El Planeta de los simios

Hace algunos años, apareció en el mundo editorial y literario de lengua castellana una interesante escritora llamada Carmen Mola. Leí su primera novela titulada La novia gitana. No me disgustó. Una obrita policíaca entretenida para pasar en casa un fin de semana lluvioso. En España fue un fenómeno de superventas, y La novia gitana fue el primero de una saga de tres tomos, protagonizada por la intrépida policía Elena Blanco, una mujer solitaria y empoderada como les gusta decir ahora a las feministas. Las obras de doña Carmen también llegaron a Colombia y aquí se encuentran en librerías.

Lo más intrigante de esta nueva escritora era que detrás de su nombre, Carmen Mola, se ocultaba alguien que el gran público desconocía. Se trataba de un seudónimo. Como no podía ser de otra forma, se le atribuyó a la enigmática autora todo tipo de personalidades: que si era una académica universitaria, que si su verdadera profesión no tenía nada que ver con la literatura, que si hubo alguien que tomó café con ella, pero no podía revelar su identidad… 

Y, por supuesto, Carmen Mola concedió una larga entrevista en exclusiva a una publicación femenina de gran tirada, que la revista ilustró con unas fotografías en las que apenas se intuía una mujer enfundada en una gabardina (¡cómo no!, solo le faltó un cigarrillo en la boca que envolviese su rostro entre una oscura humareda de misterio). “El mayor fenómeno de la novela negra española de los últimos años”.

La red púrpura y La nena, las otras dos novelas de la elusiva Carmen Mola conquistaron, con el primer tomo de la saga, trescientos mil lectores. La crítica estaba rendida ante el fenómeno, y de ahí a anunciar una serie televisiva solo había un paso. Y se dio. Hoy deben andar en los preparativos de rodaje para la materialización audiovisual de las andanzas de la detective Elena Blanco.

Pero la apoteosis llegó la semana pasada cuando, al desvelarse el Premio Planeta de novela --el mejor dotado económicamente del mundo, un millón de euros, más que el mismísimo Nobel de Literatura-- la obra ganadora resultó ser de Carmen Mola. Y la traca con pólvora y voladores fue que detrás de aquel nombre de mujer se escondían tres señores de pelo en pecho y remolino en donde nunca llega el sol.

¡Escándalo! ¡Estupefacción! Y, por supuesto, indignación de las feministas. Las librerías especializadas en literatura de género se apresuraron a retirar las obras de Carmen Mola de sus estanterías. Y en el Instituto de la Mujer en España, su directora se rasga las vestiduras porque había recomendado este verano pasado La Nena, junto a la obra de Margaret Atwood e Irene Vallejo. 

Agustín Martínez, Jorge Díaz y Antonio Mercero, los tres caballeros perpetradores de esta broma, guionistas de cine y televisión y escritores de novelas menos conocidas y exitosas, disfrutan ahora de su jugoso premio Planeta y han desnudado con su travesura una realidad tangible hoy: para que las editoriales te hagan caso tienes que ser mujer, además de estar muchas de ellas en manos de mujeres.

Hace años, la cosa era al revés: hubo mujeres que acudieron a un seudónimo masculino para poder publicar sus libros, como las hermanas Brontë o Nelie Harper Lee, de modo que no podemos quejarnos; pero permítanos que nos dé risa este episodio bufo que tiene una innegable vis cómica.

Sergi Puertas, un escritor que se cansó de enviar sus manuscritos a las editoriales sin que nadie se tomara el trabajo siquiera de responderle, cuenta en un portal de información español cómo un buen día sacó de internet al azar una foto cualquiera de una chica de 25 años, creó una cuenta en Facebook y otra en Gmail, envió su manuscrito como siempre había hecho a las direcciones de editoriales que tenía, y el silencio tocó a su fin: “empecé a recibir respuestas muy pero que muy receptivas en tiempo real”, dice el señor Puertas. 

Así que ya lo saben amigos, escritores en ciernes o novelistas con una obra hace tiempo guardada en un cajón: a cambiar de sexo así sea de manera virtual. Y ustedes, señoras feministas, permítanme que me siga riendo. Son muy libres de manifestar las preferencias literarias que les dé la gana, pero me parece francamente cómico que una ficción que hasta ayer les resultaba recomendable y hasta reivindicativa de poderío, haya dejado de interesarles cuando se enteraron de que Carmen Mola estaba hasta las cejas de testosterona. 

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