Fue Aristóletes quien postuló que la deformación de la democracia era la demagogia. En cierto sentido, Colombia vive en medio de un relato demagógico del que debemos ser conscientes para salir de él de manera inmediata.
Sostengo lo anterior porque creo que la diferencia de ideologías, de propuestas de gobierno, de formas de ver el mundo y el consiguiente debate político, articulado en partidos y colectividades, son fundamentos esenciales en un sistema democrático.
Esto no quiere decir que no sean posibles los pactos, los acuerdos y los proyectos de país. Pero las uniones solo pueden basarse a principios comunes y proyectos de país compartidos. De lo contrario, pierden su sentido y se deforman.
Si una gran coalición de gobierno tiene motivos y anclas diferentes a los valores, la supuesta unidad es una cosa diferente, se convierte en la sumatoria de intereses particulares, pero carece de una visión de Nación y por tanto no es tan deseable para la democracia.
Cuando el Presidente Santos inauguró la mesa de unidad nacional, algunos ingenuamente pensamos que se trataba de convocar sectores diferentes de la vida nacional, la academia, sectores empresariales, de la sociedad civil, asociaciones de jóvenes y de mujeres, para que una representación amplia permitiera identificar una agenda común y trabajar por ella. Muy rápidamente nos dimos cuenta que lamentablemente, la unidad nacional es hoy una deformación.
Es simplemente una alianza entre políticos para mantener el apoyo al gobierno, aún a costa de abandonar temas y posiciones que han sido propios de algunos de los partidos que conforman la mesa de unidad. Es lo que sucedió lamentablemente al partido conservador que por su membrecía a la unidad nacional abandonó sus iniciativas por el desarrollo rural, por la reindustrialización y por la justicia para citar solo algunos ejemplos.
En la mesa de unidad nacional quedan pocos valores que unan a todos los partidos que hacen parte de ella y no hay proyecto de país que dirija a toda la nación con rumbo seguro.
Estamos ante una deformación del espíritu de unidad y, por lo tanto, los motivos que la fundamentaron se han convertido en demagógicos.
Muchos de quienes defienden la vigencia de la unidad nacional lo hacen subyugados ante las prebendas del poder, anestesiados por los privilegios de los puestos burocráticos y temerosos de perder sus ventajas y posiciones.
No sólo no contamos con los beneficios, en términos de estabilidad política nacional, que deberían ser derivados de un proyecto de unidad nacional. Por el contrario, sufrimos un efecto pernicioso de incertidumbre que afecta directamente la calidad democrática.
El debate se encuentra sesgado y aunque los puntos de vista diversos podrían enriquecer la agenda por el país, se percibe el claro interés de debilitar a los partidos, cooptando a algunos de sus parlamentarios. Lo anterior conlleva inexorablemente al debilitamiento democrático.
La mesa de unidad nacional es hoy el mayor acuerdo burocrático de la historia de Colombia, la mayor conjunción de intereses particulares y la mayor organización gubernamental para la protección de prebendas personales.
Los ciudadanos, aunque no siempre conocen el fondo de los asuntos, saben sin embargo que algo no funciona bien. Por eso desconfían del gobierno y por eso sitúan al congreso entre las instituciones peor valoradas del país.
Hay diagnósticos duros de realizar y para los que es difícil prescribir tratamiento. Pero si algo podemos tener claro es que sin diagnóstico no hay tratamiento posible.
Nuestra realidad política puede ser bien diferente, puede ser mejor. Al igual que la realidad de Colombia.
Pero para empezar, lo primero es hablar claro. Y eso es lo que he tratado de hacer en estas líneas.
La Unidad Nacional debilita la democracia
Mar, 01/10/2013 - 11:09
Fue Aristóletes quien postuló que la deformación de la democracia era la demagogia. En cierto sentido, Colombia vive en medio de un relato demagógico del que debemos ser conscientes para salir d