“Ser uno, ser único, es una gran cosa.
Pero respetar el derecho a ser diferente es quizás más grande”
Bono - músico, Premio Nobel de Paz 2005
Hay nociones de respeto perniciosas y como tales causan daño: esas que connotan semánticas de sumisión, pleitesía o imposición. Nos extenderemos aquí sobre aquella utilizada por una parte de la sociedad que se siente tranquila y “respetada” según sus congéneres adopten sus patrones personales de vida. En particular, nos referiremos a un supuesto respeto al que deberían ceñirse los homosexuales en su actuar público, cohibiéndose de expresar cualquier manifestación que delate su género o afecto por sus homosemejantes.
En un entendimiento adecuado, el respeto tiene la característica de ser mutuo e involucrar el principio de reciprocidad. Se respeta antes de pretender ser respetado. Y, por supuesto, tiene innatamente la cualidad de tolerancia, es decir, de admisión de la diferencia del otro.
Pretenden algunos exigir y hacer obligatoria una norma rebatible y arcaica, que tildan de respeto, y que consiste en impedir que las parejas homosexuales manifiesten públicamente expresiones de su afecto, esas mismas que los censores de marras realizan sin empacho con sus parejas heterosexuales. Y para apoyar tan pusilánime proceder argumentan que es mal ejemplo para la sociedad y para sus hijos. Y no se contentan con pensarlo, lo despliegan con gritos, insultos y por la fuerza. Homofobia se llama esto.
¿De dónde surge la idea de que a un niño no se le debe hacer partícipe visual del cariño de una pareja homosexual? Temen un contagio, lo aseguran. Como si la tendencia sexual se transmitiera, como si esta no fuese algo tan profundo y arraigado genéticamente que ninguna influencia visual cambia o desvía. La única modificación que causa esta influencia es el aprendizaje de la tolerancia, a esto están expuestos los niños, y bien que así lo sea: la educación por la constatación de la calle, la ilustración por la vivencia, la enseñanza de la diferencia, la instrucción sobre la vida real. En modo alguno confundir esto con la indecencia y la obscenidad, tal como lo gritaba recientemente un pelele a una pareja homosexual en un conocido Centro Comercial capitalino, haciéndose el superhéroe de pacotilla, mientras violaba todos los códigos legales y de sociedad. Esta pareja fue violentada por este rudimentario personaje que les exigió respeto, ese respeto mal entendido del que hemos venido hablando. Regreso al medioevo.
De lo que se debe evitar a los niños no es de la manifestación del afecto homosexual, sino de la violencia a ultranza, esa de la que sin mayor control hacen abundante acopio la calle, las mismas familias y la televisión.
Respetarse a uno mismo es el inicio del respeto, por esto es incomprensible escuchar a algunos homosexuales decir que respetan sus casas familiares, las de sus padres y por ellos se prohíben allí cualquier manifestación de sus tendencias y caricias. Esta frase anodina tiene hondo significado e implicación en sus vidas porque constituye la negación de su sentir delante de sus propias familias. De esta manera admiten que sus padres, hermanos u otros tengan manifestaciones de afecto, ternura, contactos físicos, mientras se los niegan para sí mismos, en nombre de un sacrosanto respeto, mal entendido. Un yugo aceptado para no crear problema, para no interferir con la tradición y la ley patriarcal. Bajo esta consideración no llevan ante sus familias a sus parejas, y soportan con paciencia y aceptación servil que sus propios hermanos sí puedan ejercer en familia expresiones cariñosas con sus parejas. Aceptan esta desigualdad, promueven esta injusticia.
Hay, al menos, dos maneras de enfrentar el tema de la tolerancia, que reiteremos es la base del respeto: la ideal, que consiste en aceptar que hay diferencias, que los seres humanos son distintos y que su proceder, cuando no coarta la libertad del otro, debe ser admitido; consiste en dejar vivir al otro con sus diferencias. Es un intercambio de aceptaciones: el otro admite mis diferencias y yo hago lo mismo con las suyas. Aquí lo importante es tener la convicción de la diferencia y aceptarla, lo que no significa hacer propio el actuar del otro, ni imitarlo. No entorpecer el libre desarrollo del otro, es el criterio. Es algo así como “vive y deja vivir”, que aunque manido estribillo es pauta provechosa de convivencia. Y es que en el fondo se trata de eso, de establecer dentro del grupo humano una regla ecuánime que permita una mejor avenencia, que cree armonía y evite hostilidades. Es buen principio gregario.
Otra manera de enfrentar la tolerancia es soportando, aguantando. Es una pseudo-tolerancia que se basa en la mera sujeción a la ley, en el callar frente al proceder del otro, así no se comparta. No es el mejor método, pero cumple en buena parte el objetivo de no agresión. Práctico método, aunque riesgoso porque su aplicación pende de un hilo frágil, dado que no hay convencimiento, sino sólo esfuerzo de voluntad sin asimilación de derechos, y fácilmente desmoronable dejando de manifiesto la discrepancia no aceptada.
Este último método es el practicado por las religiones, homofóbicas por principio. Ven de mal ojo las prácticas sexuales no orientadas a la procreación; sus doctrinas instruyen a tener relaciones limitadas a la heterosexualidad, acogen a los homosexuales a regañadientes y con el objetivo soterrado de “convertirlos”, de “sanarlos” de la gran enfermedad que, creen, padecen. No es tolerancia, sino una estrategia para imponer sobre el otro su voluntad, esa verdad revelada, que dicen ejercer en nombre de su dios.
Desde hace buen tiempo se está en fase pedagógica mediante la cual se explica que la homosexualidad no es una enfermedad; leyes se han establecido después de tantos años de opresión y oscurantismo para garantizar la igualdad de derechos para todos los géneros, así como elevado la noción de tolerancia al grado de deber ciudadano y definido sanciones en caso de desacato. Es tiempo de pasar a la fase de sanciones previstas por la ley para quienes quebrantan el respeto debido a la diferencia del otro. Quiera la voluntad de la pareja agredida y el ejercicio de la ley por parte de las autoridades competentes que se imponga la conveniente reprensión al agresor, así como a los policías del Centro Comercial quienes fungiendo de jueces de una moral vetusta impusieron sanción pecuniaria a unos besos amorosos.
Reiterar que sobre este aspecto y después de longuísimos debates democráticos, leyes laicas bien precisas han sido decretadas. Estas estipulan la no discriminación de género, que incluye el matrimonio igualitario y la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales. No obstante, persisten individuos que haciendo caso omiso a estos acuerdos sociales aspiran a un regreso a las desigualdades del pasado. Para estos que no han querido entender ni acatar la ley debe caer el peso de esta misma con toda su carga punitiva, a fin de dar lección a quienes se obstinen en naufragar por el camino de la intolerancia que ahora es ilegalidad.
Un respeto homofóbico
Sáb, 27/04/2019 - 20:11
“Ser uno, ser único, es una gran cosa.
Pero respetar el derecho a ser diferente es quizás más grande”
Bono - músico, Premio No
Pero respetar el derecho a ser diferente es quizás más grande”
Bono - músico, Premio No