Soy de Brasil a pesar de Neymar y de Messi a pesar de Argentina. Neymar, secundado por estrellas, por sus payasadas que debilitaron su brillante carrera. Messi, rodeado de jugadores en plan de mediocridad, por su talento inagotable, como salvavidas de su equipo.
En ocasiones soy de Cristiano, pero me enerva su egolatría: celebra como propios los goles ajenos, se exhibe prepotente y se mira en el espejo.
Mientras se dilucida a favor o en contra, el asunto de los balones cóncavos y convexos para definir una jugada que termina en gol, como ocurrió con Japón y España, o se anulan goles por una pestaña o un diente, eleva la temperatura el mundial. ¡Qué locura!
Al ingresar a la zonas de clasificación o eliminación directa, aparecen la tensión, la emoción, la intensidad en los partidos, las sorpresas, pero aún, no se ve la clase continua de selecciones o jugadores, excluyendo al crack argentino.
El mundial, en estos días frenéticos de fútbol, no tiene favoritos, a no ser que se abra el abanico de las especulaciones.
Fatigados los europeos, luchan por subsistir, frente a las sorpresas de combinados chicos que redujeron las distancias con los grandes, porque se convencieron de jugar sin miedos y porque sus rivales jugaron en desventaja.
“Les cortaron las piernas”, actuaban en sus clubes, ocho días antes de Catar.
Algo le falta al mundial y no se trata de futbolistas diferentes con su clase, porque los hay en todos los equipos y selecciones del mundo.
El fútbol físico se impone sobre el talento, pocos son los entrenadores valientes, dispuestos al riesgo en sus propuestas, a pesar de la intolerancia de los aficionados al error y el castigo implacable con despido cuando no triunfan.
El VAR con capítulo especial, porque alborota. Saca de quicio por sus decisiones milimétricas, con margen para otras interpretaciones, lo que acelera las suspicacias.
PD: a propósito de los zarpazos de los seleccionados chicos: “Los que se veían bailando eran considerados locos por los que no escuchaban la música”: Friedrich Nietzsche.