No se qué festejan. No comprendo a esas personas que celebran que a un expresidente lo metan a la cárcel, como tampoco comprendo que haya amigos o familiares que en pleno siglo XXI dejen de hablar por motivos políticos.
Dejemos algo claro desde el principio: no soy uribista. Ahora les pregunto, ¿cuál es el motivo de tanta alegría porque a un político que muchos ni siquiera conocen le hayan dictado medida de aseguramiento? Si usted es víctima directa de esta persona, lo comprendo, ¿pero los demás qué? ¿acaso disfrutamos con la tragedia ajena?
A los colombianos y a la humanidad en general nos encanta dividirnos en dos bandos. Los buenos vs. los malos, los que quieren la guerra vs. los que quieren la paz, los federalistas vs. los centralistas, los liberales vs. los conservadores, los de derecha vs. los de izquierda, los uribistas vs. los petristas, y así para todo. Los pocos que no nos declaremos de un bando o somos tibios o no sabemos dónde estamos parados.
En el 2007, en el primer semestre de comunicación social en la Universidad de la Sabana, escribí un ensayo donde mi hipótesis central era que Álvaro Uribe Vélez había cofinanciado y ayudado a la creación de grupos paramilitares. En ese momento la mayoría de mis compañeros y profesores eran uribistas, algo que no sucede hoy. El profesor casi me raja porque no tenía las pruebas suficientes para llegar a esa conclusión. Era verdad. Se trataba de concatenaciones de una estudiante de 17 años con ganas de ser periodista.
En su momento, Uribe era el héroe que había logrado mermar como nunca a las Farc. Su discurso era muy claro: acabar con los terroristas para que Colombia fuera un país mejor. Y allí está el secreto: el motor que mueve a los bandos siempre es el odio por el oponente y el regalo prometido siempre será un futuro próspero, sin ese mal que representa el contrario.
Sin embargo, todo discurso -por más odio que contenga- se agota. Luego vino el proceso de paz con las Farc y un nuevo enemigo: la impunidad. Que Santos iba a entregar el país a los narcoterroristas, que nos convertiríamos en Venezuela, etc, etc. El plebiscito por la paz fue solo otra manifestación de la polarización que nos ha caracterizado desde tiempos inmemoriales. Los del si vs. los del no. Bandos, tenemos que elegir un bando.
Ya para ese momento el expresidente Uribe tenía tantos enemigos como seguidores. Vinieron las elecciones presidenciales de 2018. En segunda vuelta tuvimos que elegir entre “el que dijo Uribe”, es decir, Iván Duque, y el “líder natural de la izquierda”, o sea Gustavo Petro. A quienes no elegimos ninguno de los dos aún nos recriminan como si hubiéramos cometido el peor error de nuestras vidas. Resulta que Duque, el uribista, le ganó a Petro. Y, en la antesala, uno de los senadores del movimiento petrista, el guionista Gustavo Bolívar, llegó al Senado bajo la consigna de meter preso a Uribe.
En los últimos años varios sectores eligieron el nuevo enemigo, ese a quién dirigir el odio: sí, Uribe Vélez. Lo hemos visto con la serie Matarife donde la tesis central es que Uribe es la peor alimaña que ha tenido Colombia. Pablo Escobar, prácticamente, queda como un ángel al lado del expresidente.
Si Uribe es culpable, no solo por manipulación y compra de testigos, sino por las otras docenas de delitos que le atribuyen, que sea la justicia la que lo determine. Estoy segura de que tarde o temprano todo saldrá a la luz pública.
Sin embargo, me queda un sinsabor. Soy la vieja aguafiestas de mi casa y de mi grupo de amigos. Que Uribe se aleje de la política, algo que debió haber hecho hace rato, ¿hará que dejemos de clasificarnos entre mamertos y fachos?, que Uribe vaya preso, ¿hará que Colombia sea un país mejor? Seguro que muchos tendrán más confianza en la justicia y en las instituciones, lo cual fortalece nuestro Estado de derecho, pero como sociedad ¿esto qué nos aporta?
El día que se conoció la noticia, el mismo Petro dijo en la plenaria del Senado "no es para alegrarse ni hacer fiesta porque se fue preso, pero tampoco para destruir la justicia". Algo de sensatez tienen sus palabras, aunque el mismo Petro represente esos bandos que siguen escogiendo el odio hacia todo lo que sea contrario como herramienta para llegar al poder.
Mi invitación final, si deciden aceptarla, es a que reflexionemos sobre a quiénes les hemos hecho el favor históricamente al mantenernos divididos. Siempre en bandos opuestos, siempre descalificando al otro porque no piensa como yo. ¿Por qué tenemos que elegir siempre uno u otro lado? ¿somos, en realidad, mejores que los del bando contrario? Afortunadamente, cada vez somos más los tibios, los que no nos dejamos encasillar. Necesitamos nuevos líderes cuyo motor, algún día, deje de ser el odio. Ese día celebraré.