Todo el mundo quiere vivir en Nueva York. Levante la mano el que no. No veo manos. Nueva York dista muchísimo de ser la mejor ciudad del planeta. Cualquier ciudad del mundo es un sueño durante una semana. Nueva York es un infierno las otras 51 semanas.
Los turistas esperan todo el año para venir a NYC en verano, y cuando llegan se fritan como un pollo, les cuesta trabajo respirar y todo les huele a mierda, aunque el olor nauseabundo no salga en sus fotos de Times Square y Central Park. Los turistas son, de hecho, de lo malo que tiene esta ciudad. Hacen que todo sea mucho más caro y enlentecen el caminado. Ese caminado dominguero que hace que los locales queramos jalarnos los pelos hasta que salga sangre. Los turistas amigos que quieren venir a quedarse en mi casa… Ni mierda, vivo en un apartamento enano en donde solo quepo yo.
Llega el verano y la temperatura puede subir hasta 44 grados centígrados. El aire se vuelve espeso y no se puede respirar. Se suda como una fuente y se suda debajo del agua. No es divertido. Puedo tener boletas gratis para el concierto de David Bowie, primera fila en VIP… no me interesa, no salgo de mi cuarto. Sentada a dos centímetros del aire acondicionado a la máxima potencia, amenazando con morirse en cualquier momento, teniendo en cuenta que en absolutamente todas las casas de la ciudad la gente tiene el aire acondicionado prendido al máximo.
En verano las ratas no se esconden y salen buscando aire fresco. Pululan. Andan por todas partes, gigantes como gatos, no le tienen miedo a la gente y muerden. Si no hay ratas hay ratones, caen del techo, sobre la cama cuando estas durmiendo. Y si ratas y ratones no son razón suficiente para no venir, también hay cucarachas tan grandes como la batería de un celular. Caminan por las paredes, entre los platos limpios y la comida, sobre la cama, entre los cajones, entre la ropa limpia, en la ducha, sobre el escritorio… Están por todas partes. Pareciera que tampoco le tuvieran miedo a la gente, pero no muerden. En verano la basura se pudre en la calle. Montañas y montañas de basura en bolsas de plástico negras en los andenes esperando a que la recojan. Huele a mierda, huele a muerto, huele a demonio, huele asqueroso. En las calles casi no hay árboles, no hay verde. ¿Y quién tiene tiempo de ir a Central Park? ¿Además, cuál es la gracia? Si está prohibido beber alcohol públicamente, y también está prohibido fumar cigarrillos, lo que hace imposible camuflar un porro. Y para rematar, ¿sentarse en un parque a mirar qué? ¡Si en esta ciudad no se ven las estrellas! Aquí brillan más las luces artificiales que la luz de las estrellas.
Bueno, ya, se acabó el verano y pronto llegará el invierno. Esta ciudad no está preparada para la cantidad de nieve que cae. No tienen recursos para recoger la nieve y en cambio esta se acumula hacia el cielo y empieza a derretirse apenas sale el sol. Entonces caminar por la calle es un suplicio porque esta todo mojado y resbaloso, es demasiado fácil caerse y romperse la cara. La nieve derretida se acumula en las esquinas y se arman unas piscinas que llegan por encima de los tobillos. Además la nieve negra, gris y marrón no tiene nada de divino. Uno espera que la nieve lave la ciudad, pero lo único que hace es dejar aún más en evidencia la inmundicia en la que vivimos a diario.
Otro problema, Manhattan es el primer mundo. El estado de Nueva York tiene recursos para mantener la isla, pero no le queda plata para Brooklyn, Queens, el Bronx y Staten Island; solo hay presupuesto para Manhattan y el resto es el tercer mundo. Las calles de Brooklyn están llenas de huecos al mejor estilo bogotano. Por fuera de Manhattan viven los inmigrantes pobres y los negros. Hay barrios a los que es mejor no ir, y mucho menos después de que baja el sol. Hay zonas en Brooklyn en donde la policía les aconseja a los blanquitos que no anden solos. Ese es otro problema que tiene esta ciudad, el racismo de los negros hacia todos los que no parezcan negros. Casi todas las semanas hay un tiroteo en un McDonald’s, o una morena histérica peleando con el cajero, hasta que se monta sobre el mostrador con una vara de metal y le da en la cabeza y lo deja en coma e hinchado, a punto de explotarse. Algunos McDonald’s ahora tienen guardias de seguridad… ¿dónde se ha visto? Esta ciudad está llena de locos. Y no son locos chistosos, son locos peligrosos. Andan por todas partes y se acumulan en el subway. Hasta hace poco había un par de jovencitas que andaban cortándole la cara a mujeres blancas con una lata a plena luz del día, el tren lleno de gente.
