
Dian Fossey, la más famosa defensora de orangutanes en el mundo, tuvo una vida apasionante, pero un trágico final que permanece en la niebla, como la película que le dio la fama tras su muerte, llamada Gorilas en la niebla.
Su relación con esos animales empezó como un interesante proyecto científico, que evolucionó a la protección más férrea de orangutanes en África, pero que con el tiempo se convirtió en una obsesiva relación que pudo ser la causante de su muerte.
Nació en San Francisco, EE.UU., el 16 de enero de 1932. Curiosamente estudió terapia ocupacional, a pesar de que su mayor interés era la naturaleza, hasta que decidió viajar a África en 1963. Se estableció en Virunga, República del Congo, para el estudio de gorilas de montaña. Después se trasladó a Ruanda por las fuerte represión política que vivía ese país.
Conforme fue avanzando el tiempo se dio cuenta que tenía que actuar para evitar la augurada extinción de esta especie, que era perseguida por cazadores para decorar las mesas de centro con ceniceros hechos con las manos de estos animales.
[single-related post_id="1015588"]
Fue una pionera en la difusión del conocimiento sobre estos animales, la necesidad de su protección y la del hábitat. La observación de los orangutanes se transformó en una íntima relación con ellos, hasta volverse una más de su manada, rebatió todos las percepciones de animales violentos e incluso dormía con ellos.
Su fama la adquirió por los artículos que publicó para la revista National Geographic y el romance que mantuvo con el fotógrafo de esa publicación, Bob Campbell, autor de la mayoría de sus fotografías en campo.
Esa relación se terminó porque Campbell decidió volver a Estados Unidos para vivir con su esposa. “Siento lástima por él porque no se atreve a hacer lo que quiere”, escribió Dian Fossey. Como dice la revista que más seguimiento hizo de su trabajo, el rompimiento amoroso la apegó aún más a los gorilas.
Llegó a adoptar un primate al que llamó Digit, con quien convivía permanentemente, pero que murió a manos de los cazadores, al parecer por defender a su manada. Fossey lo encontró muerto, con las manos cercenadas, y cayó en la depresión.
Pasó el resto de sus días bebiendo alcohol, encerrada en su cabaña, maldiciendo a los tramperos y la humanidad. Se dice que los combatió fervientemente, llegó a retener al hijo de un cazador por varias horas y a amarrar a un grupo de ellos y torturarlos con hojas de ortiga en los testículos.
Los enemigos eran muchos y aún más peligrosos, pero Dian Fossey estaba dispuesta a entregar su vida por protegerlos. Al parecer eso fue lo que sucedió 27 de diciembre 1985, cuando su cuerpo fue hallado, junto a su cama, con varias puñaladas y el rostro partido en dos por un golpe de machete.
Fueron capturados todos los investigadores que trabajaban con ella, pero algunos huyeron por la persecución. El investigador McGuire, que huyó a Estados Unidos cuando fue acusado, relató en un documental de NatGeo que ella estaba amenazada y sabía que la iban a matar, pero él no había sido el autor del cruel hecho.
Tras su muerte se creó la Fundación Dian Fossey y el gobierno de Ruanda ha implementado varias acciones para proteger esos primates, que sirvieron por más 20 de años como la familia de la investigadora.