No hay balas perdidas

Lun, 23/05/2011 - 23:56
Quería dedicar toda esta columna al poderoso y ridículo presidente del FMI, Dominique Strauss-Khan. Decir que los hombres como él, amparados en el poder y en el dinero, se creen con derecho a tocar
Quería dedicar toda esta columna al poderoso y ridículo presidente del FMI, Dominique Strauss-Khan. Decir que los hombres como él, amparados en el poder y en el dinero, se creen con derecho a tocar, ofender y violar a mujeres en condiciones de inferioridad, convencidos que nada les pasará. ¿Quién va a creerle a una inmigrante pobre y negra? Sería la palabra de ella contra la de él, pensó seguramente Strauss-Khan. Entonces: ¡a lo que vamos! a usarla como si fuera un trapo de limpiar. Tienen razón las feministas, nuestro cuerpo se ha desvalorizado tanto que cualquier imbécil se cree con derecho a meternos mano. Basta caminar por las calles para ver hombres de diversos pelambres lanzando piropos a diestra y siniestra. Ayer no más presencié como un tipo detuvo su carro en mitad de la calle solo para piropear a una muchacha. He sentido ganas de iniciar una cruzada para que las mujeres piropeemos vulgar y abiertamente a los hombres que nos acosan en la calle. ¿Cómo se sentirían si les dijéramos  linduras del estilo que ellos nos lanzan? ¿Qué tal que nos refiriéramos vulgarmente a su pene o a sus nalgas? Sería pagarles con la misma moneda como lo está haciendo una mujer iraní a la que su exnovio cegó tirándole ácido en la cara. Ella ha logrado que lo condenen a perder la vista con el mismo método. Es la ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, lo que no me parece muy civilizado. Mejor insistir en que aprendan desde niños a respetar el cuerpo y la integridad de la mujer. Mientras tanto, que los “Dominiques” se pudran en la cárcel. Decía que quería dedicar la columna a este tema pero lamentablemente la inseguridad que estamos padeciendo no lo permite. Los delincuentes nos tienen rodeados. El sábado en Cali, María Olga Sanclemente murió por una bala perdida. Y este asesinato es una demostración más de hasta dónde hemos llegado o, mejor, hasta dónde ha llegado la delincuencia. Fleteos, enfrentamiento de bandas, asaltos a residencias, paseos millonarios, robos de celulares y carros están haciendo invivible la ciudad. Y el alcalde como si no fuera con él. Lo peor es que solo se dan respuestas individuales que no son soluciones efectivas. Hay quienes se aíslan en sus casas, rodeados de vigilancia y alarmas; otros se arman, creyendo que podrán responder a tiros; algunos deciden no llevar encima nada de valor; las mujeres cargan ahora dos carteras, una de simulación para entregar cuando las atraquen y la verdadera que la sepultan en el fondo del carro; hay quienes han decidido no hablar por celular en la calle; y otras personas prefieren no montar en el Mio para salvarse del apretuje y la robada. Paños de agua tibia para un cáncer que nos está carcomiendo. Un cáncer que no ataca solamente a los ricos. En los sectores populares la inseguridad es mucho peor, las cifras de muertes y heridos son absurdamente altas porque allá el día a día está hecho de balas y puñales. Conozco de cerca varios casos: A una mujer de Manuela Beltrán un barrio estrato uno de Aguablanca que perdió a su hija adolescente por una “bala perdida”. A una empleada doméstica que desesperada por los atracos en su barrio salió a vender su vivienda a cualquier precio. Me consta el robo de una motocicleta a un mensajero de una droguería, el robo del producido a un taxista amigo y el atraco a un bus interurbano en que viajaba un estudiante entre Cali y Jamundí. La inseguridad es para todo el mundo, es la democratización del desgobierno y la impunidad. Inseguridad hay para todos. A nadie se le niega un atraco, nadie se escapa de la violencia, ni los mismos bandidos que se juegan la vida a diario. Pero esa es su ley al fin y al cabo y no tiene que ser la nuestra. No queremos la Ley de la Selva, dónde sobreviven solo los más fuertes y los más fuertes son los que están armados y no tienen nada que perder. Tenemos que movilizarnos, exigirle al gobierno haga algo. Que saquen la policía a las calles, que refuercen la justicia y la Fiscalía, que cambien los códigos otra vez, si es necesario. Que la oralidad tiene empantanada la justicia, que como no hay despachos decentes no se puede trabajar, que la alcaldía no tiene plata, que son peleas entre bandas...  ¡Disculpas! Hagan que las cosas cambien, ¡para eso los elegimos, para que gobiernen! Necesitamos respuestas ya, porque en esta guerra de la delincuencia contra la ciudadanía no hay balas perdidas. Todas las balas dan en el blanco y todas matan.
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