Las obsoletas e insoportables nuevas creencias

Dom, 17/03/2013 - 04:45
 “Diez mil locos puestos en un montón no hacen una persona razonable”
Schopenhauer
Por esta

 “Diez mil locos puestos en un montón no hacen una persona razonable” Schopenhauer

Por esta época en que todavía la irracionalidad parece tener mayor derecho de ciudad que la cordura, e inclusive considerarse “políticamente correcta”; por este periodo en donde las emociones provocadas manejan las masas sin asomo de análisis ni lógica; por este tiempo en donde el pensamiento se uniformiza alrededor de temas manipulados por organizaciones, en general de carácter político; por esos días, vale la pena hacer pausa y conjurarse uno contra el desatino rondante. Y ejemplos son: la “inmensa alegría” y euforia que produce la elección (o “erección”, bonito lapsus con que tituló un medio de comunicación) del nuevo amo de la cristiandad romana, latinoamericano se enorgullecen con desgarrador simplismo algunos por estas latitudes, al tiempo que esperan de la nueva Santidad grandes transformaciones; claro, sin recapacitar en que su nombramiento (una inspiración del Espíritu Santo, por supuesto) fue fruto sobre todo de las divisiones políticas de los cardenales Bertone y Sodano, jefes de bandos opuestos. El nuevo jerarca, el supuesto renovador: también un godo opuesto a los anticonceptivos (del condón está en contra aun cuando se trata de prevenir el sida), a la unión de parejas del mismo sexo, al aborto, a la eutanasia, y defensor acérrimo del celibato y de otras perlas “progresistas”; eso sin profundizar aún lo que ya se está ventilando: el nuevo dios en tierra fue complaciente (¿colaborador comprensivo?) con la perversa y poco cristiana dictadura argentina. Sí, ya sé: los designios de dios son inescrutables.

