El reciente caso del pleito marcario de la organización Frisby ha puesto en el asador no solo su tradicional sabor, sino también toda la solidaridad organizacional y ciudadana frente a lo que parece un intento de suplantación de marca en el extranjero. De manera casi masiva muchos sectores han decidido expresar públicamente su a-pollo a esta insignia de la industria avícola colombiana.
En el centro de la polémica se encuentra una nueva marca en España cuyo logo, colores y por supuesto nombre, han despertado más de una ceja levantada a causa de la alta casualidad en su parecido con la reconocida marca colombiana. Las similitudes son tan evidentes que no han pasado desapercibidas ni para el equipo legal de Frisby ni para miles de usuarios en redes sociales, que rápidamente se volcaron a mostrar su apoyo usando hashtags, memes y hasta montajes visuales en los que defienden lo que consideran una copia descarada.
Lo que hace especial este episodio no es solo la sospechosa coincidencia visual, sino la ola de respaldo que ha unido a consumidores, influenciadores y, de forma especialmente llamativa, a marcas rivales del mismo sector y de otras industrias. Vimos mensajes de apoyo desde cadenas de hamburguesas hasta marcas de panadería, pasando por empresas tecnológicas y de ropa, todas resaltando que en Colombia la competencia se puede dar con sabor, pero también con respeto.
Este gesto colectivo trasciende lo anecdótico. Nos habla de un ecosistema empresarial donde, una marca nacional es amenazada en su identidad, el instinto de protección se activa más allá del mercado. Frisby no solo representa un producto: representa décadas de historia, innovación local y un vínculo emocional con generaciones de colombianos.
Las imágenes que circularon recientemente en redes sociales fueron suficientes para desatar la controversia: una marca en España comenzó a operar con un logotipo sorprendentemente similar al de Frisby, acompañado de una paleta de colores prácticamente idéntica y una propuesta de empaque que replica detalles visuales distintivos de la cadena colombiana. Más allá de una coincidencia fortuita, lo que se observa parece una clonación estratégica que ha encendido las alarmas tanto en el ámbito legal como en el emocional.
El parecido no se limita al logotipo. El diseño de los empaques, la disposición gráfica de los menús y hasta el tono comunicativo de la marca española parecen calcados de la identidad visual construida por Frisby a lo largo de décadas. En marketing, este tipo de coincidencias son poco inocentes. Las marcas construyen su identidad con el tiempo, con esfuerzo, y mediante una coherencia visual y simbólica que el consumidor aprende a reconocer. Por eso, la sospecha de suplantación no es menor.
La apropiación indebida de una identidad gráfica afecta más que la reputación: es una amenaza directa al valor simbólico que una marca representa para su país de origen. Frisby no solo vende pollo, vende cercanía, confianza, y una narrativa empresarial que ha hecho historia en Colombia desde 1977. Cuando ese relato es imitado en otro mercado, sin contexto ni historia, se rompe el pacto de autenticidad que las marcas construyen con sus audiencias.
En este caso, las imágenes españolas parecían una mala copia, como si se hubiera tomado una fotografía de una sede de Frisby y se hubiera replicado sin comprender su esencia. La disposición del logo en las fachadas, el uso del color amarillo intenso combinado con rojo, e incluso el estilo de las tipografías utilizadas en los anuncios interiores son detalles que refuerzan la sensación de plagio. Y lo más grave es que esa copia no busca homenajear, sino competir en un mercado extranjero valiéndose de una identidad prestada.
No es la primera vez que una marca colombiana enfrenta una situación así, pero lo que hace único este caso es la contundencia de las pruebas visuales y la reacción inmediata del público. En cuestión de horas, usuarios en Colombia comenzaron a publicar comparaciones entre las dos marcas, exponiendo coincidencia tras coincidencia, muchas veces acompañadas de ironía, indignación o puro orgullo patrio. El juicio en redes fue rápido y, para muchos, concluyente.
Frisby ha construido su imagen de marca con una propuesta visual coherente y sólida, reconocible incluso a kilómetros de distancia. Sus colores, su personaje, su tipografía y su tono publicitario forman un conjunto que se ha grabado en la memoria colectiva de los colombianos. Por eso resulta tan chocante ver esos mismos elementos aparecer súbitamente en un mensaje europeo como si fueran producto de una inspiración espontánea.
El contexto globalizado permite que las marcas viajen, se expandan y sean conocidas más allá de sus fronteras, pero también abre la puerta a que elementos distintivos sean tomados sin permiso. Es por eso que este caso no solo debe analizarse desde el derecho marcario, sino también desde la ética empresarial. ¿Qué significa copiar la esencia de una marca sin vivir su historia, sin haber construido su confianza con los consumidores?
Por ahora, lo que queda claro es que Frisby no está sola. Esta situación ha servido para recordarnos que la identidad de marca es mucho más que un logo: es un patrimonio emocional, simbólico y cultural. Y cuando ese patrimonio se ve amenazado, no es raro que la gente, literalmente, saque las alas para defenderlo.
Frisby, como muchas otras marcas colombianas, no solo ha crecido en vitrinas sino en el corazón de quienes la han visto volverse parte de su cotidianidad. Es la caja que llega en cumpleaños, la bandeja que acompaña una tarde en familia, el sabor que muchos asocian con casa. Por eso, lo que está en juego en este pleito no es solo un nombre ni un diseño gráfico: es la defensa de una identidad construida a pulso, con sabor local y valores propios.
Lo que estamos viendo no es una simple batalla legal, es una muestra del poder simbólico que pueden alcanzar las marcas cuando se convierten en parte de la memoria colectiva de un país. Porque hay copias que intentan parecerse, pero nunca podrán replicar lo que se construye con autenticidad, con trabajo honesto y con el cariño de una comunidad que, en este caso, ha salido a defender lo suyo con alas desplegadas.
Frisby no necesita demostrar su originalidad: su historia habla por ella. Y aunque la justicia tomará su curso, el juicio social ya ha sido contundente. En medio de esta coyuntura, ha nacido algo más fuerte que una defensa legal: una muestra de afecto nacional. Un recordatorio de que las marcas auténticas no se imitan, se sienten.
Y quizás, sin quererlo, esta polémica nos ha recordado que hay marcas que van más allá del mercado: son parte de nuestra identidad. Frisby no solo es una empresa; es un emblema del ingenio colombiano, un símbolo de cómo lo hecho en casa puede conquistar con sabor, con alegría, y con orgullo. En un mundo lleno de imitaciones, Frisby sigue siendo original. Y eso, como diría cualquier colombiano con el corazón en la mano, no tiene copia.