A diferencia de casi todas las ciudades latinoamericanas fundadas por los colonizadores españoles en el siglo XVI, en el lugar en que se fundó Bogotá no existía previamente ningún poblado de ningún tipo. Las famosas doce chozas que levantó Quesada, simbólicas de los doce apóstoles, fueron hechas de cero, al pie de unos cerros que estaban completamente vacíos. Muy cerca, sin embargo, donde hoy queda el municipio de Funza, estaba el poblado de Bacatá, capital de las tierras del Zipa, que se extendían hasta estrellarse con las tierras del Zaque, centradas en Hunza, hoy Tunja.
Muchos han dicho que las razones que tuvo Quesada para fundar la ciudad tan lejos del Río Bogotá, tan lejos de Bacatá que ya hacía parte de una red comercial y de caminos establecidos, se debieron más a su locura que a sus conocimientos urbanos. En efecto, la expedición a lo largo del Río Magdalena, desde la costa Caribe, había sido una experiencia funesta para las huestes del Conquistador Fernández de Lugo, quien las había encomendado a Quesada para recorrer el territorio en busca de oro y de una vía alterna para alcanzar las prometedoras tierras del Perú. La tupida selva que no permitía diferenciar el día de la noche, las legiones de mosquitos, los sorpresivos reptiles, la dificultad de hallar comida y las furtivas flechas de unos indios invisibles entre la maleza, diezmaron el contingente de Quesada en tan solo unas semanas, y condujeron al delirio a los sobrevivientes.
Como Quesada había prohibido matar a los caballos para comerlos, pues de ellos dependía el éxito de la expedición, los guerreros se comieron a sus muertos, y a veces, vencidos por el hambre y confiando en la misericordia de su jefe, asaron a algún caballo. Pero Quesada se mostró impiadoso, y colgó del cuello a los culpables. Pero a pesar de sus violentas medidas, muchos creen que valorar la vida de los caballos por encima de la de los soldados fue la decisión que llevó sanos y salvos a los que quedaron a las saludables y frescas praderas de la Sabana de Bogotá. Tal era el estado de hambre y demencia en el que llegaron, que Quesada, al divisar unos tristes bohíos de paja regados por el altiplano, llamó el territorio la Tierra de los Alcázares, o de las fortalezas, mostrando así el entusiasmo que le daba encontrarse con indios medianamente civilizados. Y justamente por temor al poder del Zipa y por ver en el altiplano un improbable paraíso terrenal, Quesada habría fundado Santa Fe lejos del río más grande, al pie de una cordillera que atrae las lluvias todo el año.
Sin embargo, otros defienden que la escogencia del sitio tenía todo el sentido dadas las condiciones en que se encontraba Quesada, que sabía que el poblado no crecería demasiado por un buen tiempo, y por consiguiente el agua de los magros ríos que bajaban de la montaña les sería suficiente. Además, la montaña los proveía de leña y piedras, mucho más difíciles de encontrar en Funza, y actuaba como barrera de protección a los posibles ataques indios.
Con razón o sin razón, Quesada fundó Santa Fe el 6 de Agosto de 1538, sin imaginarse que habría de volverse la ciudad más grande del Nuevo Reino de Granada, al que también él había bautizado en honor a su ciudad española natal. Desde allí, Quesada incursionó en las tierras aledañas, derrotó al Zipa, al Zaque y al jefe de Sogamoso, y logró armarse un considerable botín de oro y piedras preciosas, prolongando la creencia de que el terreno se hallaba lleno del mineral. Sin embargo, los muiscas conseguían el oro intercambiándolo por sal, que era lo que en verdad yacía bajo el altiplano, con otros pueblos vecinos al sur, súbditos de los Incas. Pero esto se vino a saber cuando la ciudad ya estaba irremediablemente erigida en ese sitio, y cuando Quesada, además, ya había perdido interés en las riquezas de la región y se marchaba a conquistar los llanos Orientales, empresa que se mostró rápidamente frustrada y que le costó la vida, acechado por la lepra en Mariquita, antes de alcanzar a volver a su particular experimento de ciudad.
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Por un tiempo se dedicó a la profesión de abogado y desde que retornó a la ciudad sede de la Audiencia, llevó una vida "desarreglada", de la que obtuvo crecidas deudas que lo llevaron a vivir en un estado permanente de penurias económicas, al punto que a los sesenta años, y como una forma de solucionar sus afanosos problemas, emprendió la conquista del mítico "Dorado" al oriente de los Andes, empresa en la que se arruinó definitivamente y casi acabó con su vida. Para Germán Arciniegas, "Jiménez de Quesada fue un conquistador especial: a diferencia de la mayoría de sus colegas, era instruido, sabía leer y escribir y por añadidura era abogado". No fue un militar destacado, ni emprendió grandes empresas de ese género, pero con el descubrimiento y conquista del Nuevo Reino de Granada, Jiménez logró para España el dominio de la tercera gran cultura americana: la chibcha o muisca. Por lo tanto, junto con Hernán Cortés (México) y Francisco Pizarro (Perú), Jiménez de Quesada es uno de los grandes conquistadores de América.
Según José Rueda Encizo, Jiménez de Quesada era muy aficionado a la poesía, testimoniada por Juan de Castellanos en las Elegías de varones ilustres de Indias, y su actividad como escritor. "Su obra más conocida es El Antijovio, refutación a un libro contra los españoles, del italiano Paulo Jovio, arzobispo de Nochera. Según consignó Jiménez de Quesada en el prólogo, escribió esta obra, de 55 capítulos, entre el 29 de junio y el 30 de noviembre de 1567".
El abogado que murió buscando El Dorado
Lun, 05/08/2013 - 02:50
A diferencia de casi todas las ciudades latinoamericanas fundadas por los colonizadores españoles en el siglo XVI, en el lugar en que se fundó Bogotá no existía previamente ningún poblado de ning