La gente en esta ciudad vive apurada. Todo el mundo vive corriendo, nunca hay tiempo para nada. La gente pierde el temperamento con mucha facilidad, es peligroso porque aquí llega gente de absolutamente todo el planeta, y pareciera que aquí llegaran los más locos. No es recomendable hacer contacto visual con la gente en el subway, es uno de los primeros consejos que me dieron cuando llegue hace nueve años. La gente baja las escaleras de las estaciones del subway corriendo sin importarles a quién empujan, sea un hombre ciego, una viejita con un bastón o una mamá alzando un carrito con un bebé. No todas las estaciones tienen ascensor, y las que tienen escalera mecánica, ¿de qué carajo le sirven a alguien en silla de ruedas? Las escaleras… las escaleras… está lleno de escaleras, suben y bajan como un cuadro de Escher. Son imposibles, agotadoras y hediondas. Cargar paquetes en el subway es una pesadilla. Las estaciones más grandes son laberintos interminables, sucias y más viejas que muy viejas. Las estaciones, en su gran mayoría son asquerosas. Huele a orines, los orines de los indigentes que duermen allí por la noche y usan las paredes como si fueran orinales. Los techos chorrean líquidos asquerosos e imposibles de definir, y también chorrean los trenes, llueva o no llueva. Y si toda esta inmundicia no es suficiente, los fines de semana el subway es un caos. No corren todas las líneas y no es claro cuáles corren y cuáles no. Los anuncios por altoparlantes no son claros, no se oye o no se entiende nada, y uno puede quedarse en una estación durante horas esperando un tren que nunca va a llegar. Aquí también la gente se mete al tren sin esperar a que se bajen quienes van saliendo, en una carrera para coger los pocos asientos libres. Los hombres se sientan con las piernas abiertas como si tuvieran las pelotas hinchadas y hacen cara de culo cuando les pides que te hagan un espacio para que te sientes. Algunos personajes almuerzan o comen en el tren y todo huele a pollo frito o a comida de la calle. Otros más hediondos sacan el cortaúñas y se cortan las uñas en el tren lleno de gente. La gente enferma tose y estornuda sin taparse la boca. Es muy común que los jóvenes en patotas empiecen a gritar como si estuvieran en una fiesta, o ponen música a todo volumen… y esto en el mejor de los casos, porque también pasa que ultrajan a la gente porque sí, porque pueden.
Un taxi de Union Square hasta mi casa en el gueto, en Brooklyn, cuesta mínimo 28 dólares incluyendo la propina (aquí a todo el mundo se le debe la propina, por todo). Y eso no es todo, a los taxistas no les gusta llevarte fuera de Manhattan, entonces se ponen de mal humor y putean, y después putean aún más porque no consideran que la propina fue suficiente. Y ni que hablar de los taxis y taxistas que huelen hediondo, y los taxistas que se ponen bravos porque bajaste la ventana y ellos tenían prendida la calefacción o el aire acondicionado.
En esta ciudad es muy complicado conocer gente. En los bares la gente sale en grupo y son herméticos e impenetrables. Las lesbianas, particularmente, son antipatiquísimas, no conozco lesbianas más mala onda que las de esta ciudad, me rindo. La gente es muy hostil, los pobres por pobres y los ricos porque no soportan a los pobres. Es el estado natural de la gente, todo el mundo está a la defensiva, todo el mundo es agresivo. Es una ciudad tremendamente solitaria, acá es muy fácil volverse un ermitaño. Todo el mundo está programado para sobrevivir y es muy fácil volverse un robot que vive solamente para suplir necesidades. Yo también me he vuelto un pedo atómico en esta ciudad. Era pedo cuando llegué y ahora soy radioactiva.
Caro, todo es violentamente caro. Pago 700 dólares por un apartamento mínimo donde en mi cuarto solo cabe mi cama y mi ropa. En esta ciudad es un lujo tener closet. Todos los espacios son tan reducidos que no hay closets. Existen los colombianos orgullosos de vivir en Times Square, y va uno a ver dónde viven y es un chiste. Viven en un micro-mini estudio donde les cabe la cama, un escritorio y el inodoro, pero viven en Times Square, donde hay más turistas, ladrones, vendedores y medios de comunicación que en ninguna otra parte.
La construcción es muy barata, las paredes son de papel. No exagero, no soy capaz de usar mi vibrador porque no quiero que el vecino sepa en las que ando. A veces lo oigo toser y le grito desde mi cuarto.
— Vecino, ¡No fume más!
— ¡Ay, déjeme!
Por alguna razón inexplicable, las casas no tienen bombillos de luz en el techo, solo hay la posibilidad de conectar lámparas. Y después están las alarmas que detectan humo, no existe nada más sensible que esas alarmas. Hierve uno agua para cocinar huevos duros y empieza a pitar con rabia. Hay más, en ninguna parte se puede controlar la calefacción, entonces uno o se frita o se congela, no hay más opciones.
Movilizarse en esta ciudad lleva mucho tiempo, además del tiempo que toma planear cualquier movimiento. En Nueva York no se improvisa, no hay tiempo. Las iglesias dan misa con parlantes en la calle, y si usted es satánico, fúmese esa misa porque no hay más opciones. Los vegetales y las frutas son de pésima calidad, viejos y carísimos. Acá una manzana empieza a podrirse desde adentro… ¡Sorpresa! Las flores son carísimas. En las calles siempre hay ratas aplastadas que inicialmente son puré de tripas y después se vuelven como la piel de vaca que tengo en la sala. Ni en el Amazonas deben verse los insectos mutantes que he visto por aquí y no voy a decir nada sobre los chinches de cama…
Esta ciudad es un mito. Las razones por las cuales es famosa son inaccesibles para la gran mayoría de personas que vivimos acá. Que emoción la cantidad de conciertos que hay todas las noches, pero, ¿quién tiene 478 dólares para ir a ver a Paco de Lucía? ¿Quién tiene 120 dólares para salir a cenar, comer postre y tomarse un par de tragos en un restaurante decente? Esta ciudad es imposible.
No deliren, bonitos, aquí no hay ningún American Dream.
Twitter: @Virginia_Mayer