Ahora, las referencias de Estocolmo, Río de Janeiro, Montreal, Kyoto, Copenaghe, Cancún, forman parte del acervo de discusión no solamente entre los académicos, sino de la comunidad en general.
La educación ambiental para todos los estamentos de la sociedad es fundamental y no solo es enfatizando en la educación especializada y técnica provista en los programas universitarios y en congresos, seminarios y jornadas de actualización e información para expertos o estudiosos del tema sino que hay que seguir creando una cultura ambiental en las aulas de preescolar, primaria y bachillerato.
Aprovechar la educación como agente de cambio ha cobrado impulso en los últimos tiempos. Desde la Declaración de Tiflis (Georgia) impulsada por la Unesco en 1977 se han venido tratando con mayor énfasis estos temas. En 1990, la Declaración de Talloires (Francia), por parte de 22 universidades reputadas mundiales, expuso diez objetivos entre los que se destacan ejercer el liderazgo para aumentar la conciencia sobre la problemática ambiental, fomentar el conocimiento del medio ambiente en toda la universidad y cambiar su funcionamiento para reducir su impacto ambiental. Unos 360 rectores de 40 países habían firmado esta Declaración en 2008.
Sin duda la nueva tarea de la educación es la sostenibilidad. El cambio cultural que aleje a la sociedad del consumismo extremo, donde los recursos del planeta serán insuficientes para satisfacer las necesidades de la población incluyen todos los aspectos educativos. Como bien lo dicen Pramling, Samuelsson y Kaga en un interesante ensayo acerca de la educación en la primera infancia, “los primeros años de vida ofrecen una oportunidad para inculcar a los niños el amor a la naturaleza y unos hábitos, conductas y estilos de vida que favorezcan la sostenibilidad”. Por supuesto, es vital la mejora en la formación de los docentes y el involucramiento efectivo de los padres y las comunidades en el proceso formativo.
Siguiendo con las tesis de los mencionados autores la educación primera debe enfatizar en seguir las denominadas 7R: reducir, reutilizar, reciclar, respetar, reflexionar, reparar y responsabilizarse.
No hay necesidad de inventar una teoría pedagógica nueva; hay que partir de lo existentes, y solamente dar énfasis en los procesos que conlleven a la sostenibilidad.
Aquí también cabe el compromiso de las familias como primera y complementaria escuela. Los programas comunitarios pueden y deben ser apoyos esenciales de una educación no formal que al final de cuentas también coadyuva a la construcción de una sociedad sostenible.
Ya hay casos ilustrados en donde los niños actúan como agentes activos hacia la sostenibilidad. Se empieza por minimizar la basura de los almuerzos, una higiene responsable, reutilización y reciclaje de objetos como útiles escolares, cuidado de huertas escolares, conocimiento de fauna y flora autóctonas, estética ambiental, uso racional de energía y agua, entre otros. De hecho, también, el espacio abierto y el aire libre son aulas naturales para incentivar los nuevos valores.
De otra parte, la publicidad invasiva hacia el consumismo por parte de los niños debe ser objeto de especial regulación. SusanLinn, reputada investigadora de la Universidad de Harvard, resalta que “los intereses mercantiles están evitando el desarrollo de la capacidad natural de juego de los niños”; afortunadamente, hay un movimiento creciente para rescatar a la infancia del denominado “mercantilismo empresarial”. Incluso hay que comenzar a desterrar el concepto errado de muchas familias de que ir de comprar es una actividad de juego para los niños.
Se insiste en la necesidad del juego creativo; sin duda aquellos que tienen la facilidad de abstraerse en sus fantasías son “maestros de la transformación”. Una encuesta a empleadores de Estados Unidos reveló que aquellos jóvenes trabajadores cuya infancia estaba marcada por una mercantilización intensa, carecían de un pensamiento crítico y de habilidades básicas para la resolución de problemas.
Otra investigación arrojó como resultado “que es menos probable que los niños con valores más materialistas desarrollen conductas sostenibles en términos ambientales, como reciclar o ahorrar agua”.
La tesis es muy simple. Hay que fomentar el juego en un mundo mercantilizado, empezando por una autorregulación hasta una normativa exigente.
Del estadio de la infancia y adolescencia, la educación superior tiene un rol fundamental. Es evidente, tal como lo menciona David Orr, académico del OberlinCollege de Ohio, que “el proyecto moderno de crecimiento económico y dominio de la naturaleza ha fracasado estrepitosamente. Los excesos del sistema industrial amenazan los sistemas vivos del planeta y están llevando a un empobrecimiento biótico masivo y a un cambio climático potencialmente catastrófico”.
No ha sido tarea fácil involucrar el tema ambiental al currículo tradicional en la educación superior. Por supuesto que hay indicios alentadores. El propio campus universitario tiene que convertirse en un aula abierta ambiental y los cambios tecnológicos para la eficiencia ambiental ser puestos a prueba en el mismo ámbito universitario. No hay en Colombia, Universidades Carbono Neutro. Invitamos desde aquí a empezar.
Falta mucho por hacer: el reto es transmitir cada día más, no desmayar en el intento, para que con una cultura ambiental, las millones de decisiones ambientales que día a día tienen que tomar los ciudadanos tengan como un resultado positivo en lo ambiental y en lo ecológico.
La educación ambiental como eje de la política ambiental
Lun, 23/05/2011 - 08:41
Ahora, las referencias de Estocolmo, Río de Janeiro, Montreal, Kyoto, Copenaghe, Cancún, forman parte del acervo de discusión no solamente entre los académicos, sino de la comunidad en general.