Por Ignacio Arizmendi Posada
Enrique VIII, fundador de la iglesia anglicana, mandó al patíbulo a quien fuera su canciller, sir Tomás Moro, porque éste no quiso patrocinarle las picardías amorosas. El día de la ejecución, cuando ascendía hacia el patíbulo, Moro -elevado luego a los altares- dio un fuerte abrazo a su verdugo...
Anécdotas, a propósito de un mensaje que se repite en la Colombia de nuestros días, que más o menos sostiene lo siguiente: “Los colombianos debemos fraternizar y unirnos para hacer un país donde quepamos todos”.
Supongo que cuando hablan de “fraternizar” quieren decir abrazar, amar, perdonar, interesarse en las cosas de los demás, contribuir a su felicidad y bienestar, no darles motivos de disgusto, etc.
Perfecto. ¿Quién, con una pizca de corazón, inteligencia y sindéresis, se opone a dicha expectativa?
Sin embargo, al contemplar la Colombia de nuestros días, plagada de perendengues e ideologías de toda clase, me puse a pensar (aún puedo pensar libremente) en algo muy específico: qué hacer para fraternizar con quienes, por sus ideas marxistas-leninistas, es decir, comunistas, te quitarán mañana tus bienes y libertades si triunfan, por ejemplo, en las elecciones de 2018, según han dicho y hecho donde quiera que gobiernan.
En busca de unos elementos de juicio para responder la inquietud, como tuitero escribí un tuit personal a varios líderes, entre ellos el papa Francisco, Álvaro Leyva, Iván Cepeda, Humberto de la Calle y el padre Francisco de Roux. El tuit, palabra más, palabra menos, decía: “Usted pide que los colombianos fraternicemos. ¿Cómo lo hago con quien mañana, por sus ideas, me expropiará los bienes y libertades?”.
Ninguno de ellos me contestó -lo esperaba así-, quizás porque tengo pocos seguidores en Twitter (algo más de mil) o porque la pregunta carece de corazón, inteligencia y sindé- resis.
Me puse, entonces, a imaginar que recibía respuesta de los mencionados personajes o que hablaba con ellos para lograr sus luces y resolver la cuestión planteada.
Del papa Francisco, próximo a venir a Colombia, supuse que, en medio de sus numerosas y fatigosas ocupaciones, se desocupaba de mi tuit con unas palabras de este orden: “No te preocupes, hijo mío. Abrázalos y deja que la historia deje las cosas donde deben quedar y duerme en la paz del Señor”. Ciento veinticuatro caracteres, dentro de los estándares de Twitter.
“Dejar que la historia deje las cosas donde deben quedar”: ¡pero si ya se saben en dónde van a quedar! En las manos, muchas de ellas ensangrentadas, de aquellos compatriotas y unos extranjeros enceguecidos por unas ideas totalitarias y expropiadoras.
“Y duerme en la paz del Señor”: ¡por Dios, su santidad! ¿En qué mundo vive usted? De Álvaro Leyva, un importante compás en el pentagrama de las Farc, me imaginé que recibía dos o tres tuits que, en conjunto, venían a expresar: “No se asuste, sumercé. Conozco muy bien a las Farc y los grupos de su cuerda, y no son tan malos como dicen los medios capitalistas. Ellos sólo buscan su felicidad y la de todos”.
¿“Mi felicidad” y la de todos? Claro, la de todos los de su cuerda, doctor Leyva, de la cuerda de ellos. A usted, pienso, no le expropiarían ningún bien ni ninguna libertad. Salvo que le dé por hacer cosas bajo cuerda.
Supuse que también me respondía, pese a sus evidentes y explicables recelos, el senador Iván Cepeda, ciudadano, hasta donde lo percibo, de esencia “farciana”. Venía a decirme que las expropiaciones y demás prácticas totalitarias eran consustanciales a la revolución “boli-farciana” que desean imponer en la Colombia del siglo 21, y que me tocaba elegir una de tres conductas, muy comunes en el reino animal: someterme, enfrentarme o volarme. Agradecí su sinceridad porque no se iba por las ramas. Los ecos de las selvas y “las montañas de Colombia” para algo le servían.
¿Y de Humberto de la Calle también imaginé que me contestaba? Claro que sí. Con él tuve una grata tertulia alrededor de un buen café en Madrid, España, hace diez o más años, por lo cual me puse en la tarea de conjeturar su respuesta: “No te preocupés, hombre Ignacio, ni te adelantés a los acontecimientos. Ponete, mejor, a pensar que las Farc ya no existen y que la paz empieza a cubrir a este país después de una guerra de más de cincuenta años. No jodás”.
Del talante paisa de tales palabras, ingenuas, ingeniosas y llenas de ají pique, pasé a un diálogo supuesto con el sacerdote jesuita Francisco de Roux, persona de bien, también destinatario del tuit no contestado.
-¿Entonces –me habría preguntado– usted desea saber cómo fraternizar con quienes podrían expropiarle sus bienes y libertades?
-Sí padre.
-¿Usted es cristiano?
-En lo humano, sí, en lo teológico, no.
-Si usted va a perder su vivienda y sus libertades, no debe inquietarse. Jesús fue muy claro: si le revientan una mejilla, pone la otra, don Ignacio. Además, ¿para qué conservar los bienes de la tierra si pierde los del cielo?
-Pero, padre, ¿por qué debo fraternizar con quienes me violentarán por no ser de sus ideas?
-Recuerde que Jesús nos dejó dicho que debemos amar a los enemigos, perdonarlos y comprenderlos. ¡Cielos! Fue Troya.
--- También imaginé que si Tomás Moro tuviera cuenta de Twitter, me habría contestado la pregunta hecha a los ciudadanos citados. Incluso una más: ¿su señoría abrazaría a los verdugos hoy? Invito al lector a que suponga la respuesta.
¿Un abrazo a lo sir Tomás Moro?
Lun, 21/08/2017 - 04:06
Por Ignacio Arizmendi Posada
Enrique VIII, fundador de la iglesia anglicana, mandó al patíbulo a quien fuera su canciller, sir Tomás Moro, porque éste no quiso patro
Enrique VIII, fundador de la iglesia anglicana, mandó al patíbulo a quien fuera su canciller, sir Tomás Moro, porque éste no quiso patro