Es interesante recordar aquella época, hace más de dos décadas, en la que como una montaña sobre la espalda, cargaba un cúmulo de rocas llamadas culpas. No era claro que era lo que pasaba, pero sí, como pesaba. Estas sensaciones que aunque conocidas eran desconocidas. Pesaban tanto que se oprimía el pecho, se estremecía la piel, se revolcaba el estómago, las ideas parecían un remolino desordenado navegando sin rumbo por el aire, la memoria no se acordaba de ella misma, las noches eran tan obscuras que no se sabía cuándo se volvían día. Y hasta las acciones se convertían en una intermitencia de cortos circuitos que envolvían el día a día. Fue así como llegó ese grato momento, en el que pude mirar de frente y a la cara esa sombra grande y pesada llamada “Culpas”.
Existía la posibilidad de caer en picada poco a poco por el peso, o quitar suavemente cada una de las rocas que agobiaban el Alma. Desde allí nació la elección. La obscuridad de la noche se convirtió en “claridad”, el remolino se transformo en “firmeza”, el estremecimiento y los cortos en “conección y entendimiento”.
Ahora les digo:
Es madurez, es “madurez” poder mirar hacia atrás y entender, que lo que se eligió, fue lo que se considero en ese momento, desde los recursos que se tenían. Si se hubieran tenido otros, otras hubieran sido las elecciones.
El tiempo no se devuelve, lo que fue “fue”. Los errores estan en el pasado y no se pueden cambiar, entonces:
¿Para qué culparse?
Lo que sí es posible, es cambiar en el presente, lo que se quiere que sea diferente.
“El error es una forma valiosa de aprender, de crecer, y de evolucionar, gracias a lo que fue y que aquí y ahora, usted puede transformar”
¿Para qué culpas, si no las hay?
¿Para qué culpas, si no las hay?
Sáb, 09/12/2017 - 06:28
Es interesante recordar aquella época, hace más de dos décadas, en la que como una montaña sobre la espalda, cargaba un cúmulo de rocas llamadas culpas. No era claro que era lo que pasaba, pero s