Nota: Dados los últimos acontecimientos y debates en torno al tema de la corrupción, hemos decidido publicar nuevamente este artículo que permanece de insufrible vigencia.
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Que fácil es enarbolar banderas contra la corrupción; que fácil explicar la nocividad del engendro; que fácil buscar réditos electorales (o sociales) exhortando desprecio a este flagelo; y que fácil caer en él cuando no se entiende o no se tiene asimilado de verdad y en su contra como un valor propio inquebrantable.
La palabra corrupción nos produce un efecto de rechazo inmediato, y es gran fortuna que esta reacción visceral y refleja exista. Es negativa a primera vista y en ella involucramos inmediatamente a los políticos que defalcan el erario público. También es muy positivo, así sea desesperante, que nuestra actitud de repudio enfile baterías contra ellos y que exijamos, así sea de palabra, una finalización y remedio a esta ignominia.
Los expertos tienen sofisticadas definiciones mediante las cuales precisan minuciosamente la semántica del concepto de corrupción; para hacer más asequible el discurso acojámonos aquí a una definición más empírica, no obstante cierta: un acto de corrupción significa el incumplimiento de manera intencionada del principio de imparcialidad con la finalidad de extraer un beneficio personal o para personas relacionadas. Es decir, una falta de ética, un entorpecimiento a lo convenido pública o privadamente; o sea, una transgresión al pacto social (explícito o implícito) que garantiza la sana convivencia y la igualdad de derechos y oportunidades.
Lo más visible y que “instintivamente” causa repulsión son los actos incorrectos de los políticos, y que tristemente se repiten con insufrible frecuencia: el Soborno, mediante el cual con sumas módicas o elevadas se compra un servicio personal a un funcionario público. El Tráfico de influencias, que consiste en utilizar la trascendencia personal en ámbitos de gobierno o incluso empresariales, a través de conexiones con personas, con el fin de obtener favores o tratamiento preferencial. El Nepotismo, que es la favoritismo que se da a parientes, amigos o allegados para los empleos públicos o reconocimientos sin evaluar las capacidades que poseen para el cargo a desempeñar. El Peculado, que se configura cuando una persona se apropia del dinero público que debía administrar. La Colusión, que es un acuerdo ilícito que establecen dos o más partes con el objetivo de provocar un perjuicio a un tercero. La Obstrucción a la justicia o el Uso ilegal de información confidencial. Y la lista es larga y se conjuga en amplísimas variedades, todas ellas con el apelativo de delito.
Ahora bien, el concepto de corrupción es muy extenso e involucra hechos y personas no sólo de esferas políticas o públicas. ¿Somos conscientes que cuando se entrega dinero a un agente de tráfico para evitar una multa se incurre en un acto de corrupción, tanto quien la ofrece como quien la recibe? Y que sobreviene cada vez cuando en respuesta al consabido ¿cómo arreglamos esto? se entregan unos billetes. Es un acto de corrupción para ambas partes. ¿Somos conscientes de ello –reitero? No, de este hecho no se es muy perspicuo o se funge no serlo, sólo son corruptos los empleados públicos y en general cuando se implican en cantidades altas de dinero. Yerro, la corrupción es de pequeñas y grandes cantidades, de funcionarios públicos así como de usuarios y clientes, de empresas como de civiles.
¿O es que estamos dispuestos a aceptar grados de corrupción, e incluso a exonerar de culpa y adjetivo culposo los casos de cuantías no elevadas? Parecería que sí. ¿Cuál es entonces ese límite (moral) a partir del cual hay incorrección y se entra en la categoría de la infracción? Sin embargo, no hay término medio, en la categoría de este delito entran también las “pequeñeces” como: Los religiosos que cobran diezmos y primicias que recolectan en sus iglesias y luego vuelven moneda de bolsillo que invierten en bienes privados (los apartamentos en Miami son muy apetecibles); El pago que se hace al empleado para evitar el corte de servicios públicos por un retraso en la cancelación de la factura correspondiente; El que concede puestos a sus amigos y familiares aprovechándose del poder e influencia que tienen, en detrimento de otros más capaces; El que paga propinas para hacer avanzar algún proceso saltándose a los demás; El que se aprovecha del poder que ostenta para obtener beneficios sexuales de sus subordinados; El que hace trabajar a salarios ilegales y en jornadas sobrepasando la ley; El que paga (o recibe) para ganar un contrato o una licitación pública; El que compra o vende un voto electoral; El que inunda de “mermelada” a funcionarios para conseguir la aprobación de sus designios gubernamentales (difícil adivinar de quién se trata...); El que lidera y crea carteles de contratación. En esto no existe la noción de dosis personal tolerable, cada consumo es un delito. La corrupción puede darse en cualquier contexto. ¿Somos todos corruptos o sólo los políticos cuando atacan al fisco público?
En materia estatal estiman algunos políticos que la solución a los problemas es cambiar las personas y las organizaciones y colocar en su lugar a otras que ejecuten los mismos actos. ¿Acaso la corrupción es buena o mala según quien la practique? Eso constatamos en Venezuela en donde la corrupción cambió de manos; esta pasó a manos bolivarianas, las que mentirosamente hacían grandes prédicas en su contra; y fue con creces que estos abusadores desangraron el país, y de peor manera que los anteriores dirigentes.
Los políticos que dicen representar al pueblo y odiar la supuesta aristocracia corrupta de nuestro país, desean entronizarse como tales a pesar de sus fingidas críticas, tienen los mismos hábitos, les gustan los mismos lujos, poseen las mismas residencias ostentosas, se visten y calzan de grandes marcas, se ornamentan con valiosas alhajas, anhelan esas mismas oportunidades de prevaricar que en público enjuician para obtener el beneplácito de las urnas. A esos hay que desenmascararlos, son igualmente corruptos que aquellos que constituyen su blanco de reprensiones. Advertía sapientemente Voltaire: «Aquellos que pueden hacerte creer absurdidades, pueden hacerte cometer atrocidades».
Reflexión 1: A no quejarse cuando observamos los exabruptos que llenan las hojas de los periódicos y que tanto exaltan nuestros ánimos, cuando también en menores cuantías los practicamos; el fondo es el mismo, la categoría moral no se define solamente por las cantidades involucradas, lo pequeño es el origen de lo grande y pertenece al mismo repudiable género. Los principios éticos no son negociables.
Reflexión 2: La premisa de anticorrupción no debe ser caballo de batalla electoral que oculte otras intenciones, como introducir autoritarismos que so pretexto de reprimir el condenable hecho elimine también nuestras libertades, nos lleve por caminos de miseria y a la postre produzca más corrupción en manos de otros.
¿Todos corruptos?
Dom, 02/09/2018 - 03:07
Nota: Dados los últimos acontecimientos y debates en torno al tema de la corrupción, hemos decidido publicar nuevamente este artículo que permanece de insufrible vigencia.
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Que fácil es e
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