Lo malo es bueno porque lo peor ya pasó

Sáb, 15/11/2014 - 17:17
“La verdad es una categoría que se suspende mientras se vive, 
es ilusorio ir tras ella, una pérdida de tiempo y una fue

“La verdad es una categoría que se suspende mientras se vive, 

es ilusorio ir tras ella, una pérdida de tiempo y una fuente de conflictos, una estupidez.

Y sin embargo no podemos no podemos evitar preguntarnos por ella,

 al tener la seguridad de que existe”. 

 J. M.

  FFernandez1 El último y reciente libro de Javier Marías, “Así empieza lo malo”, es un compendio de contundentes crudezas en donde el escritor en extensos parlamentos y con una aguda trama consecuente, presenta la veracidad de los hechos y valores de la vida como relativos a la conveniencia, sujetos al vaivén del tiempo y a las circunstancias del momento. Un gran pragmatismo envuelve el mensaje que podría colegirse de este escrito. Lúcido, alarmante, incorrecto políticamente, discutible, pero realista. La novela parte del supuesto shakesperiano en el que Hamlet aduce “Así empieza lo malo y lo peor quedó atrás”. Esta audaz conjetura implica, en el caso del libro, ignorar el pasado, no hurgarlo ni investigarlo; esa peligrosa caja de Pandora es mejor no abrirla porque se sabe qué se va a encontrar. En aras de una cómoda avenencia y de un avanzar dando vuelta a la página no se indaga, se hace “la sourde oreille”. ¿Para qué indagar sobre algo cuya respuesta se conoce de antemano? ¿Para qué conseguir confirmaciones cuando la incertidumbre y el olvido parecen mejores soluciones que la aclaración? “...al fin y al cabo éstos [los engaños] forman parte del natural fluir de la vida, inconcebible sin sus dosis de falsedad, sin sus equilibrios de verdad y engaño”. Un claudicar en la búsqueda de la verdad en pro de un seguir viviendo sin estorbosas arandelas pretéritas. La lectura del libro pasa por varias fases, la primera de desconcierto, en donde fácilmente se cree advertir que la narración no va a ningún lugar; el deseo de abandonar la lectura se hace fuerte, pero con creces superable al constatar que se trata de una convocatoria a discurrir sobre temas álgidos. La segunda mitad del libro mostrará al escritor, en poco más de 500 páginas, desarrollando aún más estos temas por boca de sus protagonistas, al tiempo que ata y concentra al lector en una sofisticada trama. La acción se sitúa en el Madrid de 1980; el periodo de despertar democrático y libertario español, el denominado de Transición que comenzó en 1975 con la muerte de Franco. Y lo hace el escritor a través del cineasta Eduardo Muriel y Beatriz Noguera su esposa, una pareja sumida en la incomprensión y el conflicto conyugal permanente, sin posibilidades de separación puesto que el divorcio en España aún no estaba instituido. Comparten el protagonismo con Juan De Vere de 23 años, y con un reconocido pediatra, el Doctor Van Vechten, ambos muy cercanos de Muriel, el primero por ser su ayudante y el segundo por amigo de larga data. Utiliza la novela a De Vere como narrador quien desde su edad adulta recuerda los años pasados y en particular la misión que Muriel le encomienda: hacer seguimiento a Van Vechten, ese amigo de oscuro pasado y gran preponderancia durante el régimen franquista. El curso de la investigación llevó a De Vere a conocer detalles nada favorecedores del investigado y que causaron honda huella en el joven. El corazón de la trama se sitúa en esta investigación así como en el involucramiento de De Vere en la conflictiva relación de Eduardo y Beatriz. Plantea el escritor a través del proceder de los personajes, y en particular del cineasta, dilemas de vida y ética sobre la (in)viabilidad de la fidelidad conyugal y por ende de la monogamia; de la justicia; de la amistad; del olvido de las afrentas; de la adaptabilidad camaleónica de los seres humanos aun ante situaciones que contrarían sus principios; del abuso del poder para extorsionar y obtener inicuos favores; del mantenimiento de la amistad por encima de los propios principios. Al lector de discernir sobre el pragmatismo que el cineasta predica y aplica y que le permite sobrevivir en un mundo –el de todos los días– que tergiversa verdades e historias reales, que atropella principios, sacrificándolos  y enfilándolos por cauces diferentes al de las “arraigadas” convicciones. Con el paso del tiempo y la aparición de nuevas circunstancias, de la verdad y los acontecimientos reales solo “restan tanteos y aproximaciones”, “la gente se cuenta los hechos como le conviene y llega a creerse su propia versión, su distorsión”, “ni siquiera el autor de un hecho es capaz de sacarnos de duda, en ocasiones; simplemente ya no está facultado para contar la verdad”, de esto nos advierte Marías. La praxis nos aterra con su triste verdad: para sobrevivir el ser humano ha de adaptarse a todo, vender sus principios, cambiar de bando, migrar sus convicciones políticas y hasta filosóficas. Y esto no le gusta confesarlo, lo oculta; además de que le da “vergüenza admitir las humillaciones sufridas y los acatamientos impuestos”, oculta el admitir que ha sido víctima, que ha sido sometido a actos de crueldad y que para subsistir ha tenido que rendirse y hacer méritos, congraciarse con el enemigo, con el torturador, que se pliega, pese al daño infligido por el régimen del vencedor. Si bien el ejemplo es dado en el libro con el vencedor franquista, la idea es válida para muchos otros casos, el discurso se vuelve universal. “Al cabo de poco tiempo el grueso de la población fue entusiásticamente franquista, o lo fue mansamente, por temor” y así fue desde el final de la guerra civil (1939) hasta la muerte del dictador (1975). En este paradigmático libro muchos temas desfilan, entre ellos: la guerra, el poder, el sexo, el (des)amor, el suicidio, pero dos tienen particular cabida: la justicia y la libertad. Sobre la primera, el escritor declara que no existe y menos después de una guerra o un gran conflicto, es de imposible aplicación porque la desborda y asusta la cantidad, la superabundancia de motivos y reos. Un pacto social tácito se establece entre víctimas y opresores para dejar las “cosas así”, sin pedir cuentas. “Si para que el país sea normal y no volvamos a matarnos es necesario que nadie pague, hagamos trizas las facturas y comencemos otra vez”. Triste premisa de horrendo pragmatismo, portadora de resquemores y venganzas privadas, y que concierne a Colombia por estos tiempos. Más inquietante aún es el tema de la libertad sobre el que escribe: “De lo primero que los ciudadanos con miedo están dispuestos a prescindir es de la libertad. Tanto que a menudo exigen perderla, que se la quiten, no volver a verla ni en pintura, nunca más, y así aclaman a quien va a arrebatársela y después votan por él”. Qué triste constatación y qué enorme advertencia. Y a título de colofón, percatarnos que el paso del tiempo acaba por desdibujar las acciones haciendo indistinguible, como bien lo indica el escritor: lo bueno y lo malo, el crimen y la heroicidad, la rectitud y el engaño. No sin razón Javier Marías ha sido desde hace ya algún tiempo presentido como el candidato español para la distinción del Nóbel.
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