La pólvora formó una humareda que se extendía sobre los prados del bosque de Argonne, en Francia. Era octubre de 1918 y allí, entre los árboles que cercenaban las bombas y las metrallas, se dio una de las batallas más sangrientas de que se tenga memoria. Los alemanes en un bando, y los aliados (franceses, ingleses y norteamericanos), en el otro, se enfrascaron en una lucha que se prolongó por cerca de un mes y medio y dejó un saldo de 287 mil muertos.
El 3 de octubre, quince días antes de finalizar el combate, 554 soldados norteamericanos de la división de infantería #77 quedaron atrapados en una depresión al borde de una colina. Estaban a merced del fuego, incluso de sus propios aliados, que desconocían su posición e, ignorantes, les disparaban sin pausa. Muchos murieron. Al frente del batallón estaba el mayor Charles Whittlesey, un abogado de Nueva York que decidió enlistarse en el Ejército para ayudar a Francia. Desesperado, Whittlesey decidió acudir a su último recurso para salvar la vida de sus soldados y la suya propia. Mandó traer a la última paloma mensajera que tenía y, en la pata izquierda del animal, envió un mensaje que decía:
“Estamos en el camino paralelo a 276,4.
Nuestra propia artillería está cayendo una lluvia directamente sobre nosotros.
Por amor de Dios, basta”.
La paloma se llamaba Chel Ami, que en español traduce “Querido amigo”. El mayor Whittlesey la tomó en sus manos y lanzó el ave al vuelo. Su misión, llegar al puesto de mando de los aliados y entregar el mensaje. Chel Ami se elevó cuanto pudo y se esforzó al máximo para llegar cuanto antes. Rompió el viento a más de 80 kilómetros por hora. Los alemanes, al advertir el paso del ave mensajera, abrieron fuego en intentaron derribarla. Una bala la hirió en el pecho y otra le destrozó su pata derecha y la dejó ciega de un ojo. Aun así, sangrando, ciega y sin una pata, esquivando los proyectiles y determinada a cumplir su misión, Chel Ami llegó al puesto de mando luego de recorrer 40 kilómetros en 25 minutos.
Los hombres del puesto de control ordenaron el cese fuego y así, gracias al valiente vuelo de Cher Ami, se salvaron 194 vidas. De inmediato, los médicos atendieron a la paloma, que estuvo a punto de morir. Lograron curar la herida del pecho pero no pudieron recuperar su pata derecha. A los pocos días Chel Ami se recuperó. Los soldados sobrevivientes de la división se encariñaron con el animal, tanto, que le tallaron una diminuta pata de palo para que volviera a caminar.
Por su valentía, Chel Ami recibió la Cruz de Guerra, máximo reconocimiento que otorga el ejército de Francia. Cuando se curó del todo, la paloma fue enviada de vuelta a Estados Unidos en un barco. El ave, que cumplió doce misiones con éxito, estaba lista para jubilarse. Se convirtió en una celebridad. Su imagen fue portada de revistas y periódicos.
En junio de 1919, murió a causa de sus múltiples lesiones. Hoy en día, quienes visiten el Museo Nacional de Historia Americana, en Washington, pueden hallar a Chel Ami disecada, expuesta tras un vidrio junto a la cruz que ganó: el pecho manchado de visos morados y verdes, el vientre mullido de plumas grisáceas y la mirada impávida. Como si acabara de cumplir su misión.
La valiente paloma que salvó 194 vidas
Mié, 20/11/2013 - 11:51
La pólvora formó una humareda que se extendía sobre los prados del bosque de Argonne, en Francia. Era octubre de 1918 y allí, entre los árboles que cercenaban las bombas y las metrallas, se dio u