Enrique Grau Araújo es sin duda uno de los más grandes pintores de Colombia, su nombre aparece al lado de personajes como Botero u Obregón. Hoy, 1 de abril, se celebran 15 años de la muerte de este pintor y escultor cartagenero.
Realmente, Enrique Grau nació en Panamá por las condiciones sanitarias que eran mejores en comparación con las del Caribe colombiano. Sin embargo, tras su nacimiento, su familia retornó al país y pasó su infancia y gran parte de su vida en la Ciudad Amurallada.
Según relató en varias entrevistas, fue un autodidacta de la pintura hasta sus 20 años, nunca terminó el bachillerato, pero su abuela Concepción lo sentaba junto al caballete mientras ella pintaba, así aprendió más de la pintura y se interesó por esos trazos llenos de magia que convertían un simple retablo en todo un mundo de expresión.
Así empezó su interés por el arte hasta que tuvo 20 años. Se interesó por el mar, las palmeras y las culturas del Caribe, elementos fundamentales en toda su obra artística. Así, pintó la mulata cartagenera, dirigió su interés en una crítica a la aristocracia de la región, a la mujer que realizaba el aseo en su casa, Rosa.
Esa pintura, llena de avivados colores y que empezaba a demostrar su estilo naturalista, fue enviada al Primer Salón de Artistas Nacionales en Bogotá. Tal fue la impresión, que sin haber terminado sus estudios secundarios, el presidente Eduardo Santos lo contactó para otorgarle una beca de estudio en el lugar y materia de su preferencia.
Eligió la Art Students' League de Nueva York donde pasó tres años y definió su estilo llevándolo a un expresionismo que luego perfeccionó con estudios en Italia. Pero ese paso por Europa también lo llevó a experimentar otros estilos del arte de la época, como es el caso del cubismo de Desayuno en Florencia, hecha durante su paso por España.
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A mediados de los años 60, Enrique Grau vuelve al naturalismo, sus inicios pictóricos, pero en esta ocasión mezcla la experiencia de varias prendas repletas de pintura. Crea su propio estilo, entre expresionismo, naturalismo y figurativismo, con un toque exagerado y propio en las formas.
Se ve en sus cuadros la expresión fría de los personajes, las ropas estruendosas, los brazos, las piernas y las cabezas voluminosas que caracterizan a sus personajes. Rostros latinos, con el contraste de color típico de los naturalistas europeos que se mecen entre el humor y la poética.
Se declaró siempre como un ateo, pero esa postura frente a la divinidad acabó en un viaje a la isla del génesis, Galápagos. Según dijo el propio Grau a Hollmann Morales en una entrevista, ese viaje lo obligó a cuestionarse sobre la necesidad de una fuerza superior que controlara el perfecto equilibrio de la naturaleza.
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De ese viaje surgió la obra Galápagos e Iguanas que conforma parte de sus últimos lienzos y de sus pinturas más reconocidas. También se destacan Las Mariamulatas, unas esculturas de un ave caribeño que Enrique Grau se encargó de distribuir en las principales ciudades del país, como son Cali, Medellín, Barranquilla, Cartagena y Valledupar.
Asimismo, entre su obra escultórica aparecen Las Ritas, mujeres de bronce en distintos tamaños, con grandes sombreros y que representan la triada perpetua de la obra de Enrique Grau, blanco, indio y negro. Una de ellas se encuentra ubicada en el Parque Nacional de Bogotá y allí irán sus seguidores este domingo, 1 de abril, para conmemorar los 15 años de su ausencia y la eternidad de su legado.
