Diego García Bejarano

Ingeniero ambiental sanitario. Especialista en gerencia de recursos  naturales y magister en gobierno y políticas públicas. Fui director de Arborizacion Urbana en el Jardín Botánico, director de Ambiente y ruralidad en Secretaría de Planeación Distrital, concejal de Bogota, director de la Región Administrativa Planeación Especial. Guía profesional de turismo, profesor universitario. Co creador del programa BiciRegion y la ruta turística de la leyenda del Dorado. Asesor de turismo de naturaleza.

Diego García Bejarano.

El Guatiquia, la ruta predilecta del Oso de Anteojos

No fue una, ni fueron dos, fueron tres, las veces que he visto el Oso de Anteojos en su propio hábitat, allá por donde anda. Este sitio que frecuenta el guardián del páramo es conocido para los Muiscas como el camino del “cántico de la montaña”. Es el lugar donde se forma la cuenca del río Guatiquía, que nace en Chingaza y atraviesa la capital del Meta.

La primera vez que me encontré en el camino del oso, fue en bici de montaña. 

Buscando por los caminos carreteables del Parque Nacional de Chingaza, y tras la ruta que nos llevaría Fómeque, llegamos por desvío no programado, (algunos dirían que nos perdimos), a la reserva El Palmar.  Bajando de nuestras bicicletas para preguntar el mejor camino, la dueña de casa salió a nuestro paso de manera apresurada, para preguntarnos si traíamos cámaras. Nosotros, con ganas de saludar como es debido, vimos la afanosa pregunta de los miembros de la familia Avellaneda y no percatamos el entusiasmo que tenían. Acto seguido, nos preguntó si queríamos ver el Oso, y de nuestra parte, en forma descreída, asentimos la cabeza con un sí poco convincente, 

Pues el asunto es que estaba el Oso en la copa de un árbol al lado de la casa. Estuvo allí por más de 30 minutos, a no más de 5 metros, a nuestros ojos, permitiendo que pudiéramos extasiarnos, y ceder solamente ante el dolor de cuello de tanto mirarlo. Durante este tiempo nos demostró sus destrezas para trepar, al parecer construía una plataforma en la cima del árbol, y subía y bajaba ramas con bastante agilidad.

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Diego García Bejarano

Jaime, nos explicaba con toda propiedad el comportamiento del Oso. Su reserva, es la gran apuesta familiar por propiciar espacios de conservación en las zonas amortiguadoras del Parque Nacional de Chingaza. Este lugar lo encuentras en redes sociales y es muy importante, ya que su proyecto de preservación ha hecho de este sitio, un buen comedero del único Oso de toda Suramérica. 

Fue un regalo para mi hermano, que colecciona avistamientos de osos por el mundo, ha ido a Alaska y a Islandia solo para encontrarse con ellos. Quedó impactado por mucho tiempo y dice que no hay como ver el Oso de su propio territorio. 

La segunda vez, en esta ocasión andando por la misma ruta del Guatiquía, en un paso desprevenido que a veces se torna al caminar, con pies cansados y mirada al piso, nuestro guía nos detuvo bruscamente con la mano, botó su maleta de campaña al piso, nos pidió total silencio y luego fuimos apresuradamente detrás de él. De repente, escondido detrás de un frailejón, nos señalaba al fondo una mancha negra, que no lográbamos identificar con nuestro hijo, y luego, de agudizar el ojo, lo pudimos observar: el majestuoso Oso de Anteojos. Nos explicó que el oso no podía vernos, pero si olernos. Nos llevó por una corriente de viento en la que el Oso no pudiera identificarnos, para verlo más de cerca. Y estuvimos allí, a pocos metros de este adulto hambriento, esquivo y mayestático animal, dueño y señor del páramo. 

Nos abrazamos. Mi hijo y yo con más fuerza de lo habitual, viéndonos a los ojos, sabiendo que la vida nos regalaba ese momento, y agradeciendo a ese gran guía, que nos hizo levantar cabeza para ver las maravillas que nos deparaba el camino. Luego de este deslumbrante momento de existencia, recordamos que en algún lugar quedaron nuestras maletas de campaña, la neblina ya cerraba el camino y afanosamente tuvimos que desandar, aunque ni el guía recordaba con claridad. Pero no importaba, la noche que nos quedaba por caminar ya tenía toda la energía necesaria para el cuerpo y el alma. 

De nuevo y a pocos metros, el guía nos dijo que había otro Oso. ¿Otro Oso?!! No será el mismo? – dijo mi hijo -. NOOO!, es otro oso!, nos murmulló fuertemente el guía. La operación se repitió: maletas al piso, esquivar la corriente de viento, apresurado paso para acercarnos y contemplación respetuosa para verlo sin ser observado. Efectivamente era otro oso, y la felicidad ya no cabía. Es como el padre que espera un hijo, pero le salen gemelos. No es mi caso, pero me imagino algo así. 

Gracias! Hernando Ríos, de la Asociación Reserva MazaFonte, gracias por esas personas que te levantan la mirada e indican lo que muchas veces no ves. Si vas a MazaFonte y vas con Hernando, de seguro te encontrarás en la ruta del oso. 

La tercera vez, y de nuevo por los caminos del Guatiquía, ya con un poco de experiencia en el avistamiento de osos, mi guía señaló la hermosa mancha negra y casi de manera simultánea,  vimos el oso. Esta vez, Miller el experto del camino Monfortiano, tomó más precaución. Dijo que nos quedáramos quietos, pero mis ganas de ver de nuevo y más cerca el oso, fueron incontrolables. Nos acercamos con respeto y mucho silencio, esta vez el oso tenía un comportamiento sospechoso. Iba y volvía detrás de una piedra. Al parecer nos había percibido y buscaba distraernos. De pronto y luego de sobrepasar un pequeño montículo, vimos la escena más estremecedora de todas: no era un oso, era una osa y estaba con sus dos oseznos. Un par de cachorros que jugaban al otro lado del valle, con una madre protegiéndolos, que se sentían seguros porque nos detuvimos a prudente distancia, y luego de sentarnos a observarlos, por no sé cuánto tiempo, se fueron alejando ante nuestros ojos deleitados. 

De nuevo me sucedía. Esta vez solo con mi guía. Era un camino largo porque seguíamos la ruta Monfortiana, un camino desde Bogotá hasta Villavicencio, de 4 días, que empezaba con este regalo, y mantenía viva la esperanza de vida que rodea la gran capital, aquella vida, que muchos ni perciben que sucede, pero que realmente pasa mientras nos sumergimos en nuestras cotidianidades.

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Diego García Bejarano
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Diego García Bejarano.
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