Ni partidos, ni gobierno

Lun, 04/03/2013 - 01:01
Ninguno está dando respuesta a las necesidades reales de la gente. Y no pueden hacerlo, mientras no ataquen lo que tienen que atacar.

Tan solo por instinto de supervivencia, lo primero que están
Ninguno está dando respuesta a las necesidades reales de la gente. Y no pueden hacerlo, mientras no ataquen lo que tienen que atacar. Tan solo por instinto de supervivencia, lo primero que están en mora de tomarse en serio es su rol frente a la economía. Pues, sobre asunto tan importante ellos ya no deciden. El orden globalizado impuesto les arrebató su papel direccionador en la materia y los puso a funcionar para sus intereses. La cosa es grave. Sometidos a los caprichos del gran capital mundial (inventor de un libre mercado en el cual los únicos libres son las grandes potencias y él mismo) mordieron el anzuelo. Como buenos gregarios se prestaron al marchitamiento de la función reguladora, recaudadora y de control del Estado. Con todo candor, no se percataron del verdadero propósito de los cerebros de ese gran capital, detrás de esta acción: hacerse a la mayor ventaja para el éxito de sus negocios extractivos y de venta de sus productos y servicios. El abuso de esas  dádivas nos tiene hoy en las que estamos. El medio ambiente y la biodiversidad en una maratón de devastación que acaba con las mismas comunidades. La supervivencia de la gente en entredicho por la baja cantidad y calidad del empleo que se genera. La revaluación de nuestra moneda, incontrolable por la entrada de capital foráneo para alimentar esos negocios, negadores de desarrollo (materias primas exportadas en bruto), que gobierno y partidos han consentido que nos monten. Esa misma revaluación y el albur de los TLC determinan en buena medida la suerte de nuestros productores agrícolas y de manufacturas. En otras palabras: Se tragaron el cuento de la globalización como facilitadora del comercio entre países. Desoyeron a quienes la advirtieron como el instrumento para que unos arrasaran con otros. De tal patetismo es nuestra clase política que, por andar acomodándose en unanimidad en torno a la torta estatal, no advierte la amenaza que para su propia existencia representa el animal grande y depredador que dejaron entrar. Dan pie al rechazo de la gente (sólo un 25.5% de colombianos simpatizan con algún partido) y cavan su propia tumba al permitir que la economía determine a la política y que el poder económico les dicte lo que tienen que hacer, cuando debería ser lo contrario. Lo que es peor; si no hacen nada para evitar que sigan así las cosas, no solo ellos sino el Estado terminará desapareciendo. Que se atengan a las consecuencias si no se ocupan de su razón de ser. Los reclamos de varios sectores de la mermada producción nacional (el reporte de crecimiento de la industria en 2012 fue de cero), que  por sus dificultades de subsistencia han empezado a explotar, son la materialización de ese manejo económico, cuyo producido alimenta bien a los dueños de los grandes negocios nacionales e internacionales; mal alimenta al Estado, y ni siquiera contempla destinar de esos recursos al fortalecimiento de la industria y del agro. Tan siquiera por remedo de que algo nos quede para el futuro. Tales demandas son afrontadas sin capacidad de respuesta tanto por gobierno como por partidos políticos: pañitos de agua tibia y manejo de imagen mentiroso constituyen la fórmula, sin que se llegue al fondo del problema. Por más que se concreten ayudas coyunturales, lo que hay que abordar es la dirección de la economía. Desde allá arranca la problemática. El rumbo trazado margina del bienestar a la mayoría. Seguramente eso explica la baja imagen favorable de Santos (44%) y la alta de Angelino Garzón (74%), quien ha defendido causas que apuntan al interés general que el modelo económico apabulla. La economía tiene que ser para los colombianos. La colectividad no tiene por qué estar relegada de sus beneficios. Al Estado le corresponde velar porque eso sea así. Lo contrario es la distorsión de su función. La cartilla del Consenso de Washington, que países como el nuestro aceptaron sin chistar, nos metió en estas. Les corresponde a los políticos sacarnos de semejante embeleco que sólo le sirve al gran capital. Pero ellos no dan muchas esperanzas de que vayan a ocuparse de lo que les toca. Carecen de la formación y del compromiso que el país exige. En el interés de los partidos por sumar integrantes de corporaciones públicas, nada importa que en la mayoría de casos la pertenencia se reduzca al hecho de salir elegidos bajo su rótulo. La feria de avales preelectorales lo confirma. Esa fragilidad institucional casa perfectamente con los individuos que se vinculan a las agrupaciones políticas sólo para ir tras la tajada lícita o ilícita que le puedan sacar al poder. El día a día de la corrupción así lo demuestra. Con tal desdibuje, ningún partido puede ser tomado en serio. Están ahí las razones que obligan a pensar en nuevos protagonistas de la política. Muchos descorazonados descreen de esa posibilidad. A otros les suena hasta ridícula la idea de las redes sociales como herramienta para canalizar ese propósito. Las elecciones de la semana pasada en Italia demostraron que tal cosa es posible. Sin mayores recursos económicos y con fuerte apoyo en estas redes, un cómico, anti político, Beppe Grillo, canalizó el descontento general con los partidos tradicionales y revolucionó la política italiana al conseguir la primera votación, con 8.7 millones de votos. 25 mil más que Bersani y 1.3 millones más que Berlusconi. A tal punto que agrandó el complique de la conformación del próximo gobierno de ese país europeo. Ojo políticos.
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