Mis hijas se llevan varios años de diferencia y he podido contemplar los pasos de la niñez a la pubertad de Paloma, a la adolescencia de Sara y a la juventud de Ana María. El tiempo cobra otra dimensión desde esos tres ángulos de visión tan diferentes. Gracias a esto, mi lugar en el mundo -en una etapa de la madurez en la que ya se anuncian las últimas etapas de la vida- lo asumo de manera tan diferente al pasado que me obliga a preguntarme si estoy siendo consecuente con los ideales y los sueños que han animado mi vida y si podré asumir con mayor responsabilidad los retos que, por las vicisitudes de la juventud, quedaron pendientes.
Por eso veo con mucha admiración a las nuevas generaciones. Si a mis padres, como a los de muchos de mi generación, les tocó una inmensa lucha para sacar adelante sus familias y a nosotros responder -en la medida de lo posible- a ese sacrificio, a nuestros hijos se les presenta la oportunidad tan esperada de participar en la transformación de Colombia y convertirlo en el gran país que soñamos desde tiempo atrás, construido a partir de la unión de talentos y fuerzas de esas tres generaciones permitiéndoles a las venideras desarrollarse en un país de oportunidades, progreso y paz.
En la tranquilidad del primero de enero me distraigo escuchando viejas canciones que me acompañaron en la adolescencia y entre ellas una que otra de Piero:
Para el pueblo lo que es del pueblo
porque el pueblo se lo ganó.
Para el pueblo lo que es del pueblo.
Para el pueblo liberación.
Y aprovecho la soledad para escuchar de nuevo el diálogo entre Fernando Londoño y Paloma Valencia con el que La Hora de la Verdad despidió el año 2013. Y, como en la canción, estas dos personalidades de distintas generaciones hablaron de que al país, como dice la canción
lo partieron en pedazos
y ahora hay que volverlo a armar.
Esa vieja canción y ese diálogo hacen renacer en mí la ilusión de que se presente la oportunidad tan esperada de construir una patria justa y equitativa, haciendo de 2014 -si los colombianos despiertan del letargo al que se han visto sumidos por un gobierno despilfarrador, burocratizado e inepto- el año que pasará a la historia como el del inicio de esa grandiosa empresa.
Paloma Valencia es una clara muestra de cómo los esfuerzos de sus ancestros han sido recompensados. Muchos abuelos colombianos ven con orgullo a sus nietos convertidos en jóvenes admirables capaces de asumir responsabilidades que en el pasado se asignaban a los mayores. Esta mujer combativa y valiente -como María Corina Machado en Venezuela- los representa.
Paloma es una excelente alumna que con respeto saca provecho de lo mejor de sus maestros. Para ella Fernando Londoño posee claros méritos que le reconoce con gratitud. Resalta, entre otros, que es un maestro en la política, un argumentador incisivo, un sabio que a través del periodismo cumple una función trascendental, un hombre lleno de valor para defender la libertad con la palabra y un pilar fundamental del uribismo.
Paloma ha recorrido gran parte del país escuchando y compartiendo con los olvidados, con quienes sufren las consecuencias de los malos gobiernos y de la violencia de la que con su silencio es cómplice la clase dirigente bogotana, como sin temor acusa.
“¿Cómo una madre le puede decir a su hijo que se va a las Bacrim que no tome el camino del mal cuando se está mostrando, con el ejemplo de las FARC, que el crimen si paga en Colombia?” Se pregunta indignada Paloma al ver las intenciones del estado de premiar a los violentos.
Como fiel vocera del uribismo propone una visión integral a partir de conceptos esenciales que llevaría a que el Estado tenga la obligación de impedir que a la gente la maten, que a las madres les roben a sus hijos y se lleven a sus niñas, a borrar del mapa todas las minas anti personales -que son la demostración más infame de la violencia de los terroristas-, a evitar que ataquen los pueblos, a recobrar la confianza inversionista "haciendo del desarrollo económico el nuevo nombre de la paz como lo proponía Pablo VI y nos lo recuerda Fernando Londoño."
Pero sobre todo, hacer un gobierno para el pueblo, conectado con el país, comprometido con el cambio y solidario con el dolor de los humildes a quienes hay que brindarles oportunidades y no limosnas que esclavizan. Construir un país de ciudadanos libres y dignos que no dependan de políticos corruptos. Eliminar del discurso la demagogia y proponer una verdadera revolución social. “No creo en el servilismo de los colombianos, creo en la libertad” nos dice Paloma con toda sinceridad.
Y la canción termina con esta estrofa que entendemos desde una muy diferente perspectiva ahora, cuarenta años después:
Y ahora el pueblo está en la calle
a cuidar y a defender
esta patria que ganamos
liberada debe ser.
@CarlosSalasSilv
Paloma
Jue, 02/01/2014 - 10:33
Mis hijas se llevan varios años de diferencia y he podido contemplar los pasos de la niñez a la pubertad de Paloma, a la adolescencia de Sara y a la juventud de Ana María. El tiempo cobra otra dime