Cada vez que escucho una entrevista a cualquiera de los candidatos me quedo esperando, inútilmente, a que se pronuncien acerca de lo que está ocurriendo en el Caribe sur, la acción militar más importante que se haya dado en esta parte del mundo en toda su historia; aparte de la emprendida en la crisis de los misiles, sesenta y tres años atrás en plena Guerra fría. Las consecuencias de la actual incursión del ejército americano no las alcanzamos a imaginar en el presente. Lo decidido por Kennedy en 1962 impactó negativamente a la región hasta el punto de que la tiranía de Fidel Castro se vio blindada con el acuerdo para el retiro de los misiles por parte de Nikita Jrushchov. “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”, gritaban los cubanos como si se les hubiera traicionado mientras que lo que se negoció fue que Estados Unidos no intentaría una invasión a la isla. Las consecuencias las hemos venido padeciendo hasta la fecha de manera dramática con la expansión ideológica y la conformación, entrenamiento y financiación de las temibles guerrillas marxistas.
Aunque hasta ahora no se ha visto una confrontación entre potencias en este tablero estratégico, no podemos predecir nada al respecto. Lo cierto es que la determinación de Trump de poner orden en su patio trasero no se ha quedado en discursos y las primeras acciones se han visto con el despliegue militar y con el hundimiento de seis lanchas repletas de cocaína. El temor a las bombas nucleares flotaba en el aire en los años sesenta y la crisis de los misiles mantuvo al mundo en vilo. Hoy las cosas son distintas y los temores se han multiplicado. principalmente los causados por la amenaza terrorista. El que a Kennedy le tocara enfrentar una crisis nuclear podría compararse con la que enfrenta Trump con los carteles de la droga designadas como grupos terroristas que amenazan a la seguridad de su país y del mundo.
No logramos dimensionar el que se haya instalado el tablero estratégico en el Caribe, acostumbrados como estamos a verlo en el Oriente Medio y en otras regiones apartadas como Rusia y Ucrania. Las condiciones geopolíticas necesariamente tenían que involucrar esta parte del mundo lo cual puede implicar cambios radicales en América Latina. Si en el pasado se trataba de una cuestión ideológica ahora el panorama ha cambiado a otro en el que el narcoterrorismo se ha impuesto por sobre cualquier otra consideración, como muy bien lo ha sabido definir el gobierno de Trump. Colombia es, de lejos, la mayor productora de cocaína del mundo definida como arma mortal y no va a pasar de agache estando implícitamente dentro del mapa de riesgo.
Ante esto, el silencio de los candidatos no deja de ser preocupante. Pareciera que el síndrome del imperio les sigue pasando factura con ese temor a mostrarse del lado del coloso del norte y, peor aún, aparecer a favor de Trump y su incorrección política, lo que les puede costar algunos votos. Mucho menos dar la impresión de estar en contra de Venezuela y a favor del supuesto imperialismo yanqui.
Hay que tener en cuenta que Cuba fue la cuna del Cartel de los soles. Cuando Castro le abrió las puertas a Pablo Escobar quedó sellada la alianza entre terrorismo y narcotráfico. La expansión de su poder reforzó la golpeada estructura marxista debido a la caída de la Unión Soviética. Luego vendría la subida del nefasto Chávez con el patrocinio de Fidel Castro y el siguiente saqueo de las riquezas de Venezuela. Esta historia ya ha sido contada innumerables veces, pero pareciera que a nuestros candidatos se les olvidara.
Les diría a los candidatos de la actual oposición en Colombia que apoyar directamente las acciones de Trump implicaría un compromiso serio que garantice un verdadero cambio en la configuración política de Colombia y sus relaciones con los países de la región. No hacerlo o callarlo por cálculo político es un error que les puede significar quedar por fuera de la contienda electoral por falta de agallas.