, la accionaban. La vida cobra y paga y aquí estamos satisfechos con el desenlace de una campaña que nos daba ganas de vomitar. Quedamos en buenas manos.
Gloria a Dios en las alturas/ recogieron las basuras… Ahora sí: a la caja, pastores, que la fiesta se acabó. Hasta la próxima.