Una bocanada de oxígeno. Es lo que ha recibido el proceso de paz entre el Gobierno y las FARC con la liberación del General Álzate y demás cautivos. Parece paradójico, pero es la dialéctica del conflicto.
Situaciones similares han ocurrido en esta larga guerra y en esta esquiva búsqueda de La Paz. El M19 abrió su camino definitivo a la civilidad con el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado. Y la firma del acuerdo de paz que condujo a la desmovilización de la Corriente de Renovación Socialista ocurrió luego del asesinato de dos de sus negociadores en manos del Ejército colombiano.
En esta ocasión las FARC dieron muestras de sensatez y de compromiso con el proceso. Procedieron en corto tiempo a liberar a los cautivos y encomendaron a dos de sus dirigentes, Pastor Alape y Luis Antonio Losada, para que dirigieran personalmente las liberaciones evitando cualquier riesgo de desacato de sus tropas.
El papel de los países garantes y de la Cruz Roja Internacional fue estelar para que este episodio tuviera un buen final. Operaron como un mecanismo idóneo para atender vicisitudes que como estas ponen en serio riesgo las negociaciones. Y el Presidente Santos hizo gala de prudencia y carácter.
Decidió una suspensión temporal de las conversaciones para dar un compás de espera a la solución del incidente y no cedió ante las presiones de quienes pedían tirar todo a la borda y cancelar definitivamente los diálogos.
Pero superado el impase resultan inevitables algunas reflexiones. El Gobierno sabe que tiene a su favor la escasa legitimidad de las guerrillas en la opinión pública. Que la tolerancia de los colombianos a sus acciones, como las que privaron de la libertad a los dos soldados en Arauca o al General Álzate y sus acompañantes, tiende a cero.
Y que por ello las se dio el lujo de poner contra las cuerdas a la dirigencia guerrillera y presionar la solución que, por fortuna, hemos celebrado. Pero el Gobierno debe saber también que fue víctima de su propio invento. Que es natural que ocurran estos hechos cuando se negocia en medio del conflicto. Que mientras transcurran las conversaciones no estamos exentos de que vuelvan a ocurrir.
Por esa misma razón es que vale la pena pedir el compromiso de las partes en no interrumpir, por ningún motivo, unilateralmente la negociación de paz. Que ninguno se levante de la Mesa hasta que no se firme un acuerdo definitivo. Y que siempre, como en esta ocasión, se acuda al papel de los países garantes y acompañantes como mecanismo de blindaje del proceso.
Pero también resultaría útil que las partes evalúen la necesidad de un desescalonamiento de la confrontación, un acuerdo parcial que genere en la opinión nacional e internacional una mayor confianza en el proceso.
Quizás de nuevo a las FARC le corresponda hacer el gasto. Y podría dar el primer paso decretando una Tregua unilateral de sus acciones en esta época navideña. Esa sería otra bocanada de oxígeno a la Mesa de La Habana.
@AntonioSanguino
Oxígeno a la mesa de La Habana
Lun, 01/12/2014 - 08:09
Una bocanada de oxígeno. Es lo que ha recibido el proceso de paz entre el Gobierno y las FARC con la liberación del General Álzate y demás cautivos. Parece paradójico, pero es la dialéctica del