Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Cabellos al viento

La muerte de Mahsa Amini, una chica de 22 años, ha desatado en Irán una oleada de protestas contra el régimen teocrático y fundamentalista persa como no recordábamos en muchos años. Hasta el momento de escribir esta columna, se contabilizaban diecisiete víctimas mortales como consecuencia de las protestas y manifestaciones callejeras por la muerte de Mahsa, protestas que se han extendido a las comunidades iraníes en algunas capitales europeas. 

Dicen que la chica murió a causa del maltrato sufrido por parte de la Policía de la Moral, y las autoridades alegan que fue a causa de un ataque cardíaco. Comoquiera que sea, paliza o infarto por el seguro maltrato, cuesta mucho admitir que haya un cuerpo de guardianes de la moral vigilando cómo se ponen las mujeres un trapo en la cabeza, que en fin de cuentas es de lo que se trata con el llamado hiyab o velo islámico que debe cubrir la cabeza de las iraníes.

Masha procedía  de Seqez, una localidad en la región montañosa del Kurdistán iraní y estaba de paso por Teherán. Tuvo quizá la mala suerte de querer imitar a muchas mujeres de la capital, más “liberales” y de costumbres algo más relajadas en el uso de esa prenda obligatoria y pagó su osadía con la vida.

El velo islámico, de uso obligatorio para las mujeres en los países musulmanes tiene varias versiones, o si prefieren, diversos modelos, y van desde el que solo tapa la cabeza hasta el que cubre por completo el rostro, la cabeza y cuerpo como el niqab y el burka pasando por chador, que les deja el rostro descubierto. Todos, sin embargo, tienen la finalidad de tapar o esconder a la mujer. Su origen se remonta al Corán, que impuso la palabra “cortinaje” para marcar la separación entre el califa y el espacio ocupado por el pueblo. 

Pero la prenda terminó imponiéndosele a las mujeres solamente. Algunos sostienen que el libro sagrado de los musulmanes únicamente recomienda su uso, no lo impone y solo apunta a respetar el pudor a la hora de mostrar el cuerpo. Los fundamentalistas lo impusieron como una demostración de fe en el islam. Y para alguna corriente islámica como la wahabista de Arabia Saudita, que aplica la sharía o normas de comportamiento humano, el velo femenino es de riguroso uso obligatorio.

Para el visitante extranjero que llega a la capital iraní, aquel paisaje de mujeres envueltas en velos resulta extremadamente chocante. Más todavía cuando te enteras de las variedades de esa prenda y del lenguaje secreto que implica endosarlo de tal o cual manera. 

Digamos, antes de continuar, que las mujeres iraníes son muy coquetas, o por lo menos lo son tanto como sus coetáneas de cualquier país occidental, y el uso obligatorio de una vestimenta que procura taparlas al máximo, no les impide ejercer el atractivo sobre el sexo contrario que se practica entre los seres humanos desde tiempos inmemoriales.

Verlas por la calle acomodarse el velo cuando pasa algún hombre que les resulta atractivo es todo un espectáculo, inimaginable cuando no se conoce el país. Y el truco de dejarse al descubierto un mechón de pelo que llaman “kakol”, como muestra de feminidad y coquetería es todo un desafío a las estrictas normas de la Policía de la Moral. Las pobres iraníes hacen verdaderos malabares tratando de enseñar sus encantos envueltos en kilómetros de ropajes siniestros. Hasta que explotan, como ha ocurrido en estos días.

¿Adónde llegará este movimiento que desató la muerte de Mahsa Amini? No podemos predecirlo. Quizá a ninguna parte, porque no es nuevo, pero la verdad es que supone un reto enorme para el régimen ultraconservador iraní. Ya cinco años atrás otra mujer, Masih Alinejad, inició un movimiento al que se unieron miles de mujeres para protestar por el uso obligatorio del hiyab. Se difundió por las redes sociales y también provocó manifestaciones y protestas que, cómo no, fueron duramente reprimidas.

Masih Alinejad escribió un libro de éxito, El viento en mis cabellos, en el que describe la experiencia de haber nacido y crecido como mujer en un pequeño pueblo al norte de Irán y su ejercicio literario la convirtió, a ella y a su familia, en unos apestados. Hoy Masih Alinejad vive en el exilo en Estados Unidos, pero al menos está viva y puede seguir luchando para tratar de recuperar la libertad que las iraníes perdieron con la Revolución Islámica en 1979.

Las protestas de estos días son testimonio del hartazgo de un pueblo, hombres incluidos, contra un régimen despótico y, de manera particular, contra la humillante situación de las mujeres iraníes.

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