En su magnífico libro, Andrés Oppenheimer inicia con esta demoledora frase: “Una ola de descontento recorre el mundo”. Esta ola se hace cada día más evidente en instituciones tradicionales como la familia, las escuelas, los Estados y las empresas. Se refleja de manera directa en nuestras propias vidas personales. ¿Por qué las personas están cada vez más insatisfechas? Por supuesto, hay muchos factores y nuevas estrategias en busca de la felicidad y el bienestar que varios gobiernos han identificado y que el autor de manera creativa señala en su investigación periodística de más seis años.
Hay mil cosas que cuenta Oppenheimer y que podrían servir para que los colombianos en el 2024 no sigamos fomentando la “desesperanza aprendida” provocada por el retroceso que ha tenido la democracia liberal y sus instituciones. En principio quiero señalar que, si bien el crecimiento económico debería ser el principal parámetro de progreso y satisfacción de vida, hay un factor complementario como lo es el fomento en el corto plazo de verdaderas políticas públicas con sentido de propósito, lo que debería hacer pensar a nuestros nuevos gobernantes en una nueva y renovada gestión de los problemas públicos que más afectan a las personas.
La ola de populismo, securitización y anuncios de “mano dura” contra riesgos y amenazas que acechan por todas partes —y que los políticos no entienden muy bien— fue el común denominador en la narrativa política en el 2023. Este año ya terminó, llegó la hora de generar respuestas colectivas a problemas públicos que no son fáciles de intervenir, si no se diseñan verdaderas políticas y estrategias basadas en evidencia que coloquen en el centro las necesidades y las causas del descontento social que vive Colombia. Lamentablemente, el incremento de homicidios, masacres y delincuencia producto del crimen organizado y de otros factores asociados a convivencia ciudadana están sacudiendo las principales ciudades del país como Cartagena de Indias, Santa Marta, Barranquilla, Cúcuta, Villavicencio, Bucaramanga, Bogotá, Cali e Ibagué.
Sin lugar a dudas, esto contribuye al pesimismo sobre la democracia. Los gobernantes deben entender que la receta para un crecimiento económico y social es impulsar instituciones fuertes que trabajen incansablemente por las libertades individuales. Sin seguridad ciudadana es imposible tener gente feliz. El funcionamiento de instituciones como la Policía y la gestión pública de la seguridad y la convivencia no dependen solo de su reglamentación, tareas y responsabilidades, sino fundamentalmente de su sincronización constante con el marco moral o sentido más profundo de orden, justicia, libertad, seguridad y sensibilidad social que una sociedad ha alcanzado a lo largo de su historia. Las más grandes y hermosas creaciones humanas son difíciles de alcanzar sin políticas e instituciones fuertes.
No se trata de hacer tabula rasa a lo logrado en las reformas institucionales, se trata de implementar políticas y de generar reajustes graduales que perfeccionen el funcionamiento de las instituciones de modo que puedan contribuir a un progreso efectivo y constante en la calidad de vida y felicidad de las personas. Nos guste o no, un espíritu reformista es siempre mejor que uno revolucionario. Sin un adecuado liderazgo, vocación de servicio público y una férrea voluntad política de los gobernantes, se hace difícil salir del pozo y alcanzar una verdadera cultura de la seguridad y la libertad. Necesitamos que los gobiernos no pierdan de vista las promesas y los compromisos anunciados para que los ciudadanos alcancemos una actitud más optimista con la política y los políticos. ¡Feliz 2024!