Carlos Salas
Carlos Salas Silva

Cosa de locos

Por YouTube son miles los que siguen a un, muy particular, personaje que por no saber pintar se dedicó a pontificar sobre cuestiones artísticas. Por ser tan “curioso”, a este español le cae a la medida el dicho de que la curiosidad mató al gato. En sus alardes de critico impenitente se ha liado con otra, sacada de entre los que le acolitan sus excentricidades, la tristemente famosa mexicana Avelina Lesper, muy popular por su manía de despotricar del arte contemporáneo en cada una de sus manifestaciones. Los dos personajes de este curioso dúo se cruzan invitaciones a sus respectivos programas para mantener conversaciones en las que, como en los de actualidad política, no paran de hacerse mutuos elogios mientras deciden quién es quién en el arte y a quién destrozar o, también cabe, por qué no, ensalzar, lo que hace parte de la función.

No cabe duda de que su labor como críticos se sustenta en una malinterpretación de lo que es propiamente el concepto de crítica, lo que los hace caer en la mala leche y en la superficialidad. Estos aprendices de críticos tuvieron un encuentro, luego del fallecimiento de Botero, del que salieron muy mal librados, en cuanto a su mutua solidaridad, y muy particularmente golpeado el español al que la mexicana le dio sopa y seco. Resulta que hace unos meses García Villarán había dedicado uno de sus populares programas -aunque usted no lo crea sobrepasa de largo el millón de suscriptores, cosa que para un canal en español dedicado al arte es asombroso por decir lo menos- a destruir a Botero llegando a calificar de “una m…” su pintura y declararlo como un pésimo dibujante. Lesper, sin ser fan del artista colombiano, se dio la pela para rebatir eso de que es “una m…” la obra del prestigioso artista y más si venia de un españolete al que le queda difícil, según ella, entender sus raíces prehispánicas, pos hispánicas y hasta mafiosas que constituyen la cultura latinoamericana. Sus argumentos fueron claros hasta el punto que el irreverente youtuber trató de salir del barrizal en el que se metió diciendo que el término “una m…” lo utilizó, específicamente, para provocar a YouTube y demostrar que no le tenía miedo a una desmonetización o cualquier otra sanción. Muy ingenuo si se cree que nos comemos el cuentico.

Así como en este comienzo de año he tenido tiempo de sobra como para perderlo escuchando a ese par de “iluminados”, también he dedicado unas horas a la buena lectura. Durante tres días estuve muy concentrado en “Melancolía” de Jon Fosse, premio Nobel de literatura 2023, novela en la que Fosse se pone, como escritor, y nos pone, como lectores, en la piel y en la mente de Lars Hertervig, pintor noruego que sufrió de esquizofrenia. La mayor parte de la novela se desarrolla en un delirante monologo a partir de una tarde en la vida del protagonista, lo que lleva al lector a penetrar en la psiquis de un enfermo mental de una manera tal que sobran las explicaciones. Tal vez ahí radica la fuerza del arte.

Por insistencia de mi hija fui al quiropráctico, buscando que me reacomodara los huesos luego de la aparatosa caída que sufrí hace unas semanas, quien me preguntó, como es habitual cuando digo que soy pintor, qué tipo de pintura hago. Le contesté groseramente, como habría contestado Hertervig y hasta García Villarán, pero no Botero:

“Lo que hago es muy extraño y me importa un carajo que la gente lo entienda. Ni yo mismo lo entiendo”.

Si alguien dijera de mi pintura que es “una m…” no sabría cómo digerirlo y menos cuando leí, en Melancolía II, como Fosse se ocupa de las angustias digestivas de la sobreviviente hermana de Hertervig, en un monologo de una mujer vieja que está perdiendo la memoria, pero no la razón como si la perdió desde muy joven su hermano el pintor.  

Anoche, luego de dar por terminada Melancolía, retomé las páginas que al final de La “Montaña Mágica” Thomas Mann le dedica a una sesión de espiritismo. Hará unos días tuve la tentación de releer el final de esa monumental novela sin recordar de qué trataba ya que fue hace muchos años que la leí en París. Dicen que es una novela filosófica, yo la calificaría de erudita cuando me llena de asombro la capacidad de Mann de transmitir tantas experiencias para reflexionar sobre ellas de una manera magistral.

Es cosa de locos pensar que fue real que el espíritu de Holger, el poeta, a punta de tocar una copa letra por letra, haya transmitido un largo poema que no le pareció malo al protagonista de la novela de Mann. Es cosa de locos que un crítico pintor que no sabe pintar diga que es “una m…” la pintura de aquel Botero que, según el crítico, no sabe dibujar. Como también sería de locos admitir que la mente de Hertervig, el pintor, se dedicara a matar a los que no saben pintar:“Ven a ver a Lars cortar leña, dijo Alida.
Y allí estaba, riéndose en mi cara, todo su rostro reía.
Ahora Lars ha puesto manos a la obra, ven, ven conmigo y verás cómo trabaja, dijo Alida.

Vi a Lars delante del tajo, había dejado la sierra apoyada contra el muro del retrete, tenía un hacha en la mano y un aspecto tan feroz como desquiciado.
Allá se fue ese alemán, dijo Lars. Ahora un pintor noruego tendrá que hacer algo que no le apetece, dijo.
Ahora buscaremos a un pintor noruego, dijo.
Y Lars agarró un leño y lo colocó sobre el tajo.
Ahora recibirás, maldito diablo, dijo.
Por Satanás que recibirás, dijo.
Hasta aquí podíamos llegar, dijo. Y Lars alzó el hacha por encima de su cabeza y la dejó caer con todas sus fuerzas sobre el leño que se partió en dos y cayó al lado del tajo.
Estás acabado, dijo.

Nunca supiste pintar, nunca, pero tú, erre con erre, querías pintar y encima tenías que fastidiar a los demás pintores, dice Lars.


Aquí tienes pintor de pacotilla, eres malísimo, dice Lars.
Has recibido lo que te merecías, dice Lars.
Has tenido tu merecido, dice Lars.

Es cosa de locos pretender que me importa un carajo que no entiendan mi pintura y más aún que ni yo mismo la entienda; como también que me importe un carajo que un Villarán la calificara de “una m…”. Por suerte no tendré nunca la fama de Botero como para caer en las garras de críticos de esa calaña.

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