Los víctimos

Vie, 21/12/2012 - 09:01
Querido Niño Dios, en esta Navidad de las eras posmodernas y de los eros posmodernos quiero pedirle, como acto de honor a los mayas con su 21 12, que como ell@s nos permiten hablar simultáneamente d
Querido Niño Dios, en esta Navidad de las eras posmodernas y de los eros posmodernos quiero pedirle, como acto de honor a los mayas con su 21 12, que como ell@s nos permiten hablar simultáneamente de los dos géneros, ya que no son los mayos ni las mayas, nos traiga un regalo, o una dádiva para ponerlo en femenino: que para el 2012 llegue su hermana, la Niña Diosa. Un clamor justo y necesario que hacemos algunos y muchas para que las feministas, que justamente necesitan saludar a todos y a todas, incapaces de pronunciar una frase completa sin resaltar que en los auditorios y las auditorias están ellos y ellas, sientan el ánimo divino de reivindicar la presencia femenina con explícita garantía de que no se invisibiliza a la mujer y que de manera contundente se le reconocen sus derechos y, por qué no, hasta sus derechas. Ojalá no se llame Jesusa, porque en el apodo cariñoso terminarían por llamarla ¨Chucha¨. Y de lo que se trata es que en adelante las feministas, per se, puedan rezar libremente la novena mientras dan la oportunidad a los machos contestatarios de poder hacer su noveno al Niño Jesús. Es de lesa igualdad que se ejerzan las reivindicaciones equitativas para ambos géneros, porque el respeto al otro debe incluir que se respeta a la otra, ya que según las feministas modernas, de dos décadas para acá, es necesario hacer índice en que las palabras tienen carga sexista y el uso exclusivo o el abuso de las masculinas implica automáticamente ignorar las connotaciones femeninas y eso es discriminatorio. En teoría es un tema de equidad de género. Y aunque hoy no existe casi nadie que filosóficamente esté en contra de los derechos humanos femeninos, ni de las derechas humanas femeninas; con excepción obvia de Godofredo Cínico Caspa, de Roberto Gerlein y del Procurador Alejandro Ordóñez con sus connotadas procuradoras antiaborto y antimatrimonio gay, Hilba Miryam y María Eugenia, es probable que no haya a estas alturas alguien consciente de que las mujeres tienen menos derechos que los hombres. Es necesario y justo reconocer el cambio cultural que ha requerido el mundo y la nación, para no decir el país en masculino, el cual ha permitido avances en asuntos como el derecho de las mujeres a votar o a estudiar en la universidad, pero tristemente todavía no se ha logrado en la práctica cotidiana que se respeten todos los derechos femeninos. Sobre todo subsisten unas inequitativas usanzas populares que aún no se han desarraigado, en las que la señora debe cocinar, planchar camisas y arreglar la casa mientras el señor puede llegar tarde después de unos tragos para que su esposa le sirva la comida. Y aunque suene extraño todavía hoy se ven profesores en las universidades más democráticas que consideran que sus alumnas nunca darán la talla de sus pares machos. Y no se puede olvidar que aún pululan jefes varones que no ven méritos a sus secretarias mas allá de sus curvas, y que sobreviven suspicaces comentarios sobre los artilugios femeninos cuando se trata de un ascenso a una mujer por eficiente que sea. Y qué decir cuando va una dama al volante y resulta más fácil detectar, incluso por las propias mujeres, que la va a embarrar o explicarse de antemano por qué lo hizo. Pero la batalla por la equidad de género en los terrenos en que se ha venido dando puede estar en el lugar equivocado. Para empezar la ley de cuotas termina por discriminar a la mujer porque subyace la idea de que se vincula por derechos de género o por representación sexual y no por capacidad profesional y eso contribuye sustancialmente a la subestimación femenina. Y peor si esa lucha se adelanta en el campo del leguaje, donde se invita a adherirse a la posmoderna estigmatización del vocabulario, de tal suerte que cada vez que alguien quiera hablar en genérico no pueda recurrir a la riqueza idiomática que permite entender que cuando se habla o se saluda a todos, es a todos los seres humanos sin distinción y que si se habla de seres humanos no significa que alguien piense que las seres humanas no existen o no valen. Pueda ser que mañana los reivindicadores de otros derechos, como los raciales por ejemplo, no exijan que deba saludarse buenas noches a todos y a todas, a blancos y blancas, a negros y negras, amarillos y amarillas, en fin, porque se agota el tiempo del discurso en un saludo pretensiosamente incluyente. Peor aún si se le agrega la opción sexual, la cual sería algo como homosexuales hembras y machos, heterosexuales mujeres y hombres, y por ese camino se complica la cosa cuando haya que decir maricos y lesbianos, para hacer equidad de género con la palabra. O que para que no lo o la ubiquen como un o una representante de la caverna se tenga que ver en calzas prietas para decir buenas noches a todos y a todas, estamos aquí reunidos y reunidas para celebrar esta encontrada, y no hablar de encuentro, porque es masculino. Porque lo que se ha logrado con este enfoque reduccionista y con ese pretendido descubrimiento sexista es que el tema de la mujer se quede en meras palabras, en retórica y frases célebres. Pero como en todos los barrios y en todas las vecindades el asunto es que obras son amores y no buenas razones. Y por suerte este refrán contiene términos de ambas condiciones. Pero más difícil va a resultar cuando algunos hombres exacerbados o inspirados por la escritora argentina Esther Vilar y su libro El Varón Domado les dé por reivindicar sus derechos porque están en contra del significado excluyente de muchas palabras femeninas y quieran iniciar una cruzada para poder ir a asolearse en el playo, tirarse en el areno, pedir un toallo y un botello de cervezo. En todo caso es muy posible que con este artículo se desaten las fieras, porque ahí si puede salirse el efecto dominante de las hembras en la manada y tengamos que refugiarnos en el reino animal, donde irónicamente las mujeres detestan los perros mientras que los hombres adoran las perras, las solteronas aman los gatos y los solterones prefieren las gatas. Y que no se revelen los animales y las animales porque de repente querrán que existan los tortugos, los jirafos, los culebros, los hienos, los ballenos, los ardillos, los hormigos, los iguanos y hasta los mariposos. Se salvaría el águila que como los mayas o el agua, tienen pronombre masculino y sustantivo femenino, con lo se podría encontrar por ahí la salida semántica para la equidad de los feministas, que incluye ambos géneros, porque no sería ambas géneras o ambas géneros. O que quedemos todos y todas como el elefante que por terminar en vocal indefinida sexualmente sirve para ambos con géneres. Por ahora ya hay algunos amigos que han decidido montar una asociación de víctimos porque se sienten víctimas de las feministas y de sus nuevas opresiones lingüísticas y consideran totalmente injusto que la propia palabra víctima pertenezca al género opuesto. Que los perdonen las elidelsas, las alcaldesas, las juezas y las diputesas.
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