Danielas

Ese trajinado día quirúrgico nos faltaba la cirugía compleja. Como es habitual, con el fin de darle a conocer con antelación los pasos a seguir, pregunté: ¿quién será la instrumentadora? Al otro lado de la sala, una chiquilla respondió: “soy yo, doctor”. Le aclaré que deseaba conocer a la titular, no a la estudiante que entraría a su práctica dirigida. De nuevo, la misma respuesta: “soy yo, doctor”.

Me sorprendieron su edad, su estatura y su finura. Contaba entonces unos 23 años, pero aparentaba 13, y ya era la licenciada, la integrante oculta y profesional del equipo quirúrgico. Aunque un tanto nerviosa durante su primera vez en neurocirugía, se fue integrando despierta, cómoda y relajada al experimentado grupo. Cumplió con sus obligaciones al pie de la letra, y yo imaginaba sus nuevas conexiones sinápticas formándose aceleradas en este entrenamiento del oficio.

Fue este mi primer contacto con Daniela. Gradualmente ella adquirió las habilidades técnicas para desempeñar con solvencia las funciones de instrumentadora en neurocirugía. Forma parte de este valiosísimo talento humano de las instrumentadoras quirúrgicas, que en Colombia se inició como profesión en 1943 y fue regulada por la Ley 784 de 2002. En promedio son 8 semestres de formación, en 16 escuelas de instrumentación quirúrgica que existen en el país. Los pacientes y sus familias no las tienen presentes, pero en el corazón de los cirujanos gozan de visibilidad y gratitud, pues llevan una carga de responsabilidad en los resultados operatorios.

Ese día cualquiera, Daniela salió de su casa para el trabajo en la moto que por fin había podido comprar con sus primeros ahorros. Tres meses de haber cumplido esa fantasía y así agilizar su movilidad. De repente, cayó sobre el pavimento de la autopista norte e, indefensa, fue arrollada por la tractomula que pasaba justo en ese momento. Pronto la llevaron a la clínica más cercana (a la cual me unen fuertes vínculos afectivos), en donde, diligente, el grupo de trauma encargado cumplió a cabalidad el protocolo de atención (ABC de nuestras guías: apertura aérea, respiración y circulación), todo respaldado por el soporte de anestesia y cuidados intensivos. Se luchó con el alma y con la ciencia (profesionalismo y ética) para rescatar a Daniela, cuya mayor lesión se presentó en la pierna derecha, que a las 72 horas tuvo que serle amputada a la altura del muslo para salvarle la vida. ¡Qué disyuntiva dolorosa: la vida o la pierna! Qué precio tan alto traza el miserable destino.

La OMS ha reiterado que la principal causa de muerte en los jóvenes de 15 a 29 años son los accidentes de tránsito. Cerca de 40 millones de personas los sufren cada año, y quedan con un importante grado de discapacidad. Las cifras en el país son escalofriantes cuando de motos se trata: según el Observatorio de seguridad nacional vial, el año pasado representaron el 53,2 por ciento del total de fallecidos y el 59,7 por ciento del total de lesionados registrados en Colombia, Y esta pandemia lo ha aumentado: la competencia por “pescar” los domicilios lleva una carga muy alta de imprudencias.

Daniela llevaba casco (sabe que su uso reduce en 40 por ciento la posibilidad de muerte por accidente y en 80 por ciento la opción de lesiones graves en cerebro). Por supuesto, no manejaba tomada ni iba chateando por celular. Busco más palabras: azar, casualidad, contingencia… y el delgadísimo hilo de la fragilidad que teje la flaqueza del tejido que nos identifica como seres humanos.

Fui a visitarla y noté en esos ojos infantiles de su cara incrédula lágrimas en las pupilas. No sentí en su mirada el tan recurrido ¿por qué a mí? De frente le pregunté: ¿Cuándo vuelve a salas de cirugía? El tubo de la respiración no le dejaba responder. Sus gestos me señalaron la pierna ausente. “Eso no es excusa”, le dije. Le ayudaremos para una prótesis… la necesitamos pronto de vuelta en el trabajo. Proseguí: “¿Cuánto se demora en estar de pie?” Sus manos de Barbie se abrieron para mostrarme 5 dedos. “¡No, eso es mucho tiempo! Tres meses son suficientes.” Le hablé de sus pares en salas de cirugías y cómo la oración colectiva por su recuperación era la comunión en estos días. Quirófanos sin cialíticas y tristes: la empatía emocional ante el absurdo accidente y el deseo de verla pronto caminando rápido en el pasillo de quirófano. Esa hormiguita junior corriendo a ayudar.

Al salir de ahí, pensaba en el cerebro y en cómo éste, a pesar de haber perdido la extremidad, guarda para siempre la memoria de su representación cortical. Nuestra corteza cerebral tiene un muñequito donde está la representación del cuerpo: el homúnculo. Las más finas y responsables tienen mayor representación en este dibujo desorganizado del cuerpo grabado en el encéfalo. A pesar de que se ampute, siempre está su imagen en el cerebro.

Anoche hablé con Daniela. Se sienta, se baña y le dijo adiós a la cama de la depresión. Qué voz fuerte tiene esta chiquilla. Está luchando con su equipo para que el muñón mantenga su viabilidad y reciba en unas semanas su prótesis. Estos accidentes no pueden acabar con la vida de nuestros muchachos, hay que devolverlos pronto a su entorno familiar y laboral. Daniela, jefe de hogar, lo logrará. Tiene la fibra de la mujer colombiana, esa que ha luchado siempre contra la adversidad, y que con la tolerancia que da el amor no aceptará la brecha de género.

Diptongo: necesitamos ejemplos y referentes: más Danielas.

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