De la seducción al engaño y a la des-ilusión (Parte 2)

“¿Hay todavía una ilusión estética?”, preguntaba Jean Baudrillard finalizando su segunda charla en la Sala Mendoza, en Caracas nada más y nada menos ¡Quién lo creyera!  Eran otras épocas…

En la Venezuela de hoy qué un filósofo se refiere a la ilusión estética ¿ilusión estética? es algo inimaginable. Por el contrario, a finales del siglo XX su capital era reconocida como un centro cultural, siendo referente obligado para artistas y críticos de Colombia y de la región. La discusión sobre los temas acuciantes de la contemporaneidad en el campo del arte era frecuente en simposios, exposiciones y conferencias como la dictada por el filósofo francés que tanta controversia acababa de generar con su artículo “El complot del arte”. 

Baudrillard amplió la pregunta sobre la ilusión estética añadiéndole esta: “¿Hay todavía la posibilidad de encontrar un reto más allá de la pérdida del valor, algo que no tenga ya que ver con el valor sino con una gran ilusión, es decir, encontrar una estrategia fatal más allá del propio mundo, de la alienación y de la mercancía?”. Y esta otra: “¿Habrá todavía una estrategia fatal del arte o ya no se está más que en la estrategia banal de la estética?” De su discurso sobre la seducción pasó al de la desilusión denunciando que al interior del arte contemporáneo se estaba generando su autoaniquilación. Ante esto, y con la prevención de no caer en la nostalgia de tiempos pasados, el filósofo quiso ir a la ofensiva proponiendo que la desaparición del arte se convierta en un “arte de la desaparición”.

De manera anecdótica hago referencia a la “desaparición” de La Bachué, la original, la esculpida por el joven Rómulo Rozo hace casi un siglo y que estuvo perdida durante décadas. Se podría considerar que sumándole al objeto escultórico y al mito muisca que lo originó el misterio de su desaparición, podría considerársele como un ejemplo del tal “arte de la desaparición” al que hacía mención Baudrillard. Es posible especular que mientras se mantuvo oculta La Bachué de Rozo se acercó más al mito que a su misma condición de obra de arte. Pero también, de manera paradójica, ese ocultamiento la llevó al campo del concepto, es decir, al de ser considerada una obra de arte (conceptual) por el poder de la palabra, como ocurrió con la desaparición de la Monalisa y la aparición del orinal transformado en fuente, hechos que coincidieron en el tiempo. 

Durante esos años de furor de las vanguardias artísticas se había ejecutado sistemáticamente una renovación en el campo del arte en el que se dio un “golpe de estado” a la tradición artística. Lo que fue arte oficial desapareció como resultado de su rechazo a su propia desaparición, según Baudrillard, pero “reaparecen por todas partes las formas que creíamos desaparecidas en el curso de la modernidad (…) Pudo pensarse que todas esas formas de arte tradicionalistas y académicas habían desaparecido definitivamente, pero no es cierto. Hoy se le saca a luz, se muestran en los museos, por todas partes, y ello quizá indica efectivamente que la verdadera aventura del arte moderno, que fue la de su desaparición, ha terminado, y que ahora resurge un arte que no aceptó nunca su propia desaparición, un arte que siempre quiso ser positivo”. Como metáfora de lo expuesto por Baudrillard se presenta La Bachué representando un arte que pudo ser aniquilado, pero no lo fue, con la arremetida de las vanguardias y con la máquina de producción instaurada por el Pop Art, que se ha venido haciendo cada vez más sofisticada en un mundo en que lo real es sustituido por la hiperrealidad de lo virtual.

Una explicación a ese resurgimiento de las “formas de arte tradicionalistas y académicas” la encuentro en una posible inversión del efecto Duchamp. El orinal pasó de ser un objeto industrial y vulgar a gozar de la singularidad y el prestigio que le confiere el ser elevado a la condición de objeto artístico. La Bachué pasó de ser un objeto artístico y decorativo como centro de una fuente elaborada por encargo dentro de una estrategia de infiltración, de la que hablaré en un próximo artículo, a un objeto fetiche que en su doble, la copia, pasa de lo kitsch al “gran arte”, ese que ahora, como en el caso de Koons, solo espera un ¡Wow! del espectador mientras que subrepticiamente corroe los cimientos del juicio estético desde su interior como lo estamos presenciando en el campo político en el que la democracia se autodestruye sin que se presente ninguna resistencia.

Ese juego que pasa de la seducción al engaño y a la desilusión que con maestría y mucha ironía expone Baudrillard, se convierte en el gran banquete del arte al que los artistas y los críticos se precipitan buscando saciar su apetito. La aventura del arte, que se inició hace un siglo con las vanguardias llegando al desenfreno, ya da muestras de agotamiento. Pasamos del complot del arte a un complot contra el arte desde el arte mismo.

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