Cuando Dante Gabriel Rossetti entró a la universidad, quería dedicarse a las letras, pero quería dedicarse a las artes también. Entonces estudió letras en King’s College, y artes en la Royal Academy, y durante años llevó esa doble vida, sin atreverse a escoger una de ellas. Varias veces se encontró con profesores, y más tarde con críticos, que no lo tomaban como un pintor serio por dedicarse también a la poesía, y viceversa. Pero Rossetti entendió que sus dos pasiones, lejos de contradecirse, estaban motivadas por un mismo interés, y por una misma concepción del arte. Entender esto no le tomó demasiado tiempo. Hacer que los demás lo entendieran le tomó un poco más.
En la Royal Academy, Rossetti estudió bajo la tutoría de Ford Madox Brown, uno de los pintores más respetados en la Londres de la época, del que Rossetti aprendería a apreciar a los pintores medievales, opacados en general por la pintura renacentista pero recientemente reivindicados por los pintores románticos. Rossetti se enamoró particularmente de los pintores italianos del quattrocento, en los que veía una manera, aunque aparentemente mucho menos natural que la renacentista, mucho más honesta de hacer arte, más torpe pero menos mecánica. Con su amigo y pintor William Holman Hunt decidieron que el problema había nacido con Rafael y Miguel Ángel, en gran parte de responsables de mecanizar el arte a través de la perspectiva y la euritmia. Entonces fundaron el movimiento Pre-Rafaelita, que pretendía hacer un arte moderno que fuera heredero directo de los pintores del quattrocento, saltándose a los renacentistas italianos. Durante mucho tiempo los cuadros de Rossetti estuvieron llenos de representaciones eróticas de mujeres de halo sagrado, de colores fuertes como los de las iluminaciones medievales, de símbolos y alegorías.
En 1862, sin embargo, su esposa Elizabeth Siddal murió de sobredosis de láudano. Desde entonces los cuadros de Rossetti cambiaron enormemente, al igual que las interpretaciones muchas veces erróneas o malintencionadas que de ellos se tuvieron desde entonces. Rossetti empezó a pintar mujeres obsesivamente, pero ya no esas mujeres envueltas en símbolos y misticismos, sino mujeres flacas, tristes, con la mirada siempre perdida en el vacío, con los cuellos estirados, siempre a lápiz o tinta, nunca más con óleos, unas mujeres etéreas, elegantísimas e inalcanzables. Cualquiera de esos retratos nos cuenta la historia entera de la tristeza de Rossetti tras la muerte de su esposa. Muchos dicen que se trata de la mejor parte de su obra, pues en ella, a diferencia de la época pre-Rafaelita, Rossetti ya no está pintando con la historia de la pintura en mente, ni con una posición crítica ante tal o cual corriente, ante lo que el arte moderno debe o no debe hacer, sino que está pintando con el aceite mismo de los engranajes de su miseria, y entonces los cuadros hablan solos.
Cuando Rossetti enterró a su esposa, guardó en el ataúd su último y único libro de poemas, aún inédito. Desde joven, no había dejado de escribir mientras hacía su carrera de pintor. Empezó por traducir al otro Dante, y a los poetas contemporáneos a los pintores en su obra estaba inspirada. Así, más de la mitad de su obra poética consta de traducciones verdaderamente admirables de los poetas medievales italianos –Guinizelli, Cavalcanti, etc-, y la otra mitad de sus propias composiciones. Entre ellas hay una secuencia de sonetos llamada The House of Life, en que cada poema toma algún momento efímero de la vida y lo detiene en el tiempo, y reflexiona sobre él. El beso, el sueño posterior al sexo, el momento en que una madre cree haber oído a su hijo decir una palabra.
Cuando, ante la insistencia de varios de sus amigos, Rossetti desenterró al ataúd de su esposa para recuperar sus poemas, cuando ya llevaba años de pintar sus borrosas mujeres a lápiz, vio que en cada uno de esos poemas había una de esas mujeres, iguales en cuanto a la manera en que las había imaginado, igualmente elegantes, igualmente desoladas. Entonces entendió que lo que venía escribiendo toda su vida no era otra cosa que lo que venía pintando, y que más allá de todos los temas que pasajeramente llamaron su atención, la pérdida del amor era el que en realidad lo había obsesionado siempre, desde mucho antes de haberlo perdido, cuando la sensación aún no era un dolor sino el miedo de un dolor futuro.

