¿Qué se siente cuando a uno le da una convulsión? La primera vez que sufrí una fue en el Honorable Congreso de la República siendo Directora de la Dian. Habíamos terminado una larga jornada, 17 de diciembre, que marcaba el fin de las sesiones de ese año. Eran las doce de la noche y se acababan de aprobar los bonos de paz. Los congresistas nos estaban invitando a tomar trago para celebrar y mi amiga Fabiola y yo nos alistábamos para ir.
De pronto sentí un miedo profundo, aterrador, como el que debe sentir un animal que se ve cercado o la persona a la que le apuntan con un revólver y sabe que se va a morir. Me abracé a Fabiola y le dije que tenía miedo. Lo próximo que me acuerdo era que estaba sentada en una silla con infinidad de personas alrededor y no sabía donde estaba ni reconocía a nadie. Todo el mundo me llamaba por mi nombre. Al fin reconocí a alguien y le dije "Ministro". Era Juan Camilo Restrepo, mi jefe, en ese entonces, Ministro de Hacienda. Fabiola me dijo que había convulsionado y luego vi las imágenes en televisión, yo desmadejada sobre una silla que sacan en hombros los congresistas. Es la única vez que me han sacado en hombros de algún lado.
La sensación de miedo que sentí al principio es lo que se llama el aura, generada en el cerebro en el lugar donde va a ocurrir la descarga eléctrica, porque eso es una convulsión, una descarga de la actividad eléctrica del cerebro. Durante una convulsión de este tipo, llamada grand mal, solo se siente el principio, el aura -que no siempre se presenta- y el final, la confusión y dolor de cabeza. Durante el episodio se pierde el conocimiento. Estas convulsiones generan más miedo para los testigos que para quien las sufre. A veces pienso que el origen de la convulsión fue haber compartido tanto tiempo con los congresistas que es una experiencia surrealista.
En la segunda convulsión que tuve, el aura fue más extraña. Estaba viajando Bogotá-Nueva York con un colega llamado Esteban. Viajábamos en primera clase y cuando llegamos a la sala de embarque tuve una sensación muy extraña, como estando en un túnel y viendo a las otras personas desde afuera. Yo no era parte del paisaje sino espectadora. Al hacer la última cola donde nuevamente le requisan a uno todo me encontré con el expresidente César Gaviria que estaba muy juicioso colocando sus zapatos en la máquina de rayos X. Lo saludé, a pesar de lo extraña que me sentía.
Subí al avión y el malestar empeoraba. Me senté justo adelante del presidente Gaviria. Me agaché porque sentía oleadas en la cabeza y un malestar terrible pero indescriptible. De pronto abrí los ojos y me encontré con una multitud de personas mirándome en la cabina de un avión. Me sentía paranoica. Al lado mío en el pasillo había un hombre joven hablándome pero yo le gritaba que no me hablara, que no lo conocía. El presidente Gaviria decía "Fanny tranquila, tranquila, ya todo está bien" y yo le gritaba "¡Usted quien es, por qué me habla!" y el seguía tratando de calmarme.
El señor del pasillo me dijo que me había dado una convulsión y que él era el médico del aeropuerto. Yo no podía creer que había médico en el aeropuerto y menos tarde en la noche. Eso fue más sorpresa que la convulsión. De pronto vi un rostro compasivo que me decía "Fanny, ¿no me reconoces?" y yo dije "Esteban". Ahí se me acabó la confusión y después de mucho pelear el médico me convenció de bajarme del avión, en esas condiciones la aerolínea no me podía llevar. Nuevamente no sentí nada durante el episodio, pero esta vez el aura fue más larga y aterradora que la primera. Este episodio fue largo porque alcanzó a llegar el doctor y todavía pienso lo mas extraño de esta experiencia, también surrealista, es que hubiera médico en Eldorado a las 10 de la noche.
Me volvió a dar otra convulsión en un aeropuerto similar a las anteriores pero sin aura. Pero las más aterradoras que me han dado son dos pequeñas convulsiones muy diferentes de las anteriores, llamadas convulsiones de ausencia donde la persona pierde el conocimiento por unos segundos. Lo malo esta vez es que estaba manejando en una autopista de seis carriles en Atlanta. De un momento a otro me di cuenta que me iba a dar con el separador de cemento. Había perdido el control del carro y no sabía como. Maniobré para el otro lado y el carro empezó a hacer eses hasta que logré dominar el timón. Fue un infinito milagro que me hubiera salvado. Me puse a llorar sin saber bien qué había pasado, cuando nuevamente perdí el conocimiento por breves instantes y me tocó maniobrar otra vez.
Ahí entré en pánico total y tuve que bajarme del carro en un hotel a llamar llorando a gritos. A esas pérdidas de conocimiento momentáneo son a las que les tengo pavor. Las otras casi siempre se anuncian con el aura y el susto es para los demás, no para uno, que no siente nada. El problema es si uno va manejando carro.