Lo que perdió Occidente

Mar, 24/07/2012 - 01:03
La cultura occidental —más exactamente su expresión norteamericana— se ha ido tomando el mundo, y los conceptos de 'democracia' y 'capitalismo' llegaron a ser calificados como 'el fin de la hist
La cultura occidental —más exactamente su expresión norteamericana— se ha ido tomando el mundo, y los conceptos de 'democracia' y 'capitalismo' llegaron a ser calificados como 'el fin de la historia' para significar que se volverían los valores que todas las naciones acabarían aceptando. Mirándolo hoy eso no es tan claro; por el contrario la reivindicación de modelos políticos y económicos como el de la China muestran alternativas, o las crisis financieras de Europa y Estados Unidos parecen ser más que la crisis de unos países la del capitalismo (o por lo menos de su versión actual). Pero también es interesante ver qué características culturales ha ido imponiendo o cuáles lo diferenciaban de las de otras civilizaciones. Lo que parece que más se perdió fue el desarrollo del placer de los sentidos. Desde los griegos —o sea la cuna de 'Occidente'— hemos buscado explotar lo que llamamos la 'inteligencia' en lo que podríamos considerar sus variantes 'filosófica' (entender más) y 'tecnológica' (ser capaces de hacer más). De los aspectos sensoriales el principal y casi único que hemos mantenido y apreciado es el de la estética en lo visual y en lo auditivo; las artes plásticas y la música han sido cultivadas en las diferentes etapas de nuestra evolución —sobre todo la reciente, del Renacimiento para acá-, pero, en comparación con otras culturas, poco apreciamos el 'imperio de los sentidos'. La ceremonia del té en Japón; o los hamams o baños turcos; o la cantidad infinita de especies para condimentar delicados platos; o todas las técnicas de masajes thai, tibetano, con aromas esencias, etc. contrastan con lo práctico y eficiente de las recreaciones de nuestra 'modernidad'. Pero donde más se distinguen las costumbres en cuanto a sensualidad es en el tema del sexo. Occidente lo convirtió en un complemento de los sentimientos: amor y sexo debían ser una sola manifestación —el romance— y el segundo no solo debía ser condicionado o subalterno a la existencia del primero, siendo descalificado si se daba sin esa relación —era pecado, prostitución, etc. —. Nos alejamos de la sensualidad y por eso la dificultad para ver el placer sexual sin las complicaciones del amor romántico, y sin caer en la banalización que nos vende la tecnología —y la obsesión— occidental; el sexo incluso desde el lenguaje perdió el sentido de 'sensualidad', y se sustituyó por el mundo que muestran series como Sex in the City o Two and a half men (no por casualidad las dos series de más sintonía en Estados Unidos), y por toda la industria de la pornografía y los sex shops que brotan como los McDonald's o los Starbucks; lo que podríamos identificar como 'el sexo a la americana', ante enfoques como el del Kamasutra o tradiciones como las geishas. El aporte americano a la cultura en su desarrollo occidental podría considerarse que es el concretar esa tendencia a olvidar el valor de la sensualidad en sus diferentes dimensiones, desde el gusto de perder el tiempo, pasando por el arte de sacar placer de los sentidos o el encanto de las ceremonias rituales, hasta la búsqueda del refinamiento en lo que estamos tan pobres que la expresión que usamos es solo 'tener sexo'.
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