Por: Yenny Bejarano
Sentada y desnuda, con los codos apoyados en una silla de madera de imitación de Arne Jacobsen, Christine Keeler mira con descaro a la cámara del fotógrafo Lewis Morley. Aquella tarde de mayo de 1963, a los 22 años, la bailarina que puso a correr a toda Gran Bretaña por el mayor escándalo político y sexual más famoso de los años 60, el caso Profumo, poso para la foto.
Rebobinando la película, nos situamos en 1960 y John Profumo, un hombre alto de frente lustrosa y una incipiente calvicie, ingresa al Gabinete de Harold Macmillan como Ministro de Guerra en Inglaterra. Era por entonces un aristócrata y estaba casado con la actriz Valerie Hobson. Se perfilaba como el próximo dirigente de los Londinenses. Eran tiempos de guerra fría y de una gran actividad de espionaje entre el Reino Unido y la ahora ex comunista Unión Soviética.
Una calurosa noche de verano de 1961, en la mansión aristocrática Cliveden, ubicada a 200 metros sobre el rio Támesis , se dio el encuentro de la joven prostituta Christine Keeler y John Profumo, en la residencia del doctor Stephen Ward, un medico osteópata respetado en la alta sociedad inglesa y famoso por organizar fiestas sexuales de la aristocracia. Christine no decepcionó a Profumo. La primera noche se bañó desnuda y lo conquisto. Desde entonces se convirtieron en amantes.
Profumo desconocía que Keeler también salía con el agregado naval soviético en Londres, Yevgeny Ivanov, quien actuaba para los servicios secretos de su país. En una época de un hermetismo y secreto militar, las consecuencias de que se descubriera el triángulo amoroso de Keeler habrían sido devastadoras para Profumo.
La hermosa mujer, pues, era vista como una suerte de infiltrada que estaría enviando datos de seguridad nacional a los rusos. Pero el escándalo no estalló de inmediato.
En 1963 el Caso Profumo hizo su triunfal aparición en los medios, a raíz de un incidente violento que protagonizó Johnnie Edgecombre, un hombre de raza negra que estaba furioso con Keeler porque ella lo había abandonado. Enfurecido por la humillación, Edgecome la amenazó con una pistola en el apartamento del Doctor Stephan Ward. Allí fue arrestado por la Policía y de inmediato la prensa empezó a averiguar los alcances de esta joven prostituta. Se halló a cada uno de los clientes que tenía en su lista, entre los cuales figuraban el ministro y la ficha militar rusa. Keeler pasó de ser una anónima bailarina de cabaret a figurar en las primeras páginas de los diarios londinenses.
John Profumo fue llamado a ampliar sus declaraciones y su defensa en la Cámara de los comunes admitiendo que su relación con Keeler era sólo un vínculo amistoso y negó que mantuviera una doble vida. Sin embargo, en un país como Inglaterra, la mentira de un político ante el Parlamento, y bajo juramento, se paga caro. Luego de que en toda Gran Bretaña se conociera la relación de Profumo y Keeler, el entonces Ministro de Guerra tuvo que dimitir de su cargo de inmediato y sus ilusiones de ser el mandatario de su país se desvanecieron para siempre.
Por otro lado, se conocieron más detalles relacionados con el médico Stephen Ward, quien fue acusado por Christine de haberla utilizado para extraer información secreta a Profumo con el fin de pasársela al Ruso Ivanov. Las implicaciones para Ward eran muchas y muy graves. Más tarde fue encontrado muerto víctima de una sobredosis de Nembutal. Su suicidio se comprende como una escapatoria al fallo que le fue adverso.
Los días para Keeler, la niña ingenua del escándalo, no han sido muy gratos. Estuvo en la cárcel durante nueve meses por perjurio y, al salir, vivió otros 18 meses atormentada con un joven desempleado. Luego se casó con un obrero, una fracasada relación de la cual nació un niño, James, a quien Keeler abandonó para casarse con un fabricante de objetos metálicos. Su relación duró unos pocos meses y de ella nació su segundo hijo, Seymour, quien la ha acompañado siempre.
La figura desnuda y sentada en tarde de 1963 es una de las más recordadas en el escándalo Profumo. El cuerpo de Christine Keeler quedó inmortalizado en aquella foto. Hoy su rostro, marchito por los años y el dolor, da cuenta de los cincuenta años que se cumplen de un escándalo que la convirtió en una triste celebridad.
La prostituta que puso en jaque a los británicos
Vie, 15/11/2013 - 13:01
Por: Yenny Bejarano
Sentada y desnuda, con los codos apoyados en una silla de madera de imitación de Arne Jacobsen, Christine Keeler mira con descaro a la cámara del fotógrafo L
Sentada y desnuda, con los codos apoyados en una silla de madera de imitación de Arne Jacobsen, Christine Keeler mira con descaro a la cámara del fotógrafo L