Bogotá no tiene quién la quiera. Bogotá, como las gordas, se expande en todas las direcciones. Bogotá es la casa de Colombia, y la casa de ninguno. Bogotanos, gonorreas, ninguno de ustedes quiere a su ciudad. Ardua tarea la de encontrar a alguien que tuviera algo original que decir sobre Bogotá, cualquier motivo para querer a Bogotá. Uno de mis tíos no lo piensa dos veces, Lo rico de Bogotá son los tiquetes de ida. Esto aguanta porque acá hay trabajo, dice el director. Acá hay mucho que hacer, mucha cosita, dice el profesor. El escritor finalmente se decide por, Yo preferiría vivir en la costa. El productor se ríe, a mi me encanta la estupidez bogotana. Se habla un español de primera calidad, dice la empresaria, orgullosa. Al primo de catorce años le gustan los centros comerciales, aclara que el de la esquina de la 11 con 82. ¿Qué carajo hace un jovencito de catorce años en ese centro comercial? Yo pasé por ahí para encontrarme con alguien para algo que ya no era desayuno y todavía no era almuerzo, y como andaba con Visa, me compré una billetera para hinchar con monedas y tarjetas de descuentos.
Yo no odio Bogotá, nunca odié Bogotá. Nunca hablo mal de Bogotá. No la amo tampoco, no la llevo en el corazón. Pero, hey, cuando todos los Súper Amigos andan por ahí y no hay quien conteste el teléfono en el Salón de la Justicia, alguien tiene que hacerlo, alguien tiene que decir algo positivo sobre Bogotá. Soy consciente, la foto de Bogotá está en la enciclopedia cuando se busca Caos. Yo veo a esa Bogotá en construcción y pienso, ¿cómo estará esto en casi diez años? Bienvenidos al tercer mundo. La ciudad esta creciendo. Aparentemente -porque no me entero de nada y todo me importa un culo- en manos de algunos pillos y otros menos preparados, por eso todo está pasando al mismo tiempo y a todos enloquece. También es cierto que estuve en la capital cuando ninguno de ustedes estaba allá y a ninguno de ustedes extrañé, pero vi esos huecos en las calles, y vi a esos tipos pidiendo plata por haberlos tapado durante la noche cuando todos dormíamos.
Mis amigos que viven en Bogotá, pocos, son de los que les queda grande el corazón para el cuerpo. Son mis tesoros. Me recogen en el aeropuerto y me llevan a ver la decoración de la peluquería de Norberto. ¿Quién no sabe quién es Norberto, quién no le ha visto la cara? Virgen Santísima. Son momentos como ese en los que creo en Dios, y le pongo mayúscula.
La casa de mis viejos, para mí es un placer llegar a la que era la cama de mi hermano el Republicano, y dormir paralizada, aplastada por muchas cobijas. El cinturón de castidad que mi vieja ha diseñado para mí. Qué bien le hace a mi alma el amor que me dan mis viejos, amor como ninguno. Qué delicia que de día solo necesite una camiseta y de noche una chaqueta liviana, o un saco y una pashmina. Un espectáculo esas nubes que parecen sacadas del cielo del Springfield de los Simpson. Parecen de algodón, están muy cerca, se siente como si se pudieran tocar con subirse a la azotea del edificio más alto. Vamos a parchar allá, allá nos vemos. Las montañas, son majestuosas, poderosas, son magnánimas, me hacen sentir ínfima, me recuerdan la humildad. Las estrellas en el cielo, no hace falta ser poeta. Se ven todas, si hubiera prestado atención en Astronomía podría nombrar las constelaciones… allá arriba hay fiesta, y no es tan lejos.
¡El ajiaco! Bendito. Durante nueve años solamente extrañé el ajiaco, ahora extraño a mis viejos, que son unos caramelos. El verde que se ve en Bogotá, los árboles. El bosque ridículo que se extiende hacia el cielo, subiendo por el puente de la 100 hacia la Séptima, la entrada de Alicia en el País de las Maravillas, surreal. ¿André Breton nunca pasó por Bogotá? Quizá entonces hubiera dejado tranquila a Frida Kahlo… El arequipe De A. con oblea, en ese orden. El queso Sabana. La Circunvalar; por allá verán pasar carros voladores en el futuro, cuando algún milagro haya remplazado la bocina. La Avenida Séptima, la Candelaria, las Torres del Parque. La cercanía de la Sabana, la Calera y Villa de Leyva. Los colores que tiene la ciudad, hay que entender los ojos como una bendición. La ciclovía, una elegancia. ¿Carriles para bicicletas por donde no pasan los carros y los camiones? Gracias. Lo baratas que son las peluquerías, la peluquería Las Estrellas del Cabello…¿quién dijo que si se dijera cabello serían cabellerías?
