Las encuestas muestran una alta intención de voto en blanco. Esto es un hecho. La mayoría de los analistas ha asociado esta tendencia a un rechazo explícito a la clase política y detrás de ellos, varios grupos de ciudadanos han aprovechado para montar campañas de promoción del voto en blanco en las elecciones parlamentarias.
Resulta necesario señalar que es posible hacer una segunda lectura sobre el voto en blanco y es el voto en blanco como respuesta a la tremenda confusión que causa en el electorado la multitud de propuestas electorales. Existe una cacofonía política ensordecedora que impide que la mayoría de ciudadanos obtenga información clara y distinguible sobre las distintas ofertas electorales. Es imposible distinguir la paja del trigo pues todos los candidatos se presentan con banderas similares: renovación, lucha contra la corrupción, mejorar las condiciones de vida de la gente y buscar la paz.
Muchos señalan que la campaña se caracteriza por falta de ideas. La verdad es totalmente distinta, sobran las ideas, pero no se distinguen. En esto los medios poco contribuyen pues excepto situaciones de escándalo, la cobertura informativa no se ocupa del análisis programático. El incentivo para los candidatos es generar alguna situación escandalosa y por esa vía obtener algunos minutos de pantalla que generen el reconocimiento necesario para catapultar al candidato y despegarse del lote de aspirantes anónimos.
Si algo debe quedar claro es que estas deberían ser las últimas elecciones con voto preferente. Si la competencia se desarrolla entre partidos los ciudadanos podrán escoger entre 6 o 10 alternativas y que además podrán evaluar el desempeño del partido como un todo y no de cada uno de sus miembros. Sin voto preferente los electores no tendrían que analizar cientos de propuestas provenientes de candidatos que en muchos casos han visto pertenecer a diferentes partidos.
Una democracia necesita política pluralista y cuerpos representativos donde se expresen las diferentes demandas. En todas las democracias predomina la insatisfacción con el desempeño de los políticos, excepcionalmente la gente se siente bien representada. Las razones para ello difieren mucho, mientras en Estados Unidos se les endilga el radicalismo y su falta de voluntad de entendimiento, en Colombia los lazos de la política con la corrupción provocan una clara indignación.
Frente a esta situación promover el voto en blanco no deja de ser una alternativa facilista y populista. Por una parte, es claro que el voto en blanco tiene sentido en elecciones uninominales (alcaldes, gobernadores, y hasta presidente) porque allí no solo es viable obtener una mayoría que vete a los candidatos en contienda y que obligue a una nueva elección sino que puede hacerse claro el rechazo a un determinado comportamiento de los partidos. En cambio, en el caso de elecciones plurinominales (concejos, asambleas y congreso) no sólo es muy poco probable alcanzar la mayoría absoluta que fuerce a una nueva elección, sino que añade a la elección un factor más de confusión.
Como es fácil decir que todos los políticos son malos, las propuestas de voto en blanco calan en una ciudadanía escéptica y apática. Pero el efecto práctico es que los ciudadanos que así actúan lo que hacen es evitar que surjan aquellas propuestas realmente renovadoras del espectro político. Con su actitud populista le niegan a quienes realmente pueden hacer la diferencia la oportunidad de convertirse en alternativas políticas serias. Con ello lo que hacen es profundizar lo que tanto critican, el control de las instituciones por una clase política que no representa a los ciudadanos.
El populismo blanco puede resultar atractivo en estas elecciones, pero una cosa es segura, esa no es la forma en que se construye la democracia. Lo que necesitamos son liderazgos renovadores, no tanto en términos generacionales sino de actitud frente a lo público. Hay que votar, pero para fortalecer la democracia, no para seguirla deslegitimando.
@JuanFdoLondono
*Director del Centro de Análisis y Asuntos Públicos.