Carlos Salas
Carlos Salas

Informados y desorientados

En el pasado, mucho más que en el presente, el ritual de leer el periódico en la mañana, como también el de escuchar la radio para estar informados, nos hacía, de alguna manera, sentir participes de una comunidad a diferencia de ahora cuando en cualquier momento y lugar disponemos de datos procedentes de todas las latitudes que en lugar de acercarnos los unos a los otros nos separan. Pretendemos sustituir el vacío generado por los excesos, como ocurre con las adicciones, compartiendo lo que nos llega ya sea acerca de la guerra del momento, de las campañas presidenciales o de la corrupción del gobierno y con ello pretendemos considerarnos activos socialmente. Lo que se nos escapa es la narración que da sentido a nuestra relación con los acontecimientos y los ubica en el tiempo y en el espacio sin que caigamos nosotros, los muy inútilmente informados, junto a lo acontecido en el abismo de la nada. 

Cuando escuchamos un relato le sobreponemos lo que nuestra propia experiencia ha ido archivando en una memoria que nos es esquiva, pero que se activa abriendo sus cajones de los recuerdos para construir narraciones que enriquecen a la inerte información, aquella que nos dice todo sin que nos diga nada, acercándonos con su fastuosa apariencia al mundo, pero poniéndonos una barrera que nos aísla y nos hace vulnerables.  

Por experiencia propia puedo asegurar que la información puede convertirse en una adicción. Como mi forma de trabajar lo permite, puedo acudir en todo momento, a través del celular, a la información ya sea escuchando programas de geopolítica en la que sus presentadores y analistas les puede significar, por poner un ejemplo, un bombardeo, no el dolor de las victimas sino una caída en los mercados. De la misma manera los opinadores profesionales se sienten muy sabiondos cuando sus nefastos pronósticos los ven convertidos en terribles realidades sin importarles lo que significan para el destino de pueblos enteros. Hay cierta dosis de sadismo cuando se trata de informar, también de masoquismo cuando se trata de recibir la información. No es de extrañar que sean las malas noticias y, especialmente, las más dolorosas para quienes las protagonizan, las que satisfagan la sed de información de quienes las trasmiten como de aquellos que las escuchan con avidez para luego precipitarse a compartirlas por las redes. 

El filósofo Byung-Chul Han, en su recién publicado libro “La crisis de la narración”, pone en alerta sobre lo que significa la perdida de la narración como estructura que le da sentido a la vida. Dice que en el presente nada narra, todo es evanescente sin inicio ni final porque la narración ha sido sustituida por la información, lo que poco ayuda a transformar el mundo. Para Han la narración, en tiempos pasados, le daba sentido y orientación a la vida, transformando el mundo dándole sentido e identidad, en cambio hoy nos encontramos más informados que nunca pero totalmente desorientados. 

Construir narrativas es lo que nos permite tejer las redes entre el pasado y el presente y de ahí vislumbrar un futuro. La saturación de información cierra la mente, no permite que se acceda al campo narrativo. La capacidad de la narración de afectar la realidad de un mundo con el que no estamos conformes, no ha sido debidamente comprendida, menospreciando su alcance. Si escucháramos atentamente a los otros, pero también a nuestro ser interior, podríamos superar el sentimiento de impotencia y nos veríamos fortalecidos para enfrentar activamente lo que nos daña y a quienes nos oprimen.   

P.S.: Pienso ahora en Svetlana Alexiévich, quien, en sus libros que le hicieron merecedora de un Premio Nobel de Literatura, dio la palabra a los verdaderos protagonistas de las guerras y desastres, los sobrevivientes, para que construyeran sus relatos, como un ejemplo de la fuerza de la narración. Somos víctimas en potencia y como tal tenemos el derecho, pero también el deber, de construir nuestras narrativas que tendrán la posibilidad de enredarse con otras como defensa de la tiranía de la información resultante de ser pasivos receptores y sumisos trasmisores compartiéndola por las redes sin que hayamos tenido el tiempo de elaborarlas, decantarlas y asimilarlas.

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