Los jeans apretados de las bogotanas. La falta de bolsillos que les vuelven los culos transparentes. Aquí no hay engaño. Lo baratos que son los taxis, lo rápido que flotan cuando todos duermen. Los grafitis que forran la ciudad, estos personajes son unos artistas. Qué rico se come en Bogotá, coman por mí. No necesita uno bajarse del carro en un supermercado, en los semáforos venden de todo. Y si no quiere comprar nada, mire al payaso metiéndose una bola de fuego en la garganta. No se quema. Tampoco hay que bajarse del carro para conseguir drogas, mariachis o prostitutas. Se consigue cualquier tipo de opiáceos y barbitúricos sin receta médica, se consigue cualquier cosa, también se le consigue la receta médica si no la tiene. Se le consigue, también, una monjita que le cure la artritis degenerativa en la espalda a punta de rezos, hablando en lenguas. Bogotá surreal, Bogotá mágica, headquarters del Indio Amazónico.
Las máquinas de lavar la ropa en cada casa… agradezcan. Lo baratas que son las empleadas domésticas… Bogotá descarada, huevo de avión. Lo fácil que se consigue parqueadero por la noche. Se puede entrar a un buen bar con dj sin que cobren cover, y solo hay que soportar el ego retrasado de la farsándula nacional. Modelitos desteñidas de brassiere negro y esqueleto blanco de boxeador, en el mejor de los casos. Modelitos bisexuales que no han salido del clóset porque todavía tienen miedo. Modelitos de pelos largos, que cortan con los huesos, modelitos que salen con billetes grandes, modelitos que no tienen cambio y en cambio tienen cientos de ojos encima. Patéticas y fascinantes.
En Bogotá se improvisa, en Bogotá se visita a los amigos sin anunciar la llegada. En Bogotá abre las puertas un portero y el taxista se baja del carro a tocar el timbre. En Bogotá es más fácil romper la ley, y es bien fácil pagar la cárcel sin tener que sufrirla. Moral de plastilina.
El atardecer bogotano reflejado en los edificios que hay en los cerros orientales. Más tonos de naranja de los que se encuentran en una caja de 200 colores. El pueblo inculto bogotano que improvisa antes de quedar en evidencia. Magos. Maestros. Los barrios bogotanos, el mundo en Bogotá. California, Milán, Babilonia, Zaragoza, Viña del Mar, Ginebra, Lisboa, San Diego, Egipto, Manila, Buenos Aires, Atenas, Barcelona, Ciudad de Londres, la Bella Suiza, San Francisco, Capri, Antigua… ¿A dónde quiere ir?
Cualquiera puede sentirse bogotano, Bogotá es la casa de todos. Bogotá es la casa de Carolina. Y como piedra mata tijera, Carolina Sanín es mi reina, la reina de Bogotá. Carolina, ahora que aprendiste a manejar y andas motorizada, pasa por mí y vamos a dar vueltas y a burlarnos de las botas de gamuza negras, hasta las rodillas, de las lobitas sin bolsillos en sus jeans, esas que esperan las busetas que paran en todas las cuadras y todas las esquinas. Vamos a perseguir a las chivas transeras, a echarles huevos a los turistas bogotanos desfilando frente a la peluquería de Norberto. Déjame poner mi iPod y sorprenderte con las canciones que tú nunca te imaginaste que yo me sabría, déjame mirarte esas ojeras que me desbaratan, mientras tú manejas concentrada y brava porque preferirías estar en Barcelona.
Divina, Bogotá bendita, regalo a mi ego. Bogotá arrecha, de manos inquietas, besos con lengua, sentimiento de culpa. Bogotá de silicona. Bogotá caderona. Bogotá drogadicta, Bogotá creativa. Bogotá obsesiva, sos un poema. Bogotá de piropos ligeros, piropos que quedan tatuados. Bogotá de lágrimas dolorosas, amigos reciclables. Bogotá de lentejuelas, horquilla en el pelo y perla en la boca. Bogotá peligrosa y paranoica, Bogotá prostituta, me muero contigo.
Bogotanos son todos. Apátridas, viven sobre dinamita…
Twitter: @Virginia_Mayer