También, y con tenor religioso, se manipula la santificación de facto del fallecido dictador Hugo Chávez, a quien en hálito beatífico y con pésimo histrionismo, el transitorio e ilegal presidente venezolano declaró sin ningún empacho que su nuevo santo tutelar (ese que le hará ganar las elecciones) está sentado en el más allá al lado del mismísimo cristo y frente a él intercedió para el nuevo nombramiento papal (¿será que también allí regaló petróleo?). Su primer milagro. Ni se sonrojan estos personajillos al pronunciar tales sandeces que atentan contra todo: democracia, buen sentido, y por supuesto racionalidad. Claro, lo saben perfectamente: esto causa un alto impacto en las masas fanáticas que están atentas a todos esos signos para justificar su improcedencia y simplismo intelectual, pero sobre todo votar. Ni para que hablar en Colombia de Presidente y Procurador (por no citar otros) que no pierden ocasión para mostrar, con blanqueo de ojos, su devoción cristiana y sus ataduras a lo religioso (incluso con añejos ritos lefebvrianos que rezan misas en latín y rechazan el Concilio Vaticano II por moderno), confundiendo, ex profeso y para su beneficio, su oficio laico para que el fueron nombrados. O del expresidente que recorre ahora iglesias cristianas prestándose a éxtasis hipnóticos para un mejor acercamiento a esa sectaria grey, y claro –me reitero– a los cándidos pero numerosos votos que por allí hay por recuperar. Y algunos, consternados, y no menos impotentes, observamos estos grotescos espectáculos, y como no tenemos dioses inventados (ni otros) para resguardarnos de tanta necedad, echamos mano de la filosofía (esa que también algunos tratan falazmente de confundir con soserías teológicas). Por fortuna, a muchos de sus desatendidos representantes podríamos acudir en desespero de causa; pienso en algunos de mis favoritos: Cioran, Michel Onfray, Schopenhauer, Nietzsche, Erich Fromm, pero mi pensamiento esta vez se antojó por Bertrand Russell (Inglaterra, 1872-1970), premio Nóbel de literatura, entre tantos galardones que lo honran. Este personaje adelantado a su época y que militó en muchas causas que incluyen filosofía, matemáticas, literatura. Temas tan variados y controvertidos como: ética, teoría del conocimiento, lógica, lenguaje, ciencias, sexualidad humana, guerra, pacifismo, armas nucleares, fascismo, comunismo, socialismo, voto femenino, religiones, racismo; todos temas de avanzada y sobre los cuales dictó conferencias, cursos y publicó una infinidad de escritos. Visitó diversos países y continentes en procura de conocer, analizar y entender. Sus posiciones le valieron gran reconocimiento como catedrático, en particular en el Trinity College de Cambridge, pero también la prisión en al menos dos ocasiones. Intrépido hombre, libre de espíritu, de excelsa inteligencia y de alto nivel de racionamiento, sin prejuiciosos lastres, sin ligaduras estorbosas a lo preestablecido. Bueno es recordar a Russell ahora que cada cual anda “sacándose de la manga” conjeturas y simplezas; una citación interesante y meritoria a no perder de vista es su famosa analogía de la tetera, que así reza: “Si yo sugiriese que entre la Tierra y Marte hay una tetera dando vueltas alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de desaprobar mi afirmación debido a que yo fui cuidadoso en añadir que la tetera es tan pequeña que no puede ser vista ni por el más poderoso de nuestros telescopios. Pero si yo continuase para añadir además que como mi afirmación no puede ser refutada, sería una intolerable presunción de la razón humana dudar de ella, debería pensarse correctamente de mí que estoy hablando sin sentido. Si, en cambio, la existencia de tal tetera fuese afirmada en un libro de la antigüedad, enseñada como una verdad sagrada cada domingo e introducida gradualmente en la mente de los niños en las escuelas, dudar en creer en su existencia se convertiría en una marca de excentricidad y daría derecho a enviar a quien duda al psiquiatra en la era de la ilustración o al inquisidor en tiempos más antiguos.” Es que aquellas entelequias que los seres humanos nos fabricamos (unicornios, elfos, brujas, dioses, caudillos mesiánicos, embajadores celestes, etc.) por conveniencia, por necesidad emocional, por ignorancia, por desconocimiento de la ciencia, o por impaciencia de una respuesta inmediata a los muchos fenómenos que aún no ha descifrado la ciencia, no por ello se convierten en verdad –y menos absoluta– las especulaciones lanzadas y aceptadas por la muchedumbre. Aceptaciones obligadas so pena de incurrir en no sé que pecados, o chamuscados por pecadores o desadaptados en las hogueras contemporáneas; sí, esas que aún existen y que son manejadas con algo más de sutileza por teólogos, predicadores y exégetas baratos. Estos que con incontinencias léxicas y estridentes palabrerías defienden un arsenal de creencias, basado en la irracionalidad de la fe, y con las que intentan –con un cierto éxito en algunas franjas de población– convencer que nuestras mentes débiles e incompletas se deben plegar a sus utópicas suposiciones, añadiéndonos, más encima, la carga de la prueba de sus propias imaginaciones. No, aún así, a todos no podrán convencernos estos embaucadores, que fungen de ilustrados frente al maremágnum de la grey, que con desidia y comodidad los aceptan sin interrogarse, y se pliegan al pensamiento fácil inducido e impuesto por las religiones y sus análogas. Y añade Russell a este respecto: “Muchas personas ortodoxas hablan como si fuese la responsabilidad de los escépticos refutar ciertos dogmas en vez de que sea la responsabilidad de los dogmáticos el probarlos. Esto es, por supuesto, un error.” Y quienes no creen en sus dislates milenarios o en los nuevos inventados se les advierte, como otrora, que sus mentes son orgullosas y soberbias que desafían a los dioses y caudillos, que la complejidad e inescrutabilidad de los designios de estos no están a la altura de la comprensión del común mortal. Niegan entonces de entrada la posibilidad de un análisis y refutación de sus invenciones, que bien han tejido con suficiente ornamentación lingüística para que les creamos y renunciemos a poner en duda sus insufribles quimeras. Torquemadas remozados, de argucia peligrosa, de ladino proceder, obstructores del desarrollo mental, frenos del cambio, perduradores disimulados del medioevo, cancerberos de lo anacrónico y del oscurantismo. “El que cree que en el mundo los diablos nunca andan sin cuernos y los locos sin cascabeles, serán siempre víctima o juguete de ellos”, nos instruía Schopenhauer. Y a guisa de colofón y antídoto contra estas futilidades que se inventan o perduran en, dizque, nuestros “tiempos modernos”, un pequeño aforismo que acuñé y me guía desde hace años: "Que el coraje, parido con dolor de la razón, impere y se atreva a renunciar a la deidad y sus símiles, novelescos frutos de nuestras desesperadas fragilidades". ___ PD: La ocasión para recomendar la lectura de los escritos del gran Bertrand Russell; dos relacionados con el tema tratado en esta columna: ¿Por qué no soy cristiano? y Ensayos impopulares.
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