Arreglar el país en una cita odontológica

Un recuerdo nítido de mi infancia tiene nombre y profesión: Doctor Muelitas. Llegaba a nuestra escuela de primaria con un kit donde había crema dental y cepillo para recordarnos la importancia de una buena higiene bucal. Éramos felices con esa cajita de cartón que tenía la imagen del conejo de bata blanca con sus únicos dos dientes blancos, blanquísimos. ¡Ah, los inolvidables años 80! 

Me acordé de este personaje porque después de un año he vuelto a odontología, saltando el control semestral, aunque los expertos no se ponen de acuerdo sobre la frecuencia con que se debe ir.

Tenía pavor, lo confieso, porque ya sabemos que en cualquier descuido el coronabicho se mete por la boca. Dejé el pánico y fui con el credo en la boca, después de encomendarme a Santa Apolonia, la patrona de los dentistas, cuya festividad se celebra cada 9 de febrero, lo mismo que el Día del Periodista. 

Me dieron una pócima a base de peróxido de hidrógeno –agua oxigenada, en cristiano- que en caso tal disminuye la carga viral, me dijeron; hice gárgaras por treinta segundos antes de someterme al escrutinio de las sondas y el espejo, previamente esterilizados. Las sondas son esas herramientas puntiagudas en acero inoxidable, cuya punta navega entre los dientes y las encías para detectar caries, sarro, cálculos y problemas más graves. El espejito redondo, sostenido en el extremo de una pluma de acero, sirve para indagar donde el ojo humano no llega.

-Un espejo así necesita este gobierno para voltear a mirar hacia tantas zonas olvidadas, reflexioné mientras el doctor me preguntaba alarmado por las manchas en mis dientes. Me tocó decir la verdad: que eran culpa del vino tinto sabatino, cuyo consumo se disparó con el encierro como los casos de Coronavirus por no encerrarnos. 

Me tomaron medidas para reemplazar la desgastada placa contra el bruxismo, esa malsana costumbre   de rechinar los dientes de arriba al contacto con los de abajo por apretar de forma inconsciente la mandíbula, lo que produce el desgaste de los mismos. La explicación parece un breve discurso sobre la lucha de clases. Lean dos veces.

-Los dientes –pensé- se desgastan tanto como la imagen de Iván Duque a un año de entregar el puesto por tantas decisiones torpes acumuladas.  

Ya extrañaba ver a mi doctor, un médico de la Universidad Nacional, muy compasivo con el bolsillo de los pacientes. En cada cita arreglamos el país. Coincidimos en dos cosas: que el paro nacional se le convirtió en un dolor de muelas al presidente y que la crisis actual demostró que en Colombia los líderes brillan por su ausencia. 

-Hace falta gente como Álvaro Gómez Hurtado, a quien le cabía el país en la cabeza, me dijo, recordando al hombre que propuso un acuerdo sobre lo fundamental para matar tres pájaros de un tiro: violencia, impunidad y corrupción, aunque el muerto fue él, irónicamente, a causa de los males que quiso combatir. 

Mi doctor Muelitas  y yo nos pusimos de acuerdo fundamentalmente en dos cosas: en la forma de pagar a plazos mi nuevo tratamiento y en lo conveniente que sería  tener el poder para revivir a ciertos muertos, porque al hacer la lista de estadistas nos dimos cuenta de que todos descansan en paz: Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo, Darío Echandia, Carlos Lleras Restrepo y los que el lector considere a bien añadir.

 -Duele este país y duele más sin líderes respetables; para eso no hay anestesia que valga, concluyó el doc. 

Tan cierta es la falta de liderazgo que el único faro posible es la Virgen de Chiquinquirá. ¡Hágame el favor! 

Y nos despedimos con una larga carcajada sin caries que no se vio por culpa del tapabocas.

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