- Diego!! por allá como va a ir???. - Hermano, cuídese mucho que eso está peligroso. - Dios mío hijo! y para que se lleva al niño??. - Seguro va a hacer eso??.
Días antes, por el corredor que sería parte de nuestra travesía, 4 personas habían sido asesinadas. Fueron a un reclamo de tierras y se encontraron con la muerte. La verdad es que los miedos de familia y amigos, no era infundados. Estamos inmersos en territorios de penumbra. Los citadinos emburbujados en sus zonas de confort, con ciertas partes "seguras", observan desde una vitrina, la sitiada Colombia y su constante impronta de zozobra y violencia.
Aun así, sin ínfulas de mártir, tomando las precauciones necesarias, y pidiendo a la naturaleza que nos dejara contemplarla, emprendimos con mi hijo un viaje soñado por varios años. Hoy Badhian Jacobo es un adolescente de 16 años, triatleta, con ávida expectativa de conocer su país, y para mí, el mejor acompañante del mundo para esta experiencia de vida. Harold, un joven amigo en común, también se sumaba a este viaje de 5 días en bici, por la majestuosa e imponente Serranía de la Macarena. Ir tras los sueños, al final es lo que vale.
La preparación.
Por varias semanas nos alistamos en equipaje, ruta, y mente. Trazamos el diseño del camino, revisamos varias aplicaciones, entre ellas "maps.me", con la cual se garantizaba el recorrido en terreno, aunque no tuviéramos señal. Usamos Wikiloc, Strava y el reloj Garmin, para no perder detalle del recorrido porque la información al respecto no se encuentra de manera suficiente. Montamos parrillas a las bicis, pusimos sobre ellas nuestros maletines con una muda de ropa para dormir, una camisa de cambio, las chanclas, herramienta, medicina básica, implementos de aseo y nada más.
Todo eso para los 5 días que proyectamos duraba la travesía. Las bicis fueron llevadas a alistamiento, la preparación física se potenció (no lo suficiente en mi caso), y los detalles se seguían planeando para no perder nuestro propósito: llegar en bici a Caño Cristales en la Macarena y salir por la Julia en Uribe Meta.
En el camino.
Con la gran madre de Badhian Jacobo, quien funge como mi amada esposa, llegamos en carro al municipio de Vista Hermosa, por una carretera pavimentada y en buen estado, saliendo de Bogotá. En este resiliente municipio del Meta pasaríamos la noche, desde donde madrugaríamos para realizar la travesía. Con la ruta en la cabeza y en los dispositivos, salimos el día siguiente a las 4 am para recorrer los primeros 100 kilómetros de trocha, que nos llevarían de Vista Hermosa a Salto Yarumales, la primera estación. Ya en camino y a 10 kilómetros de avanzada, apareció de la nada, sin preguntarle, el primer “enviado de la naturaleza”: el señor Luis. Se nos acercó, ya que estábamos ajustando los “insignificantes” tornillos de las parrillas, que nos habían retrasado muchos minutos de lo planeado. Nos preguntó nuestro destino y oh! sorpresa: conocía una mejor ruta. Nos hizo devolver, empezar de nuevo desde Vista Hermosa y salir por otro lado. El camino que teníamos planeado igual nos conducía a nuestro destino, pero el que él nos mostraba, nos elevaba las experiencias y lugares hermosos a conocer. Sin pensarlo y tomando atenta nota, le hicimos caso, volvimos al municipio (de paso compramos muchos tornillitos para las parrillas) y empezamos de nuevo. A veces cuando te detienes a recibir las señales de la vida, el camino se puede mejorar.
El señor Luis, había hecho la ruta en bici. Tenía cada detalle de lugar en su cabeza y nos alentó tanto a hacer la travesía, que todos los miedos se desvanecieron por completo. Nunca nos advirtió, ni nos insinuó, ni nos generó incertidumbre por la situación del territorio. Siempre hablamos de bici, de los ríos, cascadas y paisajes que íbamos a contemplar. Sin don Luis, no se hubiera impregnado la tranquilidad que todos requeríamos para hacer nuestra travesía.
Así las cosas, tomamos desde el municipio la salida por Puerto Lucas, la Albania, Guapaya, Maracaibo, Caño Amarillo, Santo Domingo y Palmeras, camino a Yarumales, pasando por el Avión. Estando allí, viviendo esos paisajes, caños, cascadas y parajes, no cupo duda que era la mejor ruta. Mi esposa, quien debía regresar y emprender en el carro su propia travesía, retornaba desde el centro poblado de Maracaibo, ya que debía recogernos en la Julia del municipio de Uribe a los 5 días.
Cuando la logras, es porque mucha gente a tu alrededor ha contribuido para ello.
La varada.
El primer día de travesía, tuvimos rápidamente que aprender el control de las bicis para tomar las curvas en bajada, ya que con un maletín en una parrilla trasera, cambia un poco la estabilidad. Luego de ajustar una y otra vez las parrillas y sus verracos tornillos, tomamos ritmo por el ondulante camino de subidas y bajadas, con una serranía de la Macarena de fondo, tipo lienzo, un cielo azul y una leve brisa proveniente del pie de monte llanero. Había transcurrido varias semanas de lluvia, pero ese día no fue así. Al llegar a Palmeras, uno de los amables caseríos del camino, nos indicaron que podíamos llegar por la Reforma para acortar camino, sin embargo que todos debíamos saber nadar, ya que tocaba pasar los caños Diamante y Animas, los que por lluvia debían estar crecidos. Para evitar aventuras más extremas, y en apoyo emocional a Harold, que “no se sentía ducho en el agua”, (para no decir que no sabía nadar), tomamos camino hacia el caserío denominado el Avión y proseguir a Yarumales.
A los 70 kilómetros, en el sector de Loma Linda, un daño grave de la bici de Badhian Jacobo nos detuvo, ya que se rompió la biela. Harold nuestro mecánico de cabecera, dictaminó que no se podía continuar. No teníamos idea de cómo terminar 30 kilómetros que nos faltaban y a los 5 minutos de tener el pedal en la mano, resignados en una casa campesina, pasó el jeep de la línea que iba para Yarumales, entonces decidimos de una vez, subir las bicis y allá resolver la situación. Era obvio que solo hasta el municipio de la Macarena íbamos a encontrar solución técnica a la bici, y por lo tanto los ánimos se bajaron un poco. Pasamos una muy buena noche, con buenas camas, buena comida y un gran anfitrión como lo es Carlos Enrique, el líder del turismo comunitario en el Salto Yarumales.
Parece cliché, pero no hay mal que por bien no venga.
El Plan B, que parecería el plan A.
Al día dos, Harold retomó la travesía solo en bici para ganar terreno en nuestro propósito de llegar a Caño Cristales. Nosotros, Jacobo y yo, debíamos esperar un carro que nos adelantara unos kilómetros y llevara la bici hasta el municipio de la Macarena. Sobre el medio día, un carro que llevaba 15 días varado y como si nos estuviese esperando, fue reparado y sus amables mecánicos nos llevaron hasta el cruce que desvía los carros hacia la Macarena y el camino de selva que conduce a Caño Cristales. Este lugar conocido como la casa de Duvín, se encontraba a 18 kilómetros de nuestra meta natural. Allí nos encontramos con Harold, quien recibió la noticia de nuestra nueva travesía: un duatlón.
Si éramos 3 personas y dos bicis, a 18 kilómetros, con dos horas de luz, debíamos recorrer este tramo en el tiempo disponible, o no veríamos caño cristales. Comimos algo rápido y empezamos. Cada uno debía trotar dos veces 3 kilómetros a todo dar, y ser reemplazado por el siguiente en el turno de la bici. Lo bueno de un hijo triatleta, es que hizo a trote más de los 6 kilómetros que le correspondían, y entre Harold y yo nos repartimos el resto del trail runnig. (Con más tiempo y coordinando con los operadores del lugar, habríamos conocido Siete Machos y Caño Canoas, dos obras de la naturaleza, hermanos en belleza con Caño Cristales. Pero no todo se puede, y dejar pendiente es la mejor excusa para volver).
Ya conocíamos con mi hijo Caño Cristales, pero nunca por tierra ni en bici. Harold estaba fascinado, impactado. Efecto que suele despertar el río de los colores. Tuvimos 10 minutos de luz, suficientes para agradecerle a la vida, a Dios, pedir perdón a la naturaleza por tanto daño, tomar agua hasta saciarnos y quedarnos a recibir el anochecer bajo unos de sus chorros de vida. Tuvimos que dormir esa noche en el parque, al no alcanzar a pasar el río Guayabero que nos permitiera llegar a la Macarena. Fue una noche inolvidable.
Allí pensaba que con la naturaleza se rompe la ley espiritual, que afirma que uno recibe lo que da. Ella, nos brinda todo, nos da lo mejor, pero solo recibe de nosotros daño y dolor.
De Caño Cristales por los Parques Naturales de Tinigua, Picachos y la Macarena.
El día 3 madrugamos hacia el municipio de la Macarena. Se tomó toda la mañana reparar la bici. Hicimos ajustes a las otras dos, alistamos mucho mejor las parrillas y confiados en el buen trabajo del mecánico del municipio, tomamos de nuevo camino, porque llevábamos medio día de retraso. Sobre las 3 de la tarde, luego de saludar algunas autoridades que se encontraban en la Macarena, tras la reapertura al turismo del caño de los colores, emprendimos camino hacia el Rubí ubicado a 90 kilómetros.
Tomamos el camino por el mirador, Caño Piedra, pasamos en la lancha del señor Pedro por el río Lozada, y por senderos de laja, agua, selva y trocha, llegando a la escuela de los Alpes. Por razones obvias y sanas, buscamos refugio a las 6 de la tarde, y allí, otro “ángel del camino”, nos brindó la mano. Esta vez era don José y su esposa, que en su casa nos habilitaron una habitación y nos provisionaron de comida. Nos contaron sus historias, los lugares naturales majestuosos en su finca y una invitación para volver y conocer la Laguna de los Altares a pocos metros de su casa. Nos garantizó que podíamos ver tigres, leones y más animales salvajes que rondan sus predios. Razones de peso para volver.
Nuestra Colombia es el resultado del olvido y de su enfermizo centralismo.
El cuarto día madrugamos a montar. Debíamos hacer 85 kilómetros y llegar antes de las 6 pm al planchón en el cruce del río Guayabero, so pena de quedar al otro lado, sin lugares cómodos para dormir. Bordeando caño Perdido, pasamos por varios caseríos, fincas, zonas deforestadas, área de selva y cambios abruptos del paisaje. No obstante, el camino, el clima, los caños atravesados, los fondos selváticos, no minimizaban la majestuosidad del territorio. Algo que si se hacía evidente, es la situación territorial con la presencia publicitaria de actores de las FARC. En cada tienda que había o fonda que encontrábamos, parabamos a tomar agua, reconfirmar la ruta y contar las buenas sensaciones que nos producía montar bici en este lugar. Unas personas muy atentas, otras muy displicentes, resabiadas quizás, o simplemente en posición de no meterse en lo que no les incumbe. Sin embargo, el par de personas que nos preguntaron en detalle de donde veníamos, que hacíamos y quiénes éramos, coincidían en el hecho de llevar esas prácticas de ciclomontañismo a los niños y jóvenes de sus veredas, previa concertación con sus organizaciones sociales.
Llegamos sobre las 2 pm al caserío de Rubí, almorzamos e inmediatamente retomamos camino para llegar al Planchón del Guayabero. Salimos por el puente Colmena, vía vereda Jordania y Caño Juan, y sin mayores contratiempos, solo una pinchada, llegamos a la hora precisa para tomar el planchón.
5 / 5.
El último día empezaba en el planchón, lugar donde pudimos dormir cómodos y comer muy bien. El tramo que nos esperaba se denomina la Mata, y hace alusión a la selva estrecha por el corazón del parque Tinigua para llegar a la Julia y sus caseríos. Fueron 22 kilómetros de zona selvática, con algunos claros, espejos de agua, lodo y caños. Quizás el tramo más selvático de toda la ruta. Cuando sales encuentras la Estrella, un pequeño caserío de los varios encontrados al lado del río Duda que conducen a la Julia. Este día fueron 55 largos kilómetros por camino de piedra y un carreteable fuerte para la bici. La hostilidad con la calidez se combina en la actitud de sus habitantes. Cada caserío con su propia historia de guerra, convive con sus actores, deja entrever en sus murales quienes hacen presencia, quienes quieren el poder territorial y quienes son los que mandan.
En la Julia nos esperaba mi esposa, quien vivió su propia experiencia durante los 5 días en el cabildo indígena de Candilejas, a dos horas de trocha y selva de la Julia. Sus vivencias, merecedoras de otro relato, coincidían con los mismos sentimientos que tuvimos de plenitud, tristeza y reflexión profunda, por la Colombia que no vemos.
Esta andanza en bici por más de 300 kilómetros, hacerlo acompañado de tu hijo, sentir la majestuosidad de tres parques nacionales naturales, llegar a caño cristales en bici y trotando, dormir al lado del río más hermoso del mundo, sentir la Colombia oculta y pensar que el Cambio va a llegar, es el nuevo combustible para hacer de esta parte del mundo, mi lugar preferido para existir.
Reflexiones finales.
La deforestación es absurda. Esta acción macabra sobre nuestros parques naturales es agobiante. Son muchos los factores, empezando por una cultura boyacense y llanera con grandes terratenientes, que destinan sus cientos de hectáreas a los pastizales donde habitará una vaca por hectárea. Otros, con menos tierra, buscan de manera desesperada un modus de vida y encuentran en la ganadería la misma práctica. Al lado y lado del camino la pérdida y quema de la cobertura es evidente. No nos imaginamos lo que pueda pasar monte adentro.
Cada finca, cada poblador, cuenta una historia de faena con algún tigre (Jaguar), que fue cazado por acercarse a sus tierras. La demanda de carne de las ciudades es desmedida. La falta del control por las autoridades que tienen la información sobre los dueños de la tierra, es alcahuete. No es posible que no caiga sanción en aquellas tierras deforestadas cuando la tecnología permite saber quiénes son sus dueños. No hay opción productiva, económica seria y efectiva a los campesinos para que vivan sin deforestar. No hemos comprendido nuestro papel protagónico y privilegiado al ser el lugar de mayor biodiversidad sobre la tierra. Nuestros mandatarios centran sus afanes en la acomodación política personal y desconocen los territorios. Nuestros jóvenes cazan peleas parroquianas y dejan de lado el futuro del país.
Sin embargo debemos insistir en otra Colombia. No puedo permitirme que mi hijo y el joven Harold, crean que no hay salida. La resignación es la última opción. Apoyo total a gobiernos que lleven oportunidad a cada rincón, resaltar la ruta turística por este corredor que adelanta la Gobernación del Meta, alentar la titánica labor de los buenos funcionarios de parques nacionales y autoridades ambientales, rodear los líderes de la región que contribuyen al buen vivir, y fomentar la elección de dirigentes que hagan cosas por cada lugar olvidado de Colombia.