Bajémosle al azúcar

Seguramente lo primero que nos imaginamos cuando pensamos en la lonchera de un niño son papitas de paquete, juguito de caja y dulces, además de una fruta, “para hacerla saludable”. Adicionalmente, en las instituciones educativas la tienda ofrece “alimentos” como pizza, perro caliente, gaseosas, ponquesitos, entre otros. 

Esto lo hemos considerado como normal durante mucho tiempo, tanto así que hasta en las directrices “nutricionales” que dan las diferentes entidades nacionales y territoriales es bien visto que en los jardines y colegios se les dé a nuestros pequeños alimentos que contengan azúcar, “para que les brinde energía”.

Según la Organización Mundial de la Salud, la dosis diaria aceptable de azúcar para que un niño consuma son 8 gramos, sin embargo, el brownie, las moneditas de chocolate, el yogur y la gaseosa (por nombrar algunos), tienen entre 40 a 50 gramos de azúcar, 10 veces más de lo aceptable. Más preocupante aún, el “yogur baby” que se le da a un bebé de 6 meses tiene en promedio 17 gramos de azúcar, casi el 800% más de lo que se le podría dar sin generar una adicción y los múltiples problemas de salud que esto conlleva.

Y es que con estos hábitos alimentarios solamente estamos educando niños completamente adictos a la comida, hiperactivos y con predisposición a enfermedades en su edad adulta como hipertensión, diabetes, trombosis y obesidad, entre muchas otras.

Situación similar ocurre con el consumo elevado de sal, adicionando que el principal efecto secundario es el incremento de la presión arterial, principal factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares (accidente cerebrovascular, enfermedad coronaria e hipertrofia ventricular izquierda) y renales. Además, el consumo excesivo de sodio también se relaciona con el incremento de los síntomas del asma y puede ocasionar alteración de la mucosa gástrica, exponiéndose a la acción de los carcinógenos. Por otro lado, la presencia del Helicobacter Pylori se ha asociado con la ingestión de alimentos salados. 

Todo lo anterior se correlaciona con la incidencia del cáncer gástrico, que en Colombia ocupa los primeros lugares en diagnósticos de ese tipo de enfermedad.

Por estas razones, y reconociendo el impacto en la salud del consumo de estos dos aditivos, decidí acompañar con ponencia positiva un proyecto de acuerdo que busca disminuir la oferta de los productos ultraprocesados en los planteles educativos de niveles básica y media en la ciudad, así como plantear la disminución de algunas metas de consumo. 

Y es que vimos que la experiencia en diferentes países se ha centrado en una regulación que busca la clasificación de los productos según contenido, información nutricional en el etiquetado, cantidad permitida de ellos según el alimento, definición de objetivos, metas y estrategias para reducir su consumo y aumento de impuestos para los productos que no cumplan lo reglamentado.

Considerando lo anterior, y teniendo en cuenta que el azúcar, como el alcohol, se puede introducir en el cuerpo en pequeñas dosis y de manera consiente y controlada, planteamos que las acciones de control debían ser similares a las del tabaco y el alcohol, en las que se interviene la promoción, la publicidad, el precio y los lugares de distribución.

Pero entonces, ¿por qué con énfasis en la comunidad educativa? 

Si ubicamos el problema en los niños, la OMS plantea que dichos aditivos deberían utilizarse de manera controlada, pues hay cinco situaciones de riesgo que deben evitarse: i) Alterar el sabor natural de los alimentos; ii) Favorecer el desarrollo de la diabetes; iii) Sobrecargar los riñones; iv) Aumentar el riesgo de padecer hipertensión; y v) Incrementar las posibilidades de sufrir obesidad.

En consecuencia, la manera más eficiente de evitar los problemas a mediano y largo plazo que generan estos aditivos es controlarlos desde la niñez y, por ende, en los colegios. Las políticas, los entornos, las escuelas y las comunidades son fundamentales, ya que condicionan las decisiones de los padres y los niños, y pueden hacer que los alimentos más saludables y la actividad física regular sean la opción más sencilla (accesible, disponible y asequible), previniendo así los problemas anteriormente mencionados.

Finalmente, todo esto es importante porque en los últimos 10 años hemos venido teniendo un crecimiento constante de los indicadores de las enfermedades relacionadas al consumo del azúcar y la sal. Según la Encuesta de Alto Costo del Ministerio de Salud, con corte al 30 de junio de 2019, en Bogotá hay cerca de un millón de personas que son diabéticas o hipertensas (779.559 con hipertensión y 240.287 tienen diabetes) y en esta pandemia se ha podido establecer que el 64% de los pacientes que ingresan UCI por COVID- 19 sufren de hipertensión, diabetes u obesidad. 

Está en nuestras manos prevenir que los niños de hoy sufran graves enfermedades mañana y que esta generación sea la primera que viva menos tiempo que sus padres.

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