Todo está consumado

Sin haber sido firmado el proceso de paz produjo ya la primera víctima: la Constitución de 1991. En una bochornosa alianza pegada con mermelada que va del Polo, pasando por los verdes, los liberales, los vargaslleristas y los conservadores, se aprobó la semana pasada lo que será el desmonte de la Constitución y el derrumbe de todos los principios legales que garantizan las libertades. El gobierno logró, a punta de presupuesto, que se aprobara el fin de la separación de los poderes (ley habilitante), la impunidad por crímenes de lesa humanidad (blindaje de los acuerdos) y la negación del principio de la soberanía popular (los acuerdos de paz no pueden ser desconocidos ni siquiera por el pueblo). Si a ello le sumamos un plebiscito amañado con un umbral despreciable, se puede concluir que los Acuerdos de La Habana se impondrán a los colombianos a las malas. La Corte Constitucional, en una jugada maestra, se opuso a la reforma del equilibrio de los poderes para luego lavar su imagen aprobando, en las próximas semanas, todos estas cargas de profundidad contra el sistema democrático colombiano. De esa forma protegerán sus intereses, que quedan intocados, y serán los grandes aliados de la paz santista. Olvidarán todas sus sentencias anteriores en las que afirmaban que, según la escuela alemana que tanto se nos refriega, hay principios que están por encima de política y que no pueden ser amenazados por ninguna causa. Como los jueces alemanes en la era nazi, que justificaban los atropellos contra la legalidad argumentando la necesidad del orden, dirán que la paz todo lo justifica. Como en la Pasión, todo está consumado. Sólo falta que en una escenografía que cueste varios cientos de miles de millones, el próximo 20 de julio se firme el Acuerdo con la presencia de todos los sapos del planeta que ensalzarán a Santos, el hombre de la paz, el Ghandi del siglo XXI. Vendrá el plebiscito donde, en medio de ríos de mermelada, votarán con entusiasmo las maquinarias convencidas que la paz es la permanencia del régimen de corrupción y la impunidad para los políticos. Mientras tanto los colombianos empezarán a entender que La Habana no traerá la paz. Volverán a tener miedo de moverse, de opinar y de pensar diferente. Abrirán los ojos para descubrir que detrás de la paz de Santos se esconde un futuro muy diferente al que los amigos de la paz nos han pintado. Miguel Gómez Martínez Asesor económico y empresarial migomahu@hotmail.com