Las elecciones de 2020 terminaron. Y los grandes ganadores fueron el coronavirus y es muy probable que el cambio climático catastrófico.
Bueno, también ganó la democracia, al menos por ahora. Al derrotar a Donald Trump, Joe Biden nos salvó de caer en el abismo de un gobierno autoritario.
Sin embargo, el castigo de Trump fue menor al esperado por su mortífero fracaso para enfrentar la COVID-19 y pocos republicanos parecen haber recibido algún castigo.
Como decía un encabezado de The Washington Post: “With pandemic raging, Republicans say election results validate their approach” (Aun con la pandemia arrasando, los republicanos dicen que los resultados electorales validan su estrategia).
Y su estrategia, en caso de que no lo sepan, ha sido la negación y la negativa a tomar incluso las precauciones más básicas y de bajo costo, como pedirle a la gente que use cubrebocas en los espacios públicos.
Las consecuencias epidemiológicas de esta irresponsabilidad cínica serán desastrosas. No estoy seguro de cuánta gente se da cuenta de lo terrible que va a ser este invierno.
Las muertes por COVID-19 tienden a retrasarse unas tres semanas con respecto a los nuevos casos; dado el crecimiento exponencial de los casos desde el principio del otoño, que no ha disminuido en absoluto, esto significa que, para fin de año, podría haber miles de muertes diarias. Y recuerden, muchos de los que sobreviven a la COVID-19 sufren daños permanentes en la salud.
Para ser justos, las noticias sobre la vacuna han sido muy buenas y parece probable que por fin lograremos controlar la pandemia en algún momento del año que viene. No obstante, podría haber cientos de miles de muertes de estadounidenses, muchas de ellas evitables, antes de que la vacuna se distribuya de manera generalizada.
Sin embargo, por muy horrible que sea el panorama de la pandemia, lo que más me preocupa es lo que nuestra respuesta fallida dice sobre las posibilidades de enfrentar un problema mucho más grande que plantea una amenaza existencial para la civilización: el cambio climático.
Como muchas personas han señalado, el cambio climático es un problema inherentemente difícil de abordar, no en lo económico, sino en lo político.
Los políticos de derecha siempre afirman que tomarse el clima en serio condenaría la economía, pero la verdad es que, a estas alturas, la economía de la acción climática parece bastante benévola. Los espectaculares avances en la tecnología de las energías renovables hacen que sea bastante fácil ver cómo la economía puede deshacerse de los combustibles fósiles. Un análisis reciente del Fondo Monetario Internacional sugiere que, si acaso, el “impulso de la infraestructura verde” llevaría a un crecimiento económico más rápido en las próximas décadas.
No obstante, las medidas climáticas siguen siendo muy difíciles en términos políticos dado: (a) el poder de los intereses especiales y (b) el vínculo indirecto entre los costos y los beneficios.
Consideremos, por ejemplo, el problema que plantean las fugas de metano en los pozos de fracturación hidráulica. Una mejor aplicación de la ley para limitar esas fugas tendría enormes beneficios, pero se extenderían en el tiempo y el espacio.
¿Cómo se consigue que la gente de Texas acepte incluso un pequeño aumento de los costos ahora, cuando el resultado incluye, por ejemplo, una reducción en la probabilidad de que haya tormentas destructivas en una década y a medio mundo de distancia?
Estos resultados indirectos hacen que muchos de nosotros seamos pesimistas en cuanto a las posibilidades de la acción climática. Sin embargo, la COVID-19 sugiere que nuestro pesimismo quedó corto.
Después de todo, las consecuencias de un comportamiento irresponsable durante una pandemia son mucho más evidentes e inmediatas que los costos de la inacción climática. Reúnan a un grupo de personas sin cubrebocas en un espacio cerrado (por ejemplo, la Casa Blanca de Trump) y tal vez vean un aumento repentino en las infecciones tan solo unas semanas después. Podrían ver que ese aumento repentino tendría lugar en su propio vecindario y muy posiblemente afectaría a gente que conocen.
Además, es mucho más fácil desacreditar a los que niegan la existencia del coronavirus que a los que niegan el cambio climático: basta con señalar las muchas muchas veces que estos negadores afirmaron de manera falsa que la enfermedad estaba a punto de desaparecer.
Así que lograr que la gente actúe de manera responsable contra el coronavirus debiera ser mucho más fácil que actuar contra el cambio climático. Sin embargo, en lugar de eso, vemos una negativa generalizada a reconocer los riesgos, acusaciones de que las normas baratas y de sentido común ―como el uso de cubrebocas― constituyen una “tiranía” y amenazas violentas contra los servidores públicos.
Entonces, ¿qué creen que pasará cuando el gobierno de Biden trate de hacer del clima una prioridad?
El único factor mitigante de la política del clima que puedo ver es que, a diferencia de la lucha contra una pandemia, que, en esencia, consiste en decirle a la gente lo que no puede hacer, debería ser posible enmarcar al menos alguna acción climática como algo positivo en lugar de negativo: invertir en un futuro verde y crear nuevos puestos de trabajo en el proceso, en lugar de solo exigir que la gente acepte nuevos límites y pague precios más elevados.
Por cierto, quizá esta sea la principal razón para esperar que los demócratas ganen las elecciones de segunda vuelta en Georgia. La política climática de verdad necesita promoverse como parte de un paquete que también incluya una inversión más amplia en infraestructura y creación de empleos y, simple y sencillamente, eso no sucederá si Mitch McConnell sigue siendo capaz de bloquear la legislación.
Es evidente que tenemos que seguir tratando de evitar un apocalipsis climático, y no, eso no es una hipérbole. Aun cuando las elecciones de 2020 no fueron sobre el clima, hasta cierto punto fueron sobre la pandemia, y los resultados hacen que nos sea difícil ver el futuro con optimismo.