Hernán López Aya

El murciélago

Siempre quise hacer crítica de cine. Siempre quise tener la facilidad de quienes se dedican a desgranar detalles y generar conceptos acerca de lo bueno, lo malo y lo feo de las películas…

He sido consciente, desde hace cientos de años, de que me aburre ir a los teatros a pensar. Y he estado de acuerdo con las palabras del comediante Andrés López. Él dice que “una bala y una teta pagan la boleta”, y en mi concepto y mi gusto, esto es cierto.

Cada vez que me he atrevido a pensar en que una película es buena o es mala, he consultado las diatribas. Y me desplomo. Lo que yo pensaba que era bueno, los expertos lo han catalogado como desastroso… y viceversa…

Entonces, ha sido complicado. Pero en esta oportunidad voy a atreverme a escribir de un tema, escabroso para muchos, pero divertido para otros: los súper héroes.

Échemos pa’ atrás…

Mi primer contacto con estos personajes lo tuve por allá en 1978. Por la tele emitieron un programa que se llamó “Los Súper Amigos”, una serie gringa de dibujos animados que nació en 1973 y falleció en 1986. La alcancé a ver a color y en ella descubrí al paladín que marcaría mis días de investigador privado (que fueron como dos), y mi gusto por los comics. Si bien es cierto que no soy coleccionista experto, algunas cositas del detective he tenido.

Les estoy hablando de Batman. Me generó un montón de correazos y estruendosos gritos de mi mamá. La serie la daban los sábados en la mañana (7:30 am, si mal no estoy). A esa hora, en mi casa, el olor a chocolate y los berridos de “la dura del hogar” fueron la característica.

“Bajen a desayunar”.

Acto seguido mi papá, mi hermana, mi tía María y hasta Kiko, el perro, llegaban al comedor. Yo, por lo general, hacía caso omiso del llamado y media hora después me tocaban los huevos pericos fríos y la nalga caliente, del correazo que mi padre me aplicaba por desobedecer.

Sin embargo, valía la pena. Ver a Batman en el televisor de 14 pulgadas fue una maravilla. Su traje negro con calzoncillo morado, su carro, su moto, su casa y su beca hacían soñar al puberto admirador con una vida de justicia. ¿Quién no quiso ser policía cuando niño? ¿Quién no quiso tener su propio Salón de la Justicia? También descubrí que sus superpoderes eran una fortuna inimaginable y una voz ronca con la que asustaba malandros y conquistaba mujeres.

Años después, del tele chiquito pasé al más grande… Y si que era grande. La primera vez que fui a cine fue a los 14 años. Y mi primera película fue Batman. Mi mamá le pidió a mi primo Ricardo que nos llevara, a mi primo Gigio y a mí, a cumplir la cita. ¡Y qué cita! La película fue protagonizada por Michael Keaton; el antagonista fue Jack Nicholson, como El Guasón; la enamorada del “chimbilá” fue Kim Basinger, como Vicky Vale (mamacita); y fue dirigida por Tim Burton.

Tenía comedia, acción, drama, intriga, chicle, maní, caramelo…

Cuando salimos del teatro, la parada fue en una cafetería en la que nos “mandamos” sendos roscones con gaseosa. Y compramos calcomanía del logo del héroe.

Fue bonito. Lo que no, fueron las secuelas: medio aburridas y reforzadas, tal vez por la estructura del comic. Sin embargo, destaco que las cintas tuvieron participación de actores importantes y unos “viejonones”. Pero el cambio del Batman, en mi concepto, no funcionó.

Cuando pensé que todo estaba perdido, llegó la trilogía de Christopher Nolan, un británico que estudió literatura y decidió dedicarse a contar historias. Hizo tres películas: “Batman Begins” (2005), “The Dark Knight” (2008) y “The Dark Knight Rises” (2012).

Ahí fue cuando recontracomprobé que la plata de Bruce Wayne hace milagros. Y que el argumento podía ser un poco más serio. Grandes actuaciones, una historia que enganchó en las tres partes y que nos dio el lujo de ver destrozada a la Ciudad Gótica, que en términos de filmografía coloquial sería una Nueva York vuelta m…

Qué buen Batman fue Christian Bale. E insisto: ¡Qué mujerones!

En 2013, el sueño quedó estancado. Los comics siguieron publicándose y los dibujos animados tomando la iniciativa.

Una luz de esperanza asomó su perfil cuando, en 2017, Josh Whedon decidió hacer La Liga de la Justicia. Fue más criticada que otras. Y tuvo como Batman a un ganador del Oscar, destacado por su largas travesías en el mundo del alcohol y por ser el amante bandido de una de las “viejas más buenas” que el cine chicano ha dado. Les estoy hablando de Ben Affleck. El tipo fue divertido. Después Zack Snyder, director original, regresó a la cinta y la dejó de 4 horas y en blanco y negro.

Dos años después, en 2019, a un “cristiano” le dio por hacer un caldo con un quiróptero, en uno de los sitios escondidos de China, y generó una vaina que le cambió la vida al planeta. Fuimos víctimas de un murciélago, pero el súper héroe “ni por las curvas” apareció.

La batiseñal hizo mella cuando todos estuvimos “empandemiados”. Y hace un par de días decidí cumplirle la cita al destino. No obstante, iba algo prevenido porque el protagonista, en esta ocasión, había pasado de estudiante del colegio “Hogwarts” de magia y hechicería a ser el vampiro más famoso entre las adolescentes; y el más odiado entre los que sentimos piquiña por la serie cinematográfica del “vampiro más famoso entre las adolescentes”.

Haciendo caso a la invitación de La Fresneda y La Jefa, dos compañeras de trabajo, nos fuimos a ver The Batman, dirigida por Matt Reeves y protagonizada por el vampiro… Si, por Robert Pattinson. Y como la bala y la teta son la constante, pues mucha bala y un “churrazo” llamado Zoe Kravitz hicieron parte de la película.

Armados con dos perros calientes, un paquete de nachos, tres gaseosas, un balde de maíz pira, dos tarros de queso chédar, salsas, pitillos y servilletas nos le medimos a la reunión de 176 minutos.

¡Oh sorpresa! ¡Qué peliculón!

Para no “espoilear” (término millennial o centennial para decir “tirarse la película”) solo les voy a contar que vale la pena ir a verla.

Es dura, es violenta, pero es atractiva. Confieso que me dormí como cinco minutos, porque ese día mi jornada de trabajo fue larga, pero el “motoso” no afectó la trama. Definitivamente, una de las grandes cosas que nos ha dejado esta pandemia es extrañar las salas de cine y poder volver a ellas, para ver historias en grandes formatos, con mucho sonido y con buena compañía.

Y una cosa más: prometo que me la repetiré porque, o si no, mi hija Lupe me puede estar colgando de una oreja, si no la llevo. Y espero que mi otra hija, Manu Chau, la pueda ver en Buenos Aires, ciudad en la que actualmente vive…

Anticípense… No esperen a que la batiseñal los llame…

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Hernán López Aya
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