El acto de lo cotidiano

Usted es una persona sensata, yo sé que podrá entender estas líneas que no son más que el intento mediocre de retratar con palabras el poético acto de la vida ocurriendo como siempre ocurre. 

Se preguntará usted quien soy yo. Nadie, yo solo soy un espectador. Piense en mí como un habitante de calle sentado en la acera de una ciudad cualquiera, o mejor, no piense en mí, solo pensemos en lo que ocurre a nuestro alrededor en el día más cotidiano.  

¿Se ha preguntado alguna vez quien es ese viejito canoso y encorvado que le lustra los zapatos en el Centro de Bogotá por unos cuantos pesos? O, ¿Qué historia hay detrás de sus manos ya negras por el betún? Seguramente no y está bien, pero lo invito a que pensemos en ese escenario por un momento como un ejercicio para matar el tiempo, (si está leyendo ésto no tiene mucho que hacer)

Allí está usted de pie y sentado justamente al frente, en un banquito muy pequeño, un hombre que tiene la cabeza metida en la tarea de hacer que sus zapatos brillen. Cuesta mucho verle la cara porque casi no la levanta, pero cuando lo hace podemos ver qué tiene arrugas que parecen más hondas por el betún que también mancha su cara ¿Cuántos años le pone? Yo creo que debe tener 58. Pero, a pesar de todo, pareciera tener mucha energía, ¿No le parece? Intenta todo el tiempo hablar con usted, si le da la oportunidad notará que es muy buen conversador. Y buen vendedor, además, fíjese en cómo le menciona cada que puede algo sobre sus zapatos y le sugerirá algún tratamiento para que le dure más el brillo. ¿No le parece un señor muy interesante a simple vista?  

Ese señor tiene un nombre y toda una vida detrás. Solo basta con preguntarnos, cómo habrá sido la vida de ese hombre y cuáles habrán sido los momentos trascendentales que lo convirtieron en quien es, para que se nos venga a la cabeza tantas cosas que pueden ser trascendentales en una vida humana y tantas cosas simples que pudieron cambiar para siempre su destino. 

Don Antonio Machado, (llamemoslo así) es un señor de 58 años que a diario se levanta, coje sus herramientas de empleo y sale a trabajar. Su trabajo consiste en caminar Esa Candelaria de todos buscando zapatos potenciales para lustrar. Es un hombre muy optimista, no sale del Pagadiario dónde se hospeda sin antes persignarse y pedirle a Dios por un "buen día". No es un trabajo fácil. Su oficio es hermoso pero ya hay muchos zapatos deportivos en la calle que no se pueden lustrar y no todos aprecian el elegante acto de unos zapatos que brillan delicadamente al caminar. Además, la gente va de afán, ninguno sabe para dónde va, pero van de afán. No tienen tiempo para lustrarse los zapatos. Sin embargo, Don Antonio sabe que esa no es una excusa válida para la vida, pues a ella no le importa tus problemas. Él debe conseguir el dinero de la pieza y tiene que comer. No puede faltar el tinto y el cigarrillo del día, pues a todos nos gustan los lujos cotidianos. Son las 4:00 pm cuando se toma una sopa que calienta un poco su estómago y vuelve a trabajar.

Ya la tarde empieza a caer y cada vez se hace más difícil conseguir un potencial cliente, además, su vista no ayuda, así que cuenta lo hecho en el día: tiene 15.000 pesos en el bolsillo, entre billetes de 2.000 y monedas. Debe distribuirlos entre sus gastos diarios. Se compra un Piel Roja menudea'o y cena dónde la dońa que vende la comida a 3.000. Él debe pensar en el tinto y el cigarrillo de mañana, ese será su desayuno hasta que haga su primera lustrada, así que aparta otros 2.000 pesitos. La noche en la pieza cuesta 12.000 (porque vive solo y es una pieza muy pequeña) pero a él solo le quedan 10.000 así que resuelve abonar eso y se compromete a ponerse al día mañana. Luego, cansado, se va a dormir porque «mañana es otro día.»

Lea ésto mañana otra vez y sabrá exactamente cómo será ese día para Don Antonio, y como fue su día anteayer y como será pasado mañana. Para él todos los días son iguales, si embargo, sigue viviendo.

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