A finales de los años setenta del siglo pasado una mujer de cincuenta años de edad se convirtió en la líder del partido conservador en Gran Bretaña, país que estaba pasando por un mal momento. La izquierda había conquistado el poder y aplicado sus desastrosas medidas populistas llevando, paso a paso, a ese gran país a la ruina. “El socialismo ha defraudado al país. ¡Deshagámonos de él antes que acabe con nosotros”, decía sin tapujos la valiente Thatcher dos años antes de convertirse en Primer Ministro, siendo la primera mujer en llegar al cargo y, por cierto, quien lo ha ocupado por mayor tiempo. Entre 1979 y 1990 realizó los profundos cambios que el país requería desde su clara posición de derecha que sigue siendo ejemplo para el mundo entero.
Entre los muchos motes que le asignaron, pretendiendo desprestigiarla, uno quedó para la historia, el de “La dama de hierro”. Fueron los soviéticos quienes con ese apodo quisieron representar lo que ellos calificaban de “odio zoológico hacia el comunismo”. Esto se dio tres años antes de que ascendiera al cargo que le permitió demostrarle, a ellos y al mundo, que, efectivamente, era una dama de hierro en su mejor sentido.
Hace cuarenta años el mundo sufría una embestida de la izquierda muy similar a la de ahora. Personalidades llenas de coraje y apoyadas en firmes convicciones lograron no sólo frenar sus avances sino derrotar al comunismo globalista que se creía indestructible. No había lugar de la tierra en donde los tentáculos del Kremlin no llegaran, como tampoco donde sus títeres no prepararan el terreno para la entrega definitiva de sus propios países.
La situación actual invita a repasar esos momentos históricos y sacar lo mejor de ellos para enfrentar esa misma amenaza que se cierne de nuevo ahora y, muy particularmente, sobre nuestra región. Una enseñanza nos la ofrece el ejemplo de Margaret Thatcher con su clara visión que se resume “no sólo en proclamar que la nación debe confiar en sí misma, trabajar con tesón y economizar, sino pronunciarse también por el capitalismo, la empresa privada y la obtención de utilidades”, como lo escribió en 1977 Claire Sterling, experta en el terrorismo internacional y su vínculo con la Unión Soviética que dejó en evidencia con su investigación del atentado contra Juan Pablo II.
Es imprescindible evocar a la valiente Thatcher ahora cuando se termina el confinamiento y se nos permite “hacer lo que nos plazca”, lo que algunos consideran inadmisible pero otros lo vemos como parte del ejercicio de nuestras libertades ciudadanas. “El derecho del hombre a trabajar como le plazca, a gastar lo que gana, a poseer bienes y a que el Estado sea su servidor y no su amo” reclamaba, desde sus inicios en la política, esta líder indiscutible de la derecha. No es tan dificil seguir esos principios conociendo la riqueza que generan en contraposición a la miseria resultante cuando es el Estado el que se convierte en amo y señor.
Hay que tener presente que no es lo mismo “hacer lo que nos plazca” cuando lo que anima a la acción es el amor o el odio. “Ama y haz lo que quieras” son las palabras con las que San Agustín invitaba a actuar haciendo del libre albedrío un credo con el que el hombre puede medir el alcance positivo de su comportamiento. Viendo el actuar criminal constatamos que su raíz está en “odiar y hacer lo que le venga en gana”.
Está en cada uno de nosotros decidir si actuar desde el amor o el odio. Nuestro reto está en no descuidarnos habiendo constatado que nuestras libertades pueden ser pisoteadas tan fácilmente. En los próximos meses tendremos la oportunidad de prevenir los daños irreparables que se causarían si en 2022 la izquierda sube al poder. Ya han ganado mucho terreno y nos han asestado golpes bajos que nos mantienen debilitados. Que el fin del confinamiento nos fortalezca para la batalla definitiva, la que supo liderar en su país Margaret Thatcher hace cuarenta años y la que nos corresponde ahora enfrentar. Lo primero por hacer es acertar en designar el líder que, desde la derecha, nos lleve a la victoria en la defensa de nuestras libertades.