Misterios forenses: combustión espontánea

Mié, 26/10/2011 - 09:01
La medicina forense es como la Cenicienta de la medicina y de cenizas vamos a hablar. Su trabajo, como el de la muchacha en ese arquetípico relato, es metódico, escla

La medicina forense es como la Cenicienta de la medicina y de cenizas vamos a hablar. Su trabajo, como el de la muchacha en ese arquetípico relato, es metódico, esclavizante y frecuentemente menospreciado. Pero en ocasiones llega la carroza mágica de un juicio de famosos, un programa de televisión tipo CSI, una muerte bizarra y la gris muchachita se convierte en brillante princesa. No podemos olvidar que las ciencias médicas forenses tratan de resolver algunos muy curiosos problemas, apasionantes y casi literarios para quien tiene esa vocación.

 La patología forense tiene una perspectiva diferente a la patología médica general. Una investigación patológica usual se preocupa por establecer la presencia de una enfermedad y su por qué o sus causas. Una investigación forense se preocupa más por el cómo ocurrieron los hechos para establecer responsabilidad o culpabilidad. Ambas usan los mismos métodos o instrumentos médicos (autopsia, biopsia, exámenes de laboratorio) pero con distinto propósito y perspectiva. Aún así la medicina forense se enfrenta a algunos misterios dónde hay que definir si en verdad ocurrió el fenómeno (no todo es tan simple como una puñalada) y su causa. Un ejemplo de ello es la combustión espontánea de personas.

 La mayoría de las autoridades niegan que ella exista. Pero un forense irlandés acaba de firmar un certificado de defunción de una persona por combustión espontánea (BBC, 23 de septiembre, 2011). Se trató de un anciano de 76 años encontrado en su domicilio, en el suelo, con la cabeza hacia la chimenea, en invierno, totalmente quemado su cadáver, con signos de incendio solo en el suelo bajo él y en el techo. Los muebles y la vivienda no habían sufrido daño por fuego ni se encontraron rastros de acelerantes químicos de la incineración. El forense no pudo dar ninguna explicación del suceso y se vio obligado a firmar el certificado de muerte por combustión espontánea.

 Más allá de su ocurrencia en mitos y leyendas (rayos enviados por ira divina, por ejemplo) la combustión espontánea tiene registro histórico desde comienzos del siglo XIX (The Guardian 23 de septiembre, 2011). Un Dr. Trail publicó un caso en Inglaterra y se refirió a dos casos anteriores. Añadía su reporte el “descubrimiento” de un “aceite” en la sangre que se encendía rápidamente en personas, frecuentemente mujeres, que habían consumido “licores espirituosos ardientes”. Muy propio de los victorianos subrayar la frecuente ocurrencia del hecho en mujeres de vida desordenada pues las damas correctas no debían tomar alcohol más allá de una copita de oporto o jerez, y menos quedarse dormidas en ropa interior cerca a fuentes de calefacción. No vivo en Bogotá pero algunas niñas de la capital podrían meditar esa enseñanza.

 La más famosa referencia literaria a la combustión espontánea ocurre en Bleak House (Casa Lúgubre) de Dickens publicada en 1852-1853. Un personaje llamado Krook es encontrado consumido por fuego, detalle narrativo de ésta su mejor novela muy criticado por comentaristas inclinados a la ciencia. Es interesante la referencia literaria pues se le considera, tras los cuentos de Poe, como la primera novela donde un detective es personaje importante. Vemos entonces aquí el entrecruzamiento anterior a Sherlock Holmes de leyenda, literatura, investigación policíaca y ciencia forense.

 El siglo XIX dio entonces una explicación casi moral a la recurrente leyenda urbana de la combustión espontánea. El siglo XX no pudo dar una explicación científica a esos reportes y negó su existencia. Esto subraya el papel que tiene la ciencia en nuestra cultura: probar la existencia de lo que vemos. No creemos en algo si no se nos da una explicación científica.

 Esta exigencia de nuestra cultura tiene sus límites: ¿podemos dar una explicación científica a todo lo que ocurre y ha ocurrido ante nuestros ojos? De verdad no lo sé y es un problema filosófico profundo. Pero me inclino a creer en el rebelde e irreductible misterio de algunos sucesos de nuestra vida.

 Imagino la grave dificultad del forense irlandés ante un cadáver totalmente quemado no teniendo una explicación científica del hecho. La gran mayoría de los investigadores forenses niegan la posibilidad de combustión espontánea de humanos pues se necesitan más de 250º grados centígrados para iniciarla y un tiempo apreciable para consumir un cadáver. Esto lo puede atestiguar cualquiera que haya asistido a una incineración funeraria. Pero el osado patólogo de nuestro caso decidió ir en contra de la medicina forense contemporánea firmando un certificado de defunción sin tener una explicación científica de los hechos. Optó por creer lo que veía sin tener una explicación de ello. Valiente, ¿no?

 Todo lo anterior puede quedar simplemente como una anécdota en las noticias y una curiosidad en la historia de la medicina contemporánea. Pero subraya una dificultad en el diálogo de la mayoría de médicos con nuestros pacientes: solo creemos en verdades con explicación científica. Y podemos estar equivocados.

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