Lucía Amaya Martínez

Vicepresidenta de Recursos Humanos de Scotiabank Colpatria con experiencia de 25 años en varias compañías nacionales y multinacionales de los sectores alimenticio, manufacturero, servicios, finanzas, consumo masivo y transporte internacional.
Es Ingeniera Industrial de la Universidad Tecnológica de Bolívar, tiene una especialización en Gestión de Recursos Humanos de la Escuela Naval Almirante Padilla / EAN y cuenta con diversas certificaciones y estudios complementarios en coaching y liderazgo ejecutivo en la Universidad de Los Andes y algunas universidades de Estados Unidos como Berkeley, Cornell y el centro de estudios de negocios Ross en la Universidad de Michigan.

Lucía Amaya Martínez

Balance vida – trabajo: el nuevo lujo, no tan nuevo

Estos últimos tiempos nos han retado a entender y valorar algunas cosas que son esenciales. Como Líderes, estar atentos al bienestar de nuestros equipos es imperativo, pero durante la pandemia fue mucho más evidente y ahora que todos hemos retornado a las nuevas modalidades de trabajo o estamos en camino de hacerlo, la conversación de todos los días está relacionada con el valor que damos al balance entre la vida personal y el trabajo y la preocupación por la salud física y mental propia y de todo nuestro entorno.

Quisiera decir que es algo nuevo, pero no. La primera vez que leí sobre el tema, fue en un clásico del 2002 (publicado por primera vez), ‘The heart of success’ de Rob Parsons. Leerlo me produjo muchas reflexiones sobre la forma de cómo estaba abordando mi vida y mi trabajo y aún hoy sigue siendo vigente.

Especialmente, fue como el primer llamado a evaluar la forma en la que estaba entendiendo cómo lograr el éxito laboral y mantener una vida personal satisfactoria. Eran mis años más jóvenes, cuando sentía que tenía toda la energía y podía dormir menos horas, trabajar jornadas prolongadas, sentir mucha presión e ignorarla pensando que era la carrera hacia el éxito.

Esto duró hasta que empecé a notar algunos signos en mí, que me hicieron parar a revisar qué estaba pasando. En esos tiempos, esto se llamaba estrés y todavía no había diagnósticos como los que vemos hoy en día, derivados de los excesos, a veces externos y a veces autoinfligidos.

Entendí lo valioso que era cuidarme para poder aportar de mejor manera, que tener un rol no significa necesariamente dejar de tener una vida, pero como siempre depende de ti y de estar muy cuidadoso de cómo lo estás llevando. Hay momentos de mucha tensión y dedicación que luego debes compensar con buen descanso y diversión.

Con este contexto personal y profesional, voy a trabajar sobre unos consejos que seguramente nos darán luces de cómo balancear nuestra vida laboral con la personal. Recordemos, nuestro ejemplo es fundamental. No podemos pedir balance si nosotros mismos no ejemplificamos el balance. Tengo una máxima que me funciona: el trabajo nunca se termina, tú decides cuando es conveniente parar. Es necesario poner límites responsables para poder dar lo mejor de nosotros tanto en el trabajo como en la casa asegurando el bienestar, observando a nuestro equipo y dándonos cuenta cómo están gestionando su tiempo y su balance.

Por otro lado, empecemos por revisar algunos signos de alerta. ¿Trabajamos más horas que cualquiera?, ¿nuestra agenda no tiene espacio para la creatividad o el pensamiento estratégico?, ¿encontramos difícil delegar?, ¿sentimos que somos los únicos que podemos hacer el trabajo en el nivel de calidad que esperamos? Si alguna de estas cosas nos está pasando, puede que también estemos irritables con frecuencia y tengamos algunas manifestaciones físicas.

Ahora, esto lo podemos abordar de manera práctica: manejo del tiempo, revisión de la agenda, de la forma como delegamos, en fin. Hasta ahí todo estaría perfecto, pero lo que me he encontrado es que hay unos orígenes más profundos, dentro de sí mismo, que llevan al desequilibrio de prioridades y que termina impactando en la vida en general.

A veces es más fácil señalar fuera, pero donde realmente podemos actuar es en nosotros mismos, y allí es donde quiero invitarlos a explorar. Les propongo una pequeña evaluación, con respuestas fáciles: bajas, medias o excelentes.

Empecemos a preguntarnos sobre nuestro propósito. ¿Qué queremos para nuestra vida?, ¿qué es lo esencial en nosotros? Podríamos escribir hacia dónde queremos ir, no solo en lo laboral, también en lo personal y una vez lo tengamos, es imperioso preguntarnos si lo que hacemos y cómo lo hacemos, nos conduce hacia allá. ¿Recuerdan la pirámide de necesidades de Maslow? A veces las necesidades básicas, las de supervivencia se pueden solapar con las de auto realización y estas con otras más ¡No es una detrás de la otra y es clave que estemos atentos!

También es esencial revisar cuánta variedad tiene nuestra vida, cuáles son esos intereses adicionales y si estamos procurando vivirlos. ¿Qué les gusta? ¿Les gusta pintar, el deporte, la música, el arte? ¿Están procurando tener otras cosas más que el trabajo, que se parezcan a una pasión? Este será un motor importante de balance. Definitivamente las aficiones, los amigos, son los salvavidas que debemos tener siempre presentes.

Sigo con mis preguntas: ¿cómo están sus relaciones (todas)?, ¿las consideran satisfactorias o están llenas de desencuentros?, ¿la familia, los amigos, compañeros de trabajo, todo ese mundo de personas de allí fuera que también traen cosas importantes a sus vidas?

Por otra parte, ¿tenemos alguna dimensión espiritual? Considero que este aspecto siempre invita a la gratitud, a ver la vida desde un lugar más trascendente. Vivir desde la gratitud, también contribuye de manera importante a su bienestar. Incluso lo que les reta.  

Les recomiendo conocer y leer “las 7 Herramientas de Amor” de Gerardo Schmedling Torres, son un maravilloso regalo. Lo que he aprendido desde esta información ha sido revelador y una fuente infinita de paz interior que es nuestro indicador por excelencia de cómo vamos conduciendo nuestra vida.

Y sigo con mis preguntas, ¿qué tanto se permiten equivocarse? Hay una de esas frases que salen en Instagram o Pinterest y que tomé prestada para siempre: “sí, soy humano; sí, cometo errores”, me mantiene con los pies en la tierra frente a mis propias sobredemandas de perfección. Todo en su justo balance, pero sí es muy cierto que a veces somos durísimos con nosotros.

¿Qué tanta importancia le estamos dando al reconocimiento que viene de fuera? Hoy en día que hay tantos estímulos externos, puede ser que uno pierda la perspectiva, y empiece a sentirse perdido si no se siente “apreciado y valorado”. Este es un aspecto para considerar seriamente ya que desde acá vienen muchos desequilibrios. Con los años y el trabajo interior, uno aprende que el motor del reconocimiento es mejor que venga de adentro. Adictos al Afecto, Leonardo Amaya, 2020, les puede ayudar a ilustrar.

Y, para terminar, un concepto difícil para nosotros como latinos, posiblemente el aprendizaje de la vida: el sano egoísmo. Pensar primero en nosotros; como el cliché de los aviones, “póngase primero la máscara antes de ayudar a los demás” pues sí, es para supervivencia en la vida.

Entonces los invito a revisar cómo van con la relación más importante, la que tienen con ustedes mismos, ¿cómo lo evaluarían?, ¿dirían que están primero ustedes para decidir?, ¿se toman en cuenta como una prioridad?

Mi última pregunta, ¿cómo les fue revisando todos estos aspectos? Espero que encuentren un resultado que sea el punto de partida para continuar y/o hacer ajustes para tener una vida plena, en balance y satisfactoria. Un ejercicio de siempre para vivir este nuevo lujo, no tan nuevo.

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Lucía Amaya Martínez
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