Gilberto Alejandro Durán Díaz nunca se dejó fotografiar sin su sombrero vueltiao, se dice que su acordeón solo sonó cuando estuvo enamorado, tal vez por eso tuvo veinticinco hijos y compuso casi trescientas canciones.
El rey negro del acordeón nació en un familia de vaqueros el 9 de febrero de 1919 en El Paso, Cesar, creció viendo a su abuelo, papá y tío recibir los atardeceres del valle con el acordeón, instrumento que aprendió a tocar a los 26 años luego que dejó sus labores como capataz en una de las grandes haciendas del Cesar.
Durán se consagró como juglar en la primera versión del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968 cuando fue nombrado el primer rey vallenato de la historia, en esa ocasión interpretó Mi pedazo de acordeón, Alicia Adorada, Elvirita y La cachucha bacana. Venció a Emiliano Zuleta.
Casi veinte años después participó en el Festival Rey de Reyes. Subió al escenario y comenzó a interpretar Mi pedazo de acordeón, segundos después se equivocó, dejó de tocar, levantó las manos y ante el público gritó: Me he acabado de descalificar yo mismo. Sin embargo, el jurado le permitió terminar su presentación. Aunque no ganó, el pueblo lo ovacionó. Ese año Nicolás Colacho Mendoza fue el ganador.
Para Alejo Durán el hombre y el acordeón eran una sola cosa, durante sus 70 años de vida compuso cerca de trescientas canciones en todos los aires vallenatos. Las notas de su acordeón se silenciaron el 15 de noviembre de 1989 a causa de una insuficiencia cardíaca en Montería, Córdoba.
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El acordeón en sus manos fue más grande: parecía que tenía más aporte y categoría; el Festival de la Leyenda Vallenata arrancó en 1968 con Alejo como primer Rey y para Consuelo Araújonoguera esto fue un signo importante que determino la buena estrella que siempre ha tenido el certamen. Así como el rey Midas convertía en oro las cosas que tocaba canciones para cambiar el oro por los sentimientos y contribuir con ello a descifrar la existencia.
Juan Gossan sostiene que Alejo no era el mejor acordeonero de su época, que su magia, lo que lo convertía en una leyenda cuando todavía estaba vivo, lo que lo hacía insuperable, era su alma, el cariño que le ponía a la canción. Y a esto hay que agregarle todavía más: su don de gentes, el mensaje que transmitía, la manera sencilla de comunicarse, su permanencia en la amistad, la seriedad de su palabra empeñada, todo lo cual, en su conjunto, hacía de él una persona admirable.
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El negro que venció al Diablo con un vallenato
Sáb, 03/08/2013 - 01:00
Gilberto Alejandro Durán Díaz nunca se dejó fotografiar sin su sombrero vueltiao, se dice que su acordeón solo sonó cuando estuvo enamorado, tal vez por eso tuvo veinticinco hijos y comp