El miedo opera con fuerza. De entre todas las emociones que algunos intentan activar para obtener réditos electorales, quizás sean las que actúan sobre el temor las que más se utilizan como mecanismo de persuasión.
Fue el lingüista norteamericano George Lakoff quien dio forma a teorías anteriores que hablaban de la capacidad de crear marcos mentales a través de las palabras. Estos marcos, según Lakoff, cuentan con una fuerza poderosa porque proporcionan a la opinión pública modelos de interpretación de la realidad.
Lo relevante del asunto es que estos marcos no son, ni mucho menos, inocentes. Quien moldea las palabras para crearlos trata de instalar en la opinión pública un modelo de interpretación que le favorece.
En Colombia tenemos un ejemplo paradigmático de intento de creación de un marco mental que favorece a uno de los actores políticos clave como es el Presidente de la República.
Hay quienes llevan meses intentado blindarle de los posibles efectos negativos que, para sus aspiraciones reeleccionistas, puede tener el proceso de negociación con las Farc. El modo en que lo están haciendo es, ni más ni menos, que a través de las palabras. Y a través de ellas, tratan de establecer una dicotomía entre amigos y enemigos de la paz. Y, lamentablemente, esta estrategia cuenta también con las Farc como voceros relevantes, porque ellos, causantes de la guerra, entienden que les viene bien convertirse en forjadores de paz.
Poner la etiqueta de “enemigos de la paz” a quienes discrepan del modo en que el presidente ha llevado este proceso supone un intento de amordazar la crítica y de provocar temor en quien la hace y en la opinión pública. Buscan instalar el miedo a la guerra frente a la esperanza de paz, obviando que podríamos poner sobre la mesa el miedo a la injusticia y a la impunidad. O el miedo al fracaso de un proceso en el que ya se han hecho concesiones a la guerrilla.
Las palabras no son inocentes. Más aún, sirven para modular la realidad e, incluso, como señala el sociólogo español Manuel Castells, para “moldear las mentes”.
Bajo la etiqueta de “enemigos de la paz”, se pretende que no se hable del fondo. Que no se hable de las fallas técnicas, de ritmo, políticas y de transparencia del proceso de negociación con la guerrilla. Pretende que no se hable de que los secuestros y el reclutamiento de menores continúan.
Pretende que hablar de justicia y reparación sea vinculado a un espíritu guerrerista. Y pretende que el hecho de denunciar que las minas sembradas en el campo colombiano siguen truncando vidas sea considerado como un argumento oscuro.
Estamos ante el despliegue del miedo servido en pequeñas dosis constantes a través de palabras que no son inocentes.
Intentarán crear una dicotomía entre buenos y malos dentro del escenario político. Pero “enemigos de la paz” es como quieren denominar quienes alertamos sobre las consecuencias de una negociación mal llevada. A aquellos que queremos un proceso serio, riguroso, con garantías y con políticas de fondo que hagan que la paz sea una realidad para la sociedad colombiana, no una estrategia electoral al servicio de un grupo político.
Tratarán de jugar con las palabras que ocultan la realidad, que paralizan debates de fondo y que oscurecen la amplitud de puntos de vista, tan necesarios para entender hechos complejos.
Y será muy importante que otras palabras proporcionen claridad, sean honestas con la verdad y favorezcan el debate social, que es algo consustancial a la democracia.
Ser amigo de la justicia, de la verdad y de la reparación es ser amigo de la paz.
Para empezar a decir esto alto y claro, primero debemos ser amigos de las palabras. De palabras de esperanza que sustituyan a las palabras del miedo.
Las palabras y el miedo
Lun, 28/10/2013 - 15:25
El miedo opera con fuerza. De entre todas las emociones que algunos intentan activar para obtener réditos electorales, quizás sean las que actúan sobre el temor las que más se utilizan como mecani