Los extremistas suelen llegar al poder a través de la manipulación y ejercen su autoridad
con una pasión ciega. Parecen estar ajenos a la sensatez que guía a los demócratas por
el camino de la institucionalidad en los Estados contemporáneos occidentales, y a la
moderación, una virtud inherente a quienes ejercen el poder con dignidad republicana y
no como una adicción. La forma en que se llega al gobierno suele definir cómo se
ejercerá. Ya sea en campaña o en las profesiones, una persona debe mostrar sus
intenciones y carácter antes de ocupar un cargo de elección popular. Y los extremos del
espectro político se identifican por sus métodos de trabajo.
Algunos comparan al presidente Gustavo Petro con figuras autocráticas del socialismo
latinoamericano, como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, los Castro o Daniel Ortega. Otros
lo han relacionado con Vladimir Putin o Xi Jinping. Sin embargo, estas comparaciones no
han logrado alterar la conducta del jefe de Estado, o quizás no han llegado a sus oídos.
Por esto, me atrevo a compararlo con Margaret Thatcher, quien gobernó el Reino Unido
de 1979 a 1990.
Mientras que Petro enfatiza la igualdad, Thatcher abogaba por el desmantelamiento del Estado del bienestar, pero quizás la mención del neoliberalismo sirva para captar su atención. Sus similitudes son las que nos interesan en este análisis.
Gustavo Petro demostró ser un desafío para el statu quo de Colombia por su pasado en la guerrilla M-19, su rechazo a la política tradicional, su enfrentamiento a los parapolíticos en el Congreso y su ambiciosa agenda de reformas sociales. De manera similar, Margaret Thatcher nunca formó parte de los grupos políticos dominantes, presentó su discurso como la alternativa de clase media de origen trabajador que merecía aspirar al poder y desafió el consenso establecido después de la Segunda Guerra Mundial, reemplazando el keynesianismo por las doctrinas de Friedrich Hayek y Milton Friedman.
Ambos se consagraron como outsiders de carácter fuerte, ambicioso y decidido. No temieron confrontar con vehemencia a sus críticos y opositores, a quienes a menudo acusaron de malintencionados e ignorantes. Sus estrategias para llegar al poder emplearon la polarización para manipular las emociones, identidades y valores de los electores.
Con astucia, Thatcher se enfrentó a los miembros del Partido Conservador que la veían como una mujer sin experiencia que no debía representarlos en las elecciones generales, empleando la táctica de «divide y vencerás». Dejó a un lado el thatcherismo y al otro, el conservadurismo tradicional. Aún hoy se sienten las consecuencias de su faccionalismo que, cuando llegó al gobierno, incluso enarboló las banderas de la Guerra de las Malvinas que cobraron casi 1000 muertos. También hubo enfrentamientos con los laboristas y los sindicatos, a quienes acusó de ser los agentes de la inflación y el desempleo.
De la misma forma, recordemos que, tanto en 2022 como en 2018, las redes sociales parecían una hoguera del contrincante político; el diálogo, el consenso y la tolerancia fueron los principales enemigos de los contendientes. Los memes de un lado tildaban de ignorantes a los otros, mientras que estos respondían con acusaciones de corrupción. En el mundo paralelo de los medios de comunicación, ocurren hechos noticiosos que no se reportan en otros canales; es el mismo país en el que escuchar una emisora u otra es casi como ser hincha de un equipo de fútbol.
Con tales poseedores de la verdad, el debate termina con su elección y los adversarios se relegan al campo del desconocimiento de la realidad. A pesar de que se pierda el apoyo de la mayoría durante el gobierno, las posturas propias se tornan incontrovertibles. Así es como la polarización se transforma en sectarismo. Cuando se llega al gobierno por medios que instrumentalizan al electorado, no hay vuelta atrás; se debe mantener el antagonismo, la confrontación y la hostilidad. Lamentablemente, estas son más longevas que sus creadores.
La cultura política y el debate en Colombia han sido afectados por la misma dinámica que impulsó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en 2016 y que resultó en el Brexit, poniendo fin a los beneficios de la integración del Reino Unido en la Unión Europea. Personajes como Roger Stone, asesor de Trump desde la década de los 80, quien fue indultado por él en 2020 debido a su implicación en la trama rusa para interferir en las elecciones, son los estrategas detrás de los esfuerzos para socavar la democracia. A los Guanumen del mundo les resulta desagradable la ética, y son conocidos por acuñar frases memorables como «Gira tú si lo deseas; la dama no está para dar vueltas», con la que Thatcher manifestó su intransigencia en octubre de 1980.
Los efectos del añejo conservadurismo de ella (y de Ronald Reagan) son el crecimiento de la desigualdad y la pobreza, la precarización del mercado laboral y el incremento desmedido del poder de las élites económicas. Con tanta riqueza, aún no comprendemos cómo es que China está a punto de destronar a los Estados Unidos de la hegemonía mundial a través del intervencionismo económico, lo que pone en riesgo los derechos y garantías individuales y el desmonte progresivo de las bases de las estructuras republicanas occidentales.
Todavía no sabemos cuáles serán los efectos duraderos del sectarismo de Gustavo Petro. Al menos los más perdurables no han sentado sus bases, pero hoy solo los alcaldes y gobernadores electos cercanos al Gobierno tienen audiencia con él; José Antonio Ocampo y Alejandro Gaviria son el único grato recuerdo del gabinete del Pacto Histórico, y el precandidato Iván Cepeda propuso pena de prisión a quienes obstruyan su plataforma política para llegar a la presidencia, la Paz Total. ¿Qué culpa tiene Antonella Petro, de tan solo quince años, de que su padre emane estos perfiles temerarios? Ninguna… y los adultos estamos llamados a respetarla. Este es el origen de todos los males